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Escritores fantasma

Por William Hope, médium y fotógrafo. 1905.
Quiénes son y cómo trabajan

¡Trabajar cansa!, ya lo dijo Pavese, pero de algo hay que vivir. Entre todas las cosas que hacen los escritores para llenar la heladera, está la de volverse ghostwriters. Conversamos con cuatro de ellos para que nos cuenten de qué va la cosa.

Por Valeria Tentoni.

“Es un gran momento para convertirse en ghostwriter”, titulaba la revista Fortune hace unos meses. Y es que escribir lleva tiempo. Mucho tiempo. Por otra parte, hay gente con dinero y sin tiempo. Nada de tiempo (¿qué tipo de persona tiene tiempo en años como estos?). Esa gente quiere libros. Libros firmados por ellos. En fin, hay distintos motivos por los cuales alguien podría querer algo así. Pero, claro, no tienen tiempo. Probablemente se lo gastan en hacer dinero en vez de libros. Aunque, de nuevo, y por eso mismo: ¡tienen dinero! 

Cesare Pavese tituló un libro suyo Trabajar cansa. Cansa, pero, oremos: paga. Entre todas las tareas que un escritor puede encarar para llenar la heladera –desde que escribir no parece el modo más astuto de intentarlo, por lo menos en Argentina, donde son los mismísimos autores quienes combaten, en ocasiones, la supervivencia de sus propios derechos– hay varias que se repiten. En un ranking podríamos listar: docencia, coordinación de talleres literarios, periodismo –un nuevo error de cálculo, ¡como si no alcanzara con el primero!–, tareas de redacción varias, publicidad. Esto, claro, si no se tiene otra profesión u oficio. Esto, claro, si no se tiene un mecenas privado. 

No, pasar en día en Facebook no es un trabajo. Pero sí hay todavía otra tarea que un escritor puede llevar adelante de acuerdo a las competencias que entrena al escribir. El ghostwriting: es decir, redactar algo para que otro lo firme. Un libro entero, por caso.

Los pedidos pueden provenir de distintos canales: “Editoriales, autores de portada, parientes de autores de portada, empresas privadas que se dedican a escribir libros para ‘famosos’ y ‘no famosos’, familias que quieren preservar sus historias para los que vendrán, editores independientes que luego proponen los textos a diversas casa editoriales”, lista Tatiana Goransky, en el rubro desde hace una década. Es escritora, cantante de jazz y trabaja como ghostwriter. Entre sus libros se cuentan Lulúpe María T, ¿Quién mató a la Cantante de Jazz? y Ball Boy, y por ellos la han entrevistado e invitado a ferias y festivales de literatura. Pero hay muchos otros libros que también tipeó, aunque no ideó ni firmó. El origen de ese trabajo está en otro que también sabe hacer: el de periodista. “Una empresa privada me contactó luego de que entrevistara a sus integrantes para una nota. En ese momento estaba trabajando para trece o catorce publicaciones diferentes y ya había publicado Lulúpe María T”, cuenta.

Su primera entrega como escritora fantasma fue una biografía sobre un empresario famoso, hijo de la guerra: “La historia era tan inverosímil y verdadera como tantas otras que vinieron después, pero sigue siendo de mis favoritas. El padre del protagonista tuvo que recorrer un mapa entero y sortear dificultades extraordinarias. Todo lo hizo en pos de cuidar a su familia y, cuando logró que estuvieran a salvo, los abandonó. Este era solo el comienzo del libro. Lo redacté de manera cronológica y una vez que puse el primer punto final, volví sobre mis pasos y lo novelé aún más. Ni bien salió, lo leí de un tirón y noté, sorprendida, que el empresario no había cortado ni un párrafo. Había sido lo suficientemente corajudo como para mostrar sus peores facetas. Eso me devolvió un poco la fe en la humanidad y decidí que ser escritora fantasma podría ser muy interesante”.

Buen arranque pero, advierte, las cosas no fueron siempre tan alegres: “Alguna vez terminé un libro y me di cuenta que me habían utilizado con fines estratégicos para cosas muy poco felices. Y esa es solo la punta del iceberg. En estos años hubo y hay de todo. Pero sobre eso no puedo hablar”. Reserva: esa es una de las cualidades que un ghostwriter no puede tener de menos. Buena parte de su talento estriba en mantener información bajo llave. “Hace más de diez años que trabajo en esto y he logrado que mi palabra sea suficiente garantía. Si hay gente que sospecha que uno escribió tal o cual cosa, es una confirmación inmediata. Prefiero no correr ese riesgo ni ningún otro. Soy un sacerdote, un abogado, un ausente. Me extirpo de la página y trato de no dejar marcas”, explica Goransky.

Periodista y editor de una revista, prefiere que su nombre quede a resguardo: es la pluma detrás de Yo, Cumbio. Entrevistó a la flogger más famosa del país durante tres semanas, unas tres veces por semana. “Eran entrevistas breves, porque ella era chica y tenía una atención muy dispersa, en encuentros de unos 20 minutos. De ahí yo sacaba pequeños capítulos para el libro”, dice. Y también dice que duda si Cumbio, de hecho, leyó hasta el final el libro que tiene su cara en primerísimo plano ocupando la portada. 

“Trabajé en tres libros más como ghost, pero no se publicaron por distintos motivos. Siempre son secretos. Siempre los agarré por la plata, pero después me terminan pareciendo un embole y me cuesta llegar al final”, cuenta, vía Skype, desde la redacción donde trabaja. “El de Cumbio salió bastante bien porque era el primero y yo no había publicado ningún libro todavía, entonces me divertía el proceso. Le siguió uno de un rockero famoso, pero el rockero no me contaba nada: ni sexo, ni drogas ni rock and roll. Más bien salud, dinero y amor. Era aburridísimo. Más tarde se peleó con la editorial y el libro quedó en la nada. Después tomé el de un empresario, ya viejo. El nieto quería hacerle un libro. Estoy trabajando todavía en ese, pero muy de a poco. En el medio tomé el de un político cordobés que fue Ombudsman. Quería hacer un libro para posicionarse en la campaña. También quedó en la nada. Igual, es interesante, muy interesante, para mí, como género y como trabajo”. En esos casos, el método utilizado también fue el de entrevistas, pero tratándose de adultos podían extendese a unas dos horas los encuentros, alcanzando otras profundidades.

El proceso de entrevistas es lo que entiende como más disfrutable: “Hacer que alguien recuerde y te cuente su vida, y después tomar esa voz y darle una forma literaria, porque obviamente las entrevistas siempre son muy desprolijas e incompletas, y uno tiene que tomarse la licencia de adoptar ese tono y esa personalidad y ficcionar algunas partes, mínimas. Hay partes que son recreadas por el ghost, nunca se transcribe 100% lo que te dicen. Ni siquiera es divertido: es así, es parte del trabajo”. 

Según explica, hay dos posibilidades de cobro: algunos ghostwriters piden porcentaje de ventas, en ocasiones, además de un fijo. “Yo siempre arreglé que era un solo pago, bueno, y punto”, por su parte. Se le pregunta si, cuando escribe para otro, siente que está entregando alguna cuota de capital de escritura que podría aprovechar para sí. Responde: “No, porque yo soy periodista. Desde que soy chico me pagan por escribir, y escribir es mi trabajo. No tengo demasiados pruritos con eso. Sé que lo hago por la plata, entonces lo hago feliz. A nivel de conciencia no hay ningún problema para mí”.

Daniela Pasik es escritora y periodista, y también coordina talleres. Publicó, por ejemplo, Historia de una chica que se enamoró de un pez y, en colaboración, Porno nuestro, libro de investigación sobre la industria argentina del jadeo audiovisual. La escritura fantasma no es sino algo que hace eventualmente. Su primera experiencia en el área fue con una autobiografía: “Hicimos primero una especie de estructura, delineando qué puntos quería contar y de qué forma. Luego le hice durante meses muchas entrevistas, que mandaba a desgrabar, y después fue traducir esa oralidad a un estilo y ensamblar los fragmentos. La parte en que lo leyó me dio muchos nervios, pero solo porque quería terminar de una vez y me aterraba que se desdiga, con cosas del estilo ‘Esto no quería ponerlo’. Eso iba a implicar reescritura”. Entre otros trabajos de ghostwriting que tuvo a cargo, cuenta una “guía con onda para brokers”. “No siento nada de apego por esos libros. Les deseo el bien, porque a la larga me encariño, pero me da medio igual que esté publicado o no”, dice. 

La primera y extensa novela de Natalia Moret se llama Un publicista en apuros, y fue muy bien recibida por la crítica, que acordó en reconocer la solvencia de su factura. Socióloga, también hace tareas de traducción y coordina talleres de narrativa. “No trabajo de ghostwriter, sólo lo hice tres veces, enmarcadas dentro de un mismo proyecto”, aclara. “Verlo terminado fue placentero, porque la escritura fue más complicada que lo que había imaginado y me costó llegar hasta el final. Verlo publicado y firmado por otro fue extraño, pero como lo que tuve que escribir tenía poquísimo o casi nada que ver con algo que yo hubiese hecho, fue más fácil desprenderme”. La contactó una editorial para encargarle libros de aventuras y ciencia ficción para adolescentes. 

Moret narra el proceso de este modo: “Como no fue la experiencia típica del libro periodístico o en el límite de la ficción, sino que fueron novelas, no fue necesario entrevistar a la autora de portada. Nos reunimos algunas veces, pero más que nada para que ella viera qué había escrito y me diera, si es que tenía, alguna sugerencia. Trabajé en los tres casos casi con absoluta libertad. Definí la trama, los personajes, los incidentes, todo. Lo único que me fue ‘dado’ fue más o menos una expectativa de género, de público al que estaba destinado, y algo muy general sobre el tema. Tuve que inventar una voz narrativa, y la autora de portada no tuvo casi injerencia en el resultado final”. 

Ese no es, por lo general, el caso en las restantes experiencias. ¿De qué cantera salen los materiales con los que trabaja el ghost? Goransky tiene su método: “Jamás lo entrevisto en persona al autor de portada. Intento, si es que la fama no lo precede, no verlo nunca. Si ya lo conozco o incluso si fui o soy fan, hago el ejercicio de convertirme en birome nueva. Trato de construir el libro a través de audios de entrevistas ejecutadas por encargo. Tengo mis propios entrevistadores a los que envío a realizar esa labor. Claro que las entrevistas están previamente diseñadas para conseguir el material que necesito. Construyo los textos a partir de sus voces grabadas, que revelan más de lo que uno creería, y de toda la información extra que pueda juntar. Esto depende mucho de la particularidad de cada biografiado. Conseguir y estudiar el material suficiente puede tomar entre tres meses y un año. El testimonio de los allegados suele ser un festín de colores y contradicciones. Por otro lado, sé que si tuviera contacto directo con ellos, terminaría por escribir solo el libro que ellos quieren y no el que sé que puedo producir de manera independiente. En general, mi versión termina sorprendiendo hasta a los protagonistas. Ellos siempre tienen la última palabra en edición pero, la mayoría de las veces, se entregan al proceso con la ilusión de reconocerse en un doble sentido: sentirse presentes en la página y volver a conocerse. Para los ‘personajes’ vivos, las biografías pueden ser un proceso de autoconocimiento muy poderoso”.

“En general hay que verse, conversar. Lo entrevisto si es una autobiografía, otras veces me dieron material para redondear, terminar y corregir. En ese caso, los encuentros son más de charla. Intento que el texto tenga el tono del autor de portada. Si no tiene voz narrativa propia, le propongo una. La construyo con un mix de intuición y oficio, creo. Y, sí, en general las observaciones y correcciones del autor de portada tienen injerencia, porque es su libro”, explica Pasik. 

Pero, como experiencia de escritura, ¿esta tarea deja alguna herramienta para la caja personal de quienes, antes y después de escribir para afuera, escriben para sí? “Me acerca a mundos que por ahí no transitaría, y en el mejor de los casos me divierte o aprendo algo sobre esos mundos, algo que no sabía. Como experiencia de escritura, los primeros tal vez me sirvieron para probar con desapego el trabajo en extensión, creo”, avanza la autora de Inicio.

“Horas pista en investigación y edificación no solo de estructuras sino de personajes. Al fin y al cabo, una biografía nunca deja de ser una ficción. El protagonista se narra a sí mismo, mientras cuenta su propia historia, construye y decora a su gusto y límite. Los que lo rodean hacen exactamente lo mismo, a través de un anecdotario emocional y de situación, moldean al otro en relación a ellos mismos. Si en cambio estamos narrando la vida de alguien que ya no está, seremos nosotros, los biógrafos, los que hagamos el recorte y desaparezcamos como Keiser Soze en The usual Suspects, con el mismo suspenso pero sin la maldad, claro”, explica la de Don del agua.

Moret, por su parte, anota en el haber “un entrenamiento en la planificación de la estructura de la novela y la escritura rápida, siempre hacia adelante, orientada a llenar los casilleros estructurales definidos de antemano en el plan. Por supuesto, para un libro mío no podría trabajar de esa manera porque estoy comprometida de otra forma, pero creo que algo de la distancia afectiva que permite este tipo de trabajo sí es un buen aprendizaje para forzar en la escritura de lo propio, algo saludable y que garantiza resultados materiales contra los bloqueos y la autoexigencia a veces desmedida y contraproducente”.

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