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La ficción del estado

El escritor de vacaciones

Borges, Arlt, Piglia y Gamerro en un torbellino de lecturas y relecturas en los días de calor. "La literatura argentina (...) trata de romper el cerco, de saltar hacia ese otro lado, donde no hay palabras y donde no hay representaciones y donde hay que hacerlo todo de nuevo, para arruinarlo una vez más".

Por Luciano Lamberti. Foto Daniel Mordzinski.

 

El hombre casado odia las vacaciones. No le gusta estar sin hacer nada, que es el concepto mismo de vacaciones. Para el hombre casado estar sin hacer nada es el infierno. Los chicos están de vacaciones, rompiendo los kinotos, hay que llevarlos a la pileta. El aire acondicionado arregla un poco las cosas, pero cuando llegue la factura de la luz el hombre casado se arrodillará para llorar durante una semana entera. Hace calor, un calor que parece bíblico, y que el mismo del año pasado y del siguiente, pero es tomado como una sorpresa, como si uno no supiera que en enero hace calor.

El hombre casado sueña con vivir en Alaska o en el norte de Canadá, rodeado de grandes extensiones vírgenes de montañas cubiertas de pinos. Acá el calor es humillante. Es una vergüenza. Es como si la realidad (en este caso, un hombre de unos ciento ochenta kilos) le diera un lengüetazo en la mejilla derecha cada vez que sale a la calle.

Las vacaciones son como un tiempo en suspenso. El hombre casado lee cosas de a puchitos, fumando en el balcón de su casa. Los diarios de Piglia, cuentos de Pollock, El rey Lear (¿en serio, eso lee? ¿Qué hace el hombre casado releyendo Shakespeare a esta altura de su vida? ¿No le da vergüenza?). El hombre casado se entera de que Piglia tomaba anfetaminas y escribía en sesiones de diez horas diarias. El hombre casado envidia a Piglia. El hombre casado lee, en el último tomo de sus diarios, la forma en la que Piglia escribió Respiración Artificial, y lo envidia. El hombre casado mira las entrañas de la confección de ese libro maravilloso, las dudas, los cambios sobre la marcha. El hombre casado lee las negociaciones de Piglia para la publicación del libro, que termina saliendo en Pomaire con un adelanto de cinco mil dólares. El hombre casado envidia a Piglia. El hombre casado lee, en el tercer tomo del diario de Piglia, la forma en la que éste vivió la dictadura, asombrándose de que todo siguiera igual, en apariencia. En otra parte, algo que lo sacude: “Era la gravitación de la literatura fantástica que había sido en nuestra cultura, un modo de narrar muy original que permitía postular una realidad inquietante más verdadera que la realidad tal cual vive”. El hombre casado siente un cortocircuito cerebral: la misma idea, o algo parecida, es la que figura en el libro de Gamerro (El Martín Fierro o El facundo) acerca de los discursos del estado como ficciones, como máquinas de producir ficción, como generadores de mitos. Y entre ellos el peronismo como la gran mitología argentina: la que ya forma parte prácticamente de la naturaleza. El peronismo no tiene fecha de nacimiento, porque es natural.

Gamerro piensa en una idea bastante común en la carrera de Letras: la manera en la que la Argentina se construye discursivamente antes de percibirla incluso en la realidad. La Pampa, el gaucho, el indio, lo “argentino”, dice Gamerro, recuerda el hombre casado, son construcciones discursivas anteriores a la experiencia directa. Es por eso, piensa el hombre casado, que en la Argentina el fantástico prende tanto: porque se propone como una alternativa, no a la realidad real, sino a la realidad construida desde el estado, que nada tiene que ver con la realidad. No hay tal realidad. No se encuentra en ninguna parte. No hay hechos sino hombres casados que leen el diario o miran los noticieros y creen en esa realidad con más fuerza que la otra, la que ellos mismos perciben.

Borges escribe un cuento donde un grupo de científicos crea la descripción de un planeta falso, que poco a poco va imponiéndose en éste. Arlt escribe una novela sobre un hombre que ha quedado fuera del sistema y descubre, en esos resquicios, la existencia de una célula anarquista terrorista, la Resistencia, que se propone conquistar el mundo (imponer su propia ficción, porque de eso y no de otra cosa se trata el poder). Piglia escribe Respiración artificial hablando de la dictadura, durante la dictadura, dejando que la dictadura se cuele en todos los resquicios, sin nombrarla nunca. Otra entrada de su diario: “Eso es lo más siniestro, bajo una apariencia de normalidad, el terror persiste y la realidad cotidiana sigue ahí como un muerto, pero a veces una filtración deja ver la verdad cruda”.

La literatura argentina, piensa el hombre casado, con lentes negros, al lado de una pileta, trata de romper el cerco, de saltar hacia ese otro lado, donde no hay palabras y donde no hay representaciones y donde hay que hacerlo todo de nuevo, para arruinarlo una vez más. 

 

 

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