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Santiago Loza y sus excursiones poéticas

Foto: Leandro Teysseire

“Tal vez mi acercamiento a la poesía está en esas zonas líricas de la dramaturgia, donde la escritura deja de ser funcional a la trama”, explica el guionista, dramaturgo y director, que acaba de debutar con su primer libro de poesía.



Por Valeria Tentoni. 


Son meses agitados para el cordobés Santiago Loza: el guionista, escritor, dramaturgo y director nacido en 1971, que venía de publicar Diario inconsciente (Bosque Energético), acaba de lanzar su primerísimo libro de poemas, Noventa y nueve naturalezas muertas, por el sello Gog & Magog.  

Los poemas, de trazos breves y profundos, fueron trabajados en el taller al que asiste con la poeta y traductora Laura Wittner, y suponen su debut en ese mundo al que también entró por otro portal que le es más familiar: el cine.  Y es que Loza acaba de estrenar Amigas en un camino de campo, película que escribió y dirigió guiándose por poemas de Roberta Iannamico.  

Las piezas de la autora de El collar de fideos o El arte de escribir al sol que protagonizan varias de las escenas y ocupan no pocos parlamentos de ese film que funciona, también, como un homenaje a la cadencia y al tiempo lento y concentrado de los versos. 


Noventa y nueve naturalezas muertas es tu primer libro de poesía, ¿Cómo te acercaste al género? ¿Qué podés contarnos de tus incursiones, primero, como lector, y luego del llamado a escribirla? 

Sí, el libro es el primero de poesía. Pero tal vez había otros intentos previos, acercamientos más pudorosos. Escribo o escribía teatro, cuando comencé a escribir esos textos para la escena me interesó cierto trabajo con el lenguaje que no podía desarrollar en los guiones de cine, que era otra escritura que solía practicar. Tal vez mi acercamiento a la poesía está en esas zonas líricas de la dramaturgia, donde la escritura deja de ser funcional a la trama. Como lector soy y fui alguien desordenado, leo mezclado, abandono, retomo; la poesía era algo que me llegaba por lo que leían amigas o amigos. Leía cada tanto, sin continuidad y hace unos años se volvió recurrente, necesité hacer de esa lectura algo más cotidiano. 

Laura Wittner escribe la contratapa, si no entendí mal sos alumno de su taller de poesía. ¿Qué podés contarnos del vínculo con tu maestra y, en especial, en relación a este libro? 

Lo que mencionaba antes, el taller me dio ciertas líneas de lectura de poesía, se leen, se trafican poemas. Voy al taller de Laura desde el 2020, cuando comenzó el encierro pandémico. Quise intentar, dudando como hago con todo, pero me quedé. Permanezco. Escuchar a Laura, leerla, seguirla, esperar, estar atento a la poesía de las compañeras, escucharlas, ha sido crucial en estos años. El taller es un mundo paralelo a otras escrituras. Laura es minuciosa, delicada en la forma de señalar, inspiradora. El libro es lo que escribí en el taller. Las naturalezas muertas surgieron de un ejercicio que yo seguí, fui buscando. Armé un pequeño plan, una cifra a la que quería llegar, totalmente arbitraria. Me sirve armar ese tipo de planes, proyectos un poco inútiles. Cuando terminé ese listado. Continuaron otras series, fui a aprender acuarelas y se armó otro pequeño plan, y así con otras vivencias. Vuelvo al taller, a llevar lo que voy pescando en el afuera. Llevo, pruebo, lo expongo, ahí me siento cuidado. 



"Un ritmo lánguido pero decidido", predica Wittner sobre tu poesía. Esta misma descripción podría ajustarse a tu película Amigas en un camino de campo, hay algo melancólico, también suave, de "colores densos que se disuelven", ¿qué podés contarnos de esta tonalidad que hermana estas dos obras? 

Puede ser que tengan algo del temperamento que da comenzar a envejecer. Se me ocurre eso, como si algo del orden de la ansiedad hubiera cedido un poco. La película narra una caminata, un divagar, va mostrando un espacio a ese ritmo, el del paseo. Supongo que con la escritura de la poesía sucede algo parecido, voy muy despacio, intentando, de a poco. Siempre creí que de manera circunstancial hice películas, pero nunca me pude auto percibir como director de cine, y de manera circunstancial escribí estos poemas. Llegué a esto, tengo ganas y curiosidad de continuar, pero no sé qué pueda suceder. 

En el estreno de la película, la definiste como "una película simple, muy simple". ¿Qué poder encontrás en la simpleza para contar mundos?  

Es lo que me sale. Supongo que cuando hago una película sucede algo en el proceso que tiendo a sintetizar. Trabajo en cine con presupuestos acotados, con lo que tengo intento armar algo que vaya más allá de su carencia. No sé si hay algo análogo con la escritura, tal vez sí. No soy alguien memorioso, tiendo a la dispersión, leo pero me cuesta mucho citar, buscar referencias, mi paciencia es limitada, puede que algo de la escritura tenga que ver con impulsos muy básicos. Tal vez por algo de todo eso me sale lo simple. También porque la vida tuvo sus complicaciones y la escritura fue acompañando, dado un orden provisorio y necesario. 

En la película trabajaste con poemas de Roberta Iannamico, alguien que también valora mucho la simpleza. ¿Cómo te acercaste a su poesía, cómo decidiste dejarte guiar por sus versos para componer una película entera? 

Es que la poesía de Roberta trae además una espacialidad, eso para mí era muy cinematográfico. La relación que tiene esa poesía con la naturaleza, cómo la enuncia y la vive. En ese sentido había algo de esos poemas que marcaba una forma que tendría la película. Y había un poema en especial que estructuraba el tramo final de la película. Era hermoso trabajar con esos poemas y entrar en un diálogo en relación a lo visual y a otras sonoridades que tiene la película.


 


"No me sale lo concreto/ hago abstracciones": en un poema que se dedica al taller de acuarelas podemos ver también algo así como un arte poética que podía aplicarse, quizás, a toda tu obra. ¿Qué idea de abstracción te rige, por qué te interesa ese camino? 

Creo que algo de lo que decía antes, lo errático, lo misterioso, aquello que no se puede nombrar del todo, eso me interesa como materia de escritura, del cine. No poder definir bien, mis titubeos. Cuando escribo ficciones los personajes están empujando el límite de lo ordinario, esa estrechez de la existencia. Tal vez intentar la poesía tiene que ver con ese mismo impulso, ir un poco más allá de los límites que ponen las cosas, eso que se denomina realidad y todo su peso. 

Hay algo quizás oriental en Noventa y nueve naturalezas muertas, ejercicios que te acercan al haiku y a un estado de observación encantado. También en tu última película las imágenes ganan espacio en la pantalla, hay muchos momentos de simple placer observatorio. ¿Qué podés decirnos de la observación, de la composición de las imágenes o de la imagen como idea en sí misma? 

Me pasa en los rodajes que disfruto de los planos donde ya no hay presencia humana, donde quedan los restos de la escena, se termina esa presión de que algo tenga que salir bien. Esos planos de restos, creo, son como naturalezas muertas. Lo que sería en otras películas planos de transición, para mí, se vuelven parte crucial. Me detengo en eso que no tiene ninguna practicidad para el relato, en ese recorte que alude a la vida que hubo. Me gusta obligarme a esperar, aquietarme, acompañar la lentitud que se va instalando en mi cuerpo, también en la mirada. Y en esa no resolución, en estar frente a las cosas y mirarlas por sus formas. El cambio que la luz produce en las superficies, el clima. Tal vez el haiku es una forma que me acercaba de joven a la poesía. Las naturalezas muertas, los bodegones, eran considerados en algún momento como una pintura menor, eran la parte inferior de algunos cuadros. Me pasa que no suelo tener demasiada concentración en lo importante, entonces miro a los costados, a eso que suele quedar fuera de cuadro, a lo que apenas resplandece. 

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