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María Teresa Andruetto: "Cuando se escribe la libertad es relativa"

Por Gustavo Yuste

La escritora cordobesa acaba de publicar Aldao (Literatura Random House, 2023), una novela coral que recorre una de sus grandes obsesiones literarias: la maternidad en contextos de precariedad. 

 Por Gustavo Yuste. Foto de Hugo Suárez.

       

El nombre de María Teresa Andruetto es uno de los más importantes de la literatura argentina contemporánea. Nacida en Arroyo Cabral, Córdoba, en 1954, fue la primera autora en español en hacerse del prestigioso premio Hans Christian Andersen (2012), galardón también conocido como el Premio Nobel de la literatura infantil. 

Andruetto se mueve con mucha ductilidad entre géneros. A lo largo de su obra se pueden encontrar cuentos, novelas, ensayos y poemas que abordan distintas obsesiones e intereses. Su más reciente publicación, Aldao (Penguin Random House, 2023), trae una narradora que reconstruye su historia marcada por la precariedad y la oscuridad propia de la dictadura cívico militar y la maternidad en la clandestinidad. 

Desde su casa ubicada en un paraje de las Sierras Cordobesas, Andruetto cuenta que ese interés por las mujeres sosteniendo hogares viene desde su infancia, incluso antes de sus comienzos como escritora: “También me despertaba mucho interés las historias de mis ancestras, incluso mucho antes de que se hablara de ancestras como ahora. Toda mi familia se basó en historias de mujeres sosteniendo los hogares, el cuidado e incluso la vida me llevó a ese lugar”. 

Aldao recupera un terreno ficcional ya creado por Anduetto en Lengua Madre (Literatura Random House, 2010), el cual se compone de lugares reales y, al mismo tiempo, deja lugar a la imaginación. En esta ocasión sirve para recuper las experiencias de Oliva, lugar en donde creció y albergaba al Neuropsiquiátrico Emilio Vidal Abal: una institución que albergó a más de 7000 pacientes y que fuera denominado el hospital psiquiátrico más grande de la región. “A mí la cuestión de egocéntrica de poner mi escritura al servicio de mi propia vida y darla a conocer no es algo que me atraiga ni que pueda ser interesante para otros. Sí tengo un caudal de experiencias y cosas oídas, lo que me permite construir una metaforización de ciertos espacios sociales”, adelanta. 

 

¿Cómo surgió la escritura, la idea de Aldao

Lo primero que apareció fue una voz, muchas veces es así: una frase, un par de frases que me traen un tono y yo me empiezo a preguntar quién podría decir eso. Esa frase trajo consigo un lugar en donde yo viví, un lugar duro y de alta formación como persona para mí. Claro que a mí no me han pasado todas las cosas que suceden en el libro, pero esa voz con la que empieza la novela y ese lugar fue lo primero. Mejor dicho, la idea de un lugar donde pudiera pasar gente que está en la mala por distintas razones. Yo he vivido en tres lugares así entre mis veinte y treinta años, por lo que pude sintetizar eso como un solo lugar. Después, yo ya tengo adentro mío ese territorio ficcional que es Aldao, que ya aparecía en otras novelas, una suerte de alter locus del pueblo en el que yo me crié. Es una metáfora de un pueblo de llanura, atravesado por la migración y con la presencia de un espacio relacionado con la locura. Entonces surgió la idea de que toda esa gente que venía en la mala, era oriunda de Aldao, por lo que ajusté algunas cosas. Uno siempre va y viene en lo ya escrito, cuando se escribe la libertad es relativa: está al comienzo, pero después hay una dialéctica, hay un proceso de autoconstrucción de la obra. Eso hace que uno se sorprenda al releerse después de mucho tiempo, porque es verdad que uno no escribió ese texto solo, es uno con las zonas que no se conocen. Si uno de lo deja ser así, claro, no conducido por la razón. 

Retomo algo que señalabas al principio. La oralidad tiene un factor muy importante en tu escritura, ¿no? Tanto en tu narrativa como en tu poesía. 

Sí, a mí me interesa mucho. Me parece que en la oralidad está lo más vivo de la escritura, de la lengua en realidad. Porque ahí está la diversidad que habita en nuestras bocas. Entonces, si uno trabaja con una lengua más literaria -como sucede en algunas partes de Aldao, que son más poéticas-, puede introducir también la búsqueda de la oralidad, la diversidad y la voz social. En esa diversidad de voces, en su forma de decir, trae a la página una forma de vivir, una subcultura, una época, una geografía. Yo me he criado en la Pampa gringa, que tiene un habla muy distinta al noroeste o el sur. Son matices de una misma lengua. 

La decisión de construir a Aldao como un lugar ficticio que se alimenta de otras zonas, ¿qué desafíos te genera? ¿Trae más libertades?

Por supuesto, porque en mi interés no está contar la realidad de un lugar psiquiátrico o de un pueblo. Tampoco me interesa contar mi propia vida, que tampoco hay cosas tan interesantes que contar. ¿Quién dijo que no hay vida más aburrida que la de los escritores que se la pasan sentados escribiendo? Por supuesto que hay autores que tuvieron una vida llena de avatares que hacen interesante la autoficción, o como hace Annie Ernaux: tomar la propia vida para, de un modo etnográfico, hablar de una clase social. A mí la cuestión de egocéntrica de poner mi escritura al servicio de mi propia vida y darla a conocer no es algo que me atraiga ni que pueda ser interesante para otros. Sí tengo un caudal de experiencias y cosas oídas, lo que me permite construir una metaforización de ciertos espacios sociales. Si yo quisiera hacer un trabajo sobre el Neuropsiquiátrico Emilio Vidal Abal, de Oliva, capaz interese a un grupo reducido de personas. Pero si metaforizo, permite abrir la lectura, el juego. A mí me interesa mirar a los personajes para ver cómo se refleja lo macro en lo micro, la vida social. Después aparecieron otros lugares, otras experiencias, que yo fui entremezclando para construir las vidas de los personajes. Mucho de lo que pasa está en restos de mi memoria, un gran depósito de imágenes emotivas que tengo sin saber para qué. Por último, cuando estaba escribiendo, también entró y apareció la pandemia. 

¿Pudiste tomar distancia de un tema tan urgente?

Sí, porque tampoco me propuse escribir sobre la pandemia. Yo estaba encerrada, entonces decidí que la narradora principal también. Apareció relacionado con la historia misma. Para mí, la cuestión es ver cómo los asuntos pueden aparecer encarnados en una historia. Es decir, no por fuera, no de manera teórica, sino desde los personajes, desde lo más pequeño. 

¿Y en qué momento sentiste que el texto necesitaba de otras narradoras? ¿Fue siempre el plan inicial?

No, no fue un plan. Yo escribí la primera parte de esa narradora principal y de repente esa fuente se agotó, hubo un hiato de escritura me acuerdo. A veces me pasa que escribo, avanzo, me detengo. A veces para siempre. En algún momento, después de ese hiato, surgió la pregunta de qué le podía estar pasando a esa hija que ya era grande. Paralelamente yo estaba borroneando unos poemas, y algo de esa voz se cruzó en el medio. No es que yo tenga un programa o una rutina, nunca trabajé así. Me manejo más con oleadas de deseo, de intuiciones. Yo espero a las voces, no me apuro. Por eso también me fui a un archivo de algo escrito que bien podía ser la voz de Hilaria, que es la generación de mi madre. Y ahí pude aprovechar algunas cosas, muy metaforizadas, de la vida de mi madre. Lo mismo ocurrió con la investigación fraguada sobre la psiquiatría y el personaje asesinado - desaparecido por la dictadura.  

La dictadura es un tema recurrente en Aldao, pero también en tu obra. ¿Qué te motiva a detenerte en esos años?

Aunque parezca raro, no es programático. Devino programático en la frecuencia, pero yo no me propuse narrar la dictadura. Creo que aparece porque está muy presente en mi caudal de experiencia. Tenía 21 años cuando llegó el Golpe de Estado, lo que se traduce como una etapa de la vida en la que uno se forma, toma grandes decisiones. Nada de lo "normal" para esos años le pasó a la gente como yo, que tenía algún tipo de compromiso previo. Por ejemplo, yo fui a buscar el título y empecé a dar clases al final de la dictadura, aunque me había recibido en el 75. Pero no quise pisar la universidad, me daba temor, estuve lejos también. Tenía mis razones para ese temor. Sin embargo, la presencia de la dictadura llevó mi vida hacia otro lugar, porque mis ambición no era ser escritora, yo quería ser profesora de Literatura Argentina y Latinoamericana en la Universidad. La dictadura provocó un desvío: en esos años de soledad, amargura, incomprensión, no sabíamos cuándo iba a terminar la dictadura tampoco, me puse a escribir. Por supuesto, yo publiqué mucho después de la recuperación democrática, pero sí escribí como una suerte de compensación de lo que no podía hacer. 

¿Te provoca el crecimiento de posturas negacionistas o reivindicadoras para con la dictadura cívico militar que crecen en el terreno político?

Me preocupa mucho en los jóvenes, sobre todo en aquellos que ya han salido de la escuela. Desde el 2006, el hecho de que haya una ley que haga que la escuela tenga que hablar de la memoria en el mes de marzo ayuda a que haya un cambio de conciencia. Pero muchos jóvenes se han desinteresado de leer sobre las situaciones del país. Incluso se ve a la dictadura como algo despegado de las problemáticas de hoy, lo cual es muy problemático. 

Volviendo a Aldao, una de las temáticas que atraviesa a la novela es la maternidad. Esta es una obsesión que se puede ver en tu obra en general, ¿coincidís?

Ahí sí sé que va mi ojo a las mujeres y a las mujeres madres especialmente. Pero es algo incluso anterior a la escritura: desde muy chica que observo a las maternidades. En mi infancia, durante algunos años vivimos de un modo muy precario con mis padres, aunque ellos siempre me protegieron gracias a su formación cultural. Mis nueve años transcurrieron en un conventillo a las afueras de un barrio, y ahí vi muchas mujeres solas con niños, las violencias que sufrían, no sé decirte qué pensaba esa niña, pero ya notaba la diferencia con el mundo de los varones. También me despertaba mucho interés las historias de mis ancestras, incluso mucho antes de que se hablara de ancestras como ahora. Toda mi familia se basó en historias de mujeres sosteniendo los hogares, el cuidado e incluso la vida me llevó a ese lugar: yo me separé muy joven, lo que hizo que tenga que sostener mi casa y la vida de mis hijas. Mi hermana murió muy joven y también participé de la crianza de mi sobrina. En resumen, mujeres sosteniendo vidas de personas más chicas. Eso siempre me llamó mucho la atención, una suerte de empatía de base que después se intelectualizó.


¿En qué momento sentiste que eso estaba pasando?

En los años 80, ya divorciada y sostén de hogar, yo tomé unos talleres con mujeres en barrios muy precarios. La idea era para conversar sobre la condición de las mujeres y lo literario, incentivar la lectura. Decidí llevar textos de autoras para leer fragmentos y después conversar sobre su vida. Ahí tuve conciencia de que cuando estudié Letras, prácticamente no leímos escritoras mujeres. Entonces me propuse citarlas cuando hablar de Literatura, cuando me consultara, en mi escritura misma. Mucho después empecé a tener un blog sobre narradoras argentinas y unas notas para La Voz del Interior. Todo eso devino en la colección "Narradoras Argentinas" que hacemos para la editorial EDUVIM, junto a Juana Luján y Carolina Rossi, y que empezó en el año 2010. La idea siempre fue publicar narradoras que consideramos olvidadas. 

Desde esos años, a la fecha, ¿creés que el panorama cambió? 

Muchísimo, porque con esa colección remamos mucho al principio, porque por supuesto no es un proyecto que otorgue grandes ganancias. Entre 2010 y 2015, fue un contexto de dificultad, pero después del primer Ni Una Menos, la cosa empieza a cambiar. En estos últimos años, incluso, fue en un in crescendo, por lo que encontramos que la colección está citada por todos los espacios que trabajan con género, tanto en Argentina como En América Latina. En diciembre del año pasado, por ejemplo, fui invitada a un seminario de Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM) para un seminario de autoras olvidadas. Eso nos pone muy contentas a nosotras y también a la editorial, por supuesto. 

¿Y en tu escritura cómo influye ese interés especialmente?

Siempre hay el mismo mecanismo en mí: al principio hay una empatía doméstica, un interés personal, que se va extendiendo a algo más grande. En este caso, ¿cómo una mujer puede sostener la vida de sus hijos? Todo eso viene desde mi infancia. 

Teniendo en cuenta la gran variedad de géneros que recorre tu obra, ¿en qué momento del texto tomás la decisión de la forma final?

No siempre sé racionalmente, es una intuición también. Pero ya sabemos que la intuición es un tipo de conocimiento que no ha sido racionalizado. En general, el cuento nace de una escena que veo, que suele ser el remate de algo. Entonces, me pregunto cómo empezó eso. La novela, en general, es al revés: hay una voz que indica la apertura hacia algo que no sé lo que es, por lo que tengo que abrir la puerta para ver hacia dónde va. Es más incierta la novela que el cuento, porque no sé hacia donde voy. Esto, siempre, en líneas generales, porque puede fracasar, y tengo muchas cosas que no terminé nunca. Después, la poesía es otra cosa, suelo ir muy de tanto en tanto. Depende mucho menos de mi cabeza, ya que son periodos en los que estoy más frágil. He ido a la poesía para escribir cosas más propiamente mías, como los duelos o el alzheimer de mi mamá, por ejemplo, o la maternidad de mi hija. Son cuestiones más inesperadas y más emotivas, mucho más ligadas a mí misma. Por último, para el ensayo, retomo algo muy hermoso de Joan Didion, que habla de la diferencia entre el ensayo y la novela. Ella dice que la novela lleva a una zona de oscuridad y una no siempre tiene ganas de meterse ahí, mientras que el ensayo está escrito en un lugar lleno de luz. Es como si se escribiera desde más arriba. Podemos pensarlo así: el ensayo escrito en la cabeza, la novela y el cuento en el pecho y, más hondo, en las víceras, la poesía. 

Hablando de poesía, justo antes de la pandemia salió tu poesía reunida por Ediciones En Danza. ¿Qué te produjo ver en perspectiva esa parte de tu obra?

Fue algo muy lindo que me propuso Javier Cófreces, el editor. Son cosas que me gustan de los editores, cuando ellos se entusiasman, cuando es el otro el que propone. En este caso, a una la toman por sorpresa, porque me hace pensar si me estoy por morir (risas). Él me escribió en un momento cuando no hacía mucho habían salido algunos libros míos por separado. Entonces yo le pedí que esperáramos un poco más que circularan esos títulos y él lo aceptó sin problemas. Después yo le pedí que tuviera un diseño invertido en el tiempo y que se pudieran leer primero los textos más nuevos, incluyendo incluso algunos inéditos. A Javier se le ocurrió que pudiera tener fotos, que hacen un recorrido de mi vida y dialogan con algunos poemas. Después, concordamos en que la tirada fuera de 1000 ejemplares, algo no tan común. Pero yo confiaba en qué podían venderse circular, yo confío mucho en mis lectores, porque siento que un autor también construye a esos lectores activos. En el medio, entró en una compra del Estado, lo que generó más movimiento aún, y nos puso muy contento a los dos. A mí, particularmente, porque con esa venta grande pude ayudar a una de mis hijas que estaba construyendo su casa. 

Por último, y de la mano con lo que charlábamos, ¿sentís que hay un mayor interés por la poesía por el público lector?

Por supuesto, se puede ver en propuestas como el Festival Poesía Ya!, que tuvo 40.000 visitantes, personas haciendo fila para ingresar a charlas o lecturas. 40.000 personas no son 40.000 poetas o investigadores de poesía. También sucede que muchas veces se repiten cosas que no son verdad o que se han ido transformando, como es el caso de que la poesía no despierta interés o no se lee. Hay una gran cantidad de lectores que se mueven, que buscan, que exploran. Yo vivo en una población pequeña, de mil habitantes, pero que está cerca de un pueblo de 12.000 habitantes que tiene tres circuitos fijos de poesía todas las semanas. Ser jurado del Premio Storni también me genera una gran felicidad, más aún si se llama "Storni". La gran Alfonsina estuvo muy presente desde mi infancia, mi mamá se sabía muchos poemas de ella. 

   

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