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Literatura en el diván

El diván de Freud

Escritores y psicoanalistas 

Conversamos con cuatro escritores que además se dedican al psicoanálisis y los invitamos a pensar alrededor de la existencia o no de vínculos entre estos dos universos que vienen colisionando, por lo menos, desde que a Freud lo nominaron al Nobel de Literatura: Luciano Lutereau, Edgardo Scott, Silvia López y José Ioskyn.

Por Valeria Tentoni.

La palabra y todo lo que hay entre una palabra y otra a veces, el silencio es el material que se petrifica en la cantera que comparten literatura y psicoanálisis. Conversamos con cuatro escritores que además se dedican a este otro ejercicio, para que reflexionen alrededor de la existencia o no de vínculos entre estos dos universos que vienen colisionando, por lo menos, desde que a Freud lo nominaron al Nobel de Literatura. 

"No sé bien cuál es la relación exacta entre el psicoanálisis y la literatura. A veces me parecen cosas muy cercanas, en otros momentos se alejan y no tienen nada que ver. En principio son dos discursos absolutamente diferentes, que tienen propósitos y objetos bien definidos. Creo también que son dos oficios, actividades que se aprenden, tienen que tener eficacia y un grado de artesanía. Es cierto que históricamente hubo multitud de cruces, de conexiones, gente entrando y saliendo de ambos campos, atracciones fuertes y también rechazos. El problema empieza cuando los analistas se ponen a interpretar al autor de una obra. Esto genera irritación en los escritores, algo justificado por supuesto. Freud dijo que el poeta se adelanta al analista, y Lacan directamente llamó boludos a quienes se arrogaban el derecho a analizar a un autor a través de lo que escribe", dice José Ioskyn. Es narrador, poeta, y graduado en Psicología por la Universidad Nacional de La Plata, autor de libros como Literatura y vacío. Psicoanálisis, escritura, escritores (Letra viva). Por Ediciones del Dock acaba de salir Acerca de un imperio: si leen poesía, léanlo. Y si no leen poesía, ¡lean poesía!

Ioskyn se interesó por los libros temprano, en la biblioteca de su casa, "a abrir los tomos de la colección de clásicos de Aguilar, con la tapa de cuero, las hojas de papel arroz, la letra muy chiquita". Su primera fascinación fue Shakespeare: "Descubrí que eso de no entender lo que leía me producía un encantamiento", cuenta. "Con el psicoanálisis fue más prosaico el encuentro. Estaba en filosofía, un poco amedrentado y desmoralizado por mi futuro –no quería ser profesor ni investigador– cuando se reabrió psicología en el mismo edificio de humanidades. Tenía un montón de amigos que se metieron ahí. Había fiestas, y mucho movimiento. Me imaginé que el psicoanálisis sería una especie de filosofía aplicable a la práctica, y aunque no es una idea totalmente acertada funcionó para mí". 

En su caso, ambos ejercicios van en paralelo, pero la exigencia de una tarea rebota en la disponibilidad para la otra: "Las dos cosas se conjugan, se alimentan, y también se amenazan. Cuando se está en un consultorio diez horas o más, después es imposible ir directamente a escribir. Una actividad compite con otra. Creo bastante en lo que dijo Kureishi en una entrevista, que un escritor necesita pasar horas delante de la ventana para ponerse a escribir algo, se necesita tranquilidad. El escritor es un outsider, cuando escribe está solo de manera radical". 

Uno de los resultados del juego de pensar en la articulación de esos dos mundos, en su caso, fue Literatura y vacío: "Lo más elemental que hay en común es que tanto el psicoanálisis como la literatura trabajan con un texto. No analizamos lo que soñó alguien, sino lo que cuenta en la sesión sobre su sueño, tampoco vemos al padre, a la madre o a la novia, sino que escuchamos lo que dice. El referente queda afuera. Si el analista pretende operar como si estuviera trabajando con la realidad referencial, hay problemas, o bien estamos en un momento que no es de análisis, sino de otra cosa, que por supuesto los hay y muchos a lo largo de un psicoanálisis. Luego, sobre un texto pronunciado en análisis hay muchas operaciones posibles, recortes, subrayados, interpretaciones, correcciones". 

Como poeta, Ioskyn ejercita ese arte que se vale del silencio como elemento maestro, y ya sabemos cuánto valen los silencios en el psicoanálisis: "Lo ilegible, la opacidad, el silencio, son inevitables en poesía. Cuando se hace resonar eso, la fugacidad de la palabra en medio de la nada, estamos en la poesía. Se ilumina un rincón con una linterna. El resto, el espacio oscuro, se intuye, se lee, el buen lector lo palpa y lo descifra. Por eso hay textos que atraviesan el tiempo y reciben distintas interpretaciones, a veces infinitas. Pero habría dos vacíos, uno que es calmo y silencioso, y generador y el del trauma, una ruptura del orden simbólico cuyo signo es la angustia: este es un vacío sufrido y neurótico. Los dos pueden ser inspiradores –perdón por la palabra– de la escritura".

Luciano Lutereau es egresado de las carreras de Psicología y Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, además de escritor. Publicó artículos y libros sobre psicoanálisis, como El idioma de los niños o Inconsciente y verdad, así como las novelas Perezosa y tonta, Marcadores nuevos y Los santos varones"En cierta ocasión, un amigo me hacía notar (con relativa ironía) el recorrido de los personajes: un enfermero fóbico, un homosexual inhibido, una compositora enloquecida; es decir, un procedimiento de feminización creciente en la voz narradora. No está mal, acepto que escribo para ejercitar nuevas voces antes que para desarrollar un argumento. Lo mismo ocurre con mi escritura en psicoanálisis, ya que practico diferentes géneros: el paper académico, el ensayo de divulgación, el artículo periodístico, etc. Esa estética de la escritura, como forma de recuperación de la voz (y no como estilo), es algo que atraviesa mi trabajo. Escribo para hacer hablar a la voz", se presenta.

Nieto de un escritor, se inició como lector en su biblioteca: "El llamado del psicoanálisis no podría haber surgido sin esa instancia previa, porque inicié mis estudios de psicología que dejé en suspenso para estudiar filosofía, y fue cuando algo de este recuerdo reapareció en mi análisis que decidí volver a estudiar psicología y terminar la carrera. Ya no para ser psicólogo, sino para practicar el psicoanálisis. Entré al psicoanálisis por el lado de la escritura, como un modo de recuperar la memoria o, como diría Proust, el tiempo perdido". Cuando se le pregunta cómo conjuga las dos áreas se apura a aclarar los tantos: "Para mí no son dos áreas, sino que son dos modos de una misma relación con la escritura. Desde que practico el psicoanálisis he escrito libros de psicoanálisis, pero también novelas. Asimismo, cuando tuve que dar cuenta de mi experiencia como analizante tuve que recurrir a la literatura: Los santos varones es un testimonio de ello. Quizá por eso no me considero, ante todo, un escritor de ficciones. Incluso cuando escribo ficciones no dejo de interrogar ese objeto oscuro que llamamos 'vida'. Tanto en un análisis como en literatura me importa delimitar ese instante que motiva el empuje a contar, ese momento en que la vida se cancela para ceder a un relato, para ser reapropiada como perdida (y pérdida)".

"Lo más propio del psicoanálisis no es conocer lo que a alguien le pasa, sino escuchar el modo en que alguien habla asegura. Somos un modo singular de decir las cosas, sea que hablemos de la familia, de la pareja o de naves espaciales. El arte del retrato siempre buscó capturar el modo de mirar más que el parecido. En eso el psicoanálisis se acerca a la pintura, o es válida la analogía. Pero al escribir la escena importa muy poco. Escribir es un acto de huida, siempre para adelante. Cuando escribo literatura no trazo un plan demasiado preciso, no bosquejo la novela (salvo en ciertos detalles) y nunca pienso el final. Reconozco el final de un texto literario de la misma manera que un corte de sesión. Muchas veces termino de escribir algo, y al releerlo advierto que terminó dos párrafos antes. Otras veces busco un final, y al volver a leer lo escrito descubro que ya concluyó. No hay modo de apropiarse del fin de algo. El corte produce al sujeto que busca el final", concluye.

"Soy una psicoanalista que escribe, esa es la mejor definición de mi tarea. No puedo definirme como escritora. Me parece que llegué tarde a ese mundo superpoblado, donde hay de todo, tesoros, miserias, tendencias, novedades increíbles y repeticiones espantosas. En cambio, al psicoanálisis llegue bien temprano, casi prematura. Y aprendí, el psicoanálisis es mi casa". Silvia López acaba de publicar su novela Diván francés por Paradiso, donde antes ya habían salido El cerco rojo de la luna y Cálculo y presentimiento. Es Doctora en psicología clínica y trabaja como psicoanalista, también es docente y ha publicado numerosos ensayos y artículos en la materia. "Busqué primero la literatura, el psicoanálisis después. Es posible que una cosa haya llevado a la otra. Las novelas, si son buenas, me dan curiosidad. De chica me atormentaron algunas temas, la locura, el suicidio, la traición, el desengaño. ¿Por qué Karenina se arroja a las vías del tren? ¿Por qué en la misma estación de trenes donde conoció a Vronski? Quizá podría tener una segunda oportunidad con Aleksei. En cuanto a Bovary: ¿qué le pasa a Emma con el dinero? ¿Por qué se endeuda así? Y ese final con arsénico, tan agónico. Y antes, el joven Werther: ¿se trata de las cuitas de Werther? ¿Los sufrimientos de Werther? ¿Las desventuras de Werther? En cualquier caso, nada es lo mismo, me importaba qué clase de padecimiento le adjudicaban las traducciones. A veces, esa clase de preguntas las sigo teniendo. No descanso, hago hipótesis, pienso en los rumbos que podría haber tomado el personaje. No leo del todo en calma", cuenta.

"Cuando escribo aprovecho todo, mi labor, mi estado de ánimo, la luz que entró por la rendija de la persiana, la conversación que mantienen los de la mesa de al lado, la última película que vi en el cine, lo que soñé mientras dormía y el ruido que me despertó. Aprovecho todo, cada detalle, es lo mejor de escribir. En El cerco rojo de la luna describo un manicomio donde se realizan los deseos, en Diván francés recorto una historia a partir de las sesiones de análisis, no podría decir que no utilizo elementos de mi profesión", agrega esa mujer que empezó leyendo a los clásicos de modo obligatorio en el colegio. "En mi casa se leía a los autores del boom latinoamericano. Mi madre se sentaba a la mesa y hablaba de Santa Maria, el pueblo de Juan Carlos Onetti, como si fuera algo que podíamos encontrar a la vuelta de la esquina. Creo que entré en la literatura por esas dos vías. Fueron mis rutas, mi calle principal". Igual que Ioskyn, López cita a Freud y su reconocimiento de una deuda con los poetas: "Ellos siempre están un paso adelante de los psicoanalistas". 

"El psicoanálisis es mi trabajo y también es, desde luego y sobre todo, un saber y una relación con el saber. La literatura es magia. Así que me propongo eso: hacer magia", dice Edgardo Scott, autor de libros como El exceso, editor en Club5 y uno de los integrantes del Grupo Alejandría originario. "No era tanto que quería estudiar psicoanálisis sino hacer/empezar un análisis, y de hecho, al poco tiempo lo hice. Pero es cierto que cuando me topé con el primer módulo del CBC de entonces, en la cátedra de Barros, los textos de la bibliografía -Freud, Lévi-Strauss, Lacan, Miller, Saussure, etc.- me deslumbraron. Me recibí muy joven, hice la carrera muy rápido. Con la literatura es distinto, porque tiene que ver con una vocación o llamado artístico. Tengo un amigo que si no hace deporte o mira deportes, se angustia; le falta algo, el deseo, lo más trascendente. La literatura es una de las formas privilegiadas del deseo en mi vida. La más fuerte. Si bien la literatura y el psicoanálisis son prácticas distintas, es cierto que las dos son prácticas de la palabra. Sería grosero o tonto decir que ni escribo con la teoría –o peor la práctica psicoanalítica– ni atiendo con la literatura".

"A quién no le hubiera gustado atender a Kafka", fantasea, y sigue: "Estoy seguro que algunos suicidios ejemplares posiblemente se hubieran evitado con un análisis. Aunque eso hubiera sido malo para la literatura". Pero ¿cuál es el vínculo, para él, entre estos dos ejercicios? ¿Existe? ¿Hasta dónde? "Se escribe con las lecturas (con el saber), pero también se escribe con la ignorancia: con los fantasmas y las pasiones. Por eso es ingenuo pensar que el psicoanálisis asiste de algún modo a la literatura. O es infame. Aquellos escritores que han usado al psicoanálisis en sus textos sin evacuarlo, se podría decir, aprovechando al psicoanálisis, que están haciendo síntoma en la literatura. Ahí hay una diferencia muy sensible y sencilla. Cuando se piensa que el psicoanálisis daría herramientas, para la ficción, para construir personajes, etc., ahí se confunde al psicoanálisis con la psicología. Cuando escucho 'la psicología del personaje', me río abierta o secretamente. Son supersticiones. Fórmulas. Pavadas", remata.

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