El producto fue agregado correctamente
Blog > Ensayos > Bienvenida a Saer
Ensayos

Bienvenida a Saer

Por Marina Closs

La escritora misionera, nacida en 1990 y autora de libros como Tres truenos (Bajo la Luna), avanza en este breve ensayo vehemente sobre los motivos que la alejan de la lectura del autor de obras como Glosa y El entenado, considerado uno de los más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX. 

Por Marina Closs.

 

No soy lectora de Saer. Un primer motivo es que, cada vez que alguien lo menciona, menciona también un libro por el que “Saer tiene que empezarse”. Como si Saer fuese una especie de curso al que uno está condenado. Por argentino intelectual. Eso quizá fue lo que destruyó varias veces mi iniciativa y me generó algún tipo de rechazo. De cansancio pre-comienzo.

Después, vino el hecho concreto de que leí la primera página de Glosa y me sentí completamente perturbada por el aburrimiento. Quiero defenderme: yo leo sin ningún problema cosas retorcidas, condensadas, cosas absolutamente serias, cosas planas, sin sucesos, cosas vagas. Cualquier tipo de cosas. Pero Saer. ¡Saer! Realmente me siento y me pregunto ¿qué es lo que tiene para desinteresarme tanto? ¿Cómo es que logra que yo no pueda leer al hilo ni siquiera dos páginas?

Así que finalmente traté de pensar en algunos motivos y llegué a diferentes conclusiones. Quiero presentarlas aquí muy ordenadamente, para que mi disgusto deje de ser solamente una cara de odio y un gesto exagerado de desaire.

Una primera cosa que detesto son sus ripios. Obsérvese el siguiente párrafo:

“(…) permanecí todavía unos minutos contemplando el espacio vacío que habían estado ocupando, como si hubiesen dejado, detrás de su presencia bulliciosa, algo impalpable y benévolo que despertaba, en quien llegaba a percibirlo, no únicamente dicha sino también compasión por una especie de amenaza ignorada y común a todos que parecía flotar en el aire de este mundo”.

De acuerdo: para el no iniciado, este montón de comas sin escrúpulos es el estilo de Saer. Uno avanza siempre tropezando. En él, más allá de las comas de por sí agotadoras, encuentro que es ripio “en quien llegaba a percibirlo”. Ripio en el sentido de que no aporta, solo ocupa un espacio rítmico: pero un exceso de espacio. Y encima hablar de “el espacio vacío que habían estado ocupando”, no sé. Suena gris y largo.

Digo ripio, porque creo que la prosa es solamente otra manera de ordenar los versos. Y, en este sentido, no niego que Saer sepa componerlos. Me disgusta, en principio, cómo los ordena. En este caso, los fragmentos entre comas (que encuentro quedan como colgando y balanceándose, un poco como harapos) sostienen el ritmo, pero al mismo tiempo vacían la imagen, la arruinan un poco. Es como si la temiesen y la retrasasen. Esto es muy saeriano: una especie de lentitud compulsiva. Que, otra vez, yo encuentro más retórica que iluminada.

Retórica: ¿por qué explica con tantos detalles y solemnidades gestos simples como el de comerse algo con la mano o prender un fuego? Está bien, se me dirá que es porque eso es justamente la literatura: una descripción innecesariamente rigurosa. Pero no. La literatura podrá ser una descripción innecesariamente rigurosa que alumbra o asombra. Pero para descripciones solamente rigurosas, las ganas de leer nunca alcanzan. Mi crítica podría aplicarse a El entenado casi una vez por hoja. Siempre describe con gran solemnidad y rigor acontecimientos más bien insignificantes.

Entre el motivo del ripio y la retórica, debería también figurar este párrafo:

“El recuerdo de un hecho no es prueba suficiente de su acaecer verdadero, del mismo modo que el recuerdo de un sueño que creemos haber tenido en el pasado, muchos años o meses antes del momento en que estamos recordándolo, no es prueba suficiente ni de que el sueño tuvo lugar en un pasado lejano y no la noche inmediatamente anterior al día en que estamos recordándolo, ni de que pura y simplemente haya acaecido antes del instante preciso en que nos lo estamos representando como ya acaecido.”

Bueno, en verdad, creo que ahí se reúnen todos los motivos para disgustarme. Hay, por lo menos, dos ripios, además de dos millones de comas y todas las apariciones del verbo “acaecer”, que, con “acontecer”, pueden llegar a considerarse los dos personajes principales de su obra.

¿Y qué quiere decir con todo esto? Algo así como: el recuerdo de un hecho no es prueba de que haya ocurrido, del mismo modo que el recuerdo de un sueño no es prueba de que ya se lo haya soñado. Es decir, acaece que tuve que leer unas cinco veces esta oración para entender algo tan absolutamente trivial como la idea que acabo de formular. Es como terminar las palabras cruzadas más exigentes de toda una vida y descubrir que la frase oculta era una publicidad de champú. Alguien tendría que haberle gritado:

–¡Saer! ¡es ahora o nunca! ¡una coma más y estás frito!

O simplemente:

–¡Saer! Ejem… ¡basta!

Otra fuente de disgusto: su vocabulario. La finitud, el infinito, la infinidad y la eternidad y bueno, ya creo que es suficiente en el mundo con un solo Borges. Por todas partes, también, el motivo de la presencia/ausencia, que siempre me provoca una especie de bostezo mental. La realidad, lo real, todo ese menjunje. Está como hecho para un estudiante de teoría y análisis. Y qué estéril a la hora de armar metáfora. El presente, la ausencia, la presencia, qué agotador. Uno quiere mandarlo a desdoctorarse. “El invierno trajo más realidad”. ¿Más? ¡Por Dios, Saer! ¡Basta!

A veces me parece que su literatura hasta cumple con una de las reglas de oro de la crítica académica mediocre: decir lo menos posible usando las palabras más largas y abstractas que uno encuentre. Pero, momento, revisemos. Esto que estoy diciendo es injusto. Saer nunca es malo. Ni siquiera mediocre. Solamente es desapasionante. Y lento… ¿para sorprender?

No es mediocre. Es un escritor hecho y derecho, de esos de los que las contratapas dicen “de linaje”. Yo siempre tengo la pasión (o la paciencia) de clasificar el mundo en tipos de cosas. No es que sirva de mucho, solamente causa una especie de alivio barato. Y entre mis clasificaciones, hay una que es sobre escritores y dice: están los que escriben para comunicarse y están los que escriben para incomunicarse. Y los que escriben para incomunicarse logran algo que yo encuentro muy hermoso, muy valioso. Que, en fin, quizá es lo que más aprecio. No entran en diálogo, sino que más bien cierran el diálogo con lo inmediato. Empiezan una conversación con algo lejano o ajeno. Además, uno puede adivinar en sus voces la extraña y feliz sensación de que nadie va a escucharlos y, por eso justamente, van a atreverse a decir algo importate.

Este estado incomunicativo, pienso, hace sentir que sus obras están rodeadas por una especie de halo de silencio. Es realmente todo lo contrario a la retórica. Creo que una literatura hecha para la comunicación nace inmediatamente sin silencio alrededor y, de esa manera, suena para siempre un poco hueca.

En fin, hay, sin dudas, un silencio alrededor de la obra Saer. Eso es indiscutible. Es decir, no estoy afirmando que no sea un gran escritor, no estoy discutiendo su status. Solo que tiene algo, ¿cómo decirlo? Soso. Quizá incontinuable. En ese sentido, acaso discuto su centralidad actual. Yo encuentro que ya se nota en él que Borges es mala influencia. Porque Georgie promueve la mueca. Hay cosas que en él son tolerables porque, bueno, nos disgustaron en él, quizá, por primera vez. Pero después de Borges no son tolerables. Son hasta un poco cómicas.

Momentos saerianos como:

“Puede decirse que, desde que los indios fueron destruidos, el universo entero se ha quedado derivando en la nada”.

¿No son una morisqueta de cualquier cosa que haya escrito Borges? Quiero decir, ¿no genera Borges en la humanidad escritora el tic de conectar la existencia del universo entero con pequeños mundos u objetos descriptos como ligeramente insignificantes?

En fin, no hay que hacerlo, no hay que hacerlo. Y sin embargo, lo cierto es que hay varias cosas que Borges no hizo y en las que justo Saer, lamentablemente, no lo imitó. 

Primero: Borges no tuvo el mal gusto de escribir una novela.

Segundo: no permitía que la abstracción conceptual arrastrara por completo sus imágenes. Es más, lograba que el concepto alcanzase límites casi visuales.

En Saer, en cambio, yo creo que la cosa siempre se pone larga y además, es como si se entregase vergonzosamente al concepto: su propensión a la abstracción arruina, a veces hasta completamente, sus imágenes. Las metáforas, en vez de ser visuales, sensitivas, parecen más bien teóricas (en el sentido más moderno de la palabra). De la teoría como visión a la visión como amontonamiento de conceptos.

Así aparecen:

“La carnadura falsamente orgullosa de lo visible.”

“El amasijo anónimo de lo indistinto.”

“La incandescencia de lo sensible”.

O el mucho más burdo:

“Peso de la nada”.

¿Qué es todo esto? Bueno, simplemente voy a decir al respecto: algo soso, que arruina la cara afilada de la imagen. “Lo visible”, “lo indistinto” y “lo sensible” se parecen a lo soso. Tienen una especie de existencia densa y poco relevante. A esta altura, suenan además un poco pedantescos. Y con la ayuda de (citemos) “el peso de la nada”,  pienso que se produce en Saer un constante aplastamiento de todo lo vibrante por medio del mero (y conceptual) amontonamiento.

“Una red de latidos debatiéndose en el centro del acontecer.”

“Era como si volviesen no al propio hogar, sino al del acontecer.”

¿Quién es este acontecer? Que me lo presenten.

Y sigue:

“En ese ahora”.

¿Es ese ahora? Me deprime. No sé qué es. ¿El uso espacial del tiempo? No sé. ¿Las dificultades para decir simplemente “entonces”?

Pero aún hay más:

“Esa noche, después de su ausencia periódica, salió la luna”.

¿Se puede ser más rebuscado para decir “salió la luna”? Creo que, en alguno de sus malos garabatos, Borges sí lo logra. Se sabe: la luna es la ruina de unos cuantos.

Vamos con una cita larga, para que no me digan que abuso de lo absurdo del detalle:

“Y, sin embargo, son esos momentos los que sostienen, cada noche, la mano que empuña la pluma, haciéndola trazar, en nombre de los que ya, definitivamente, se perdieron, estos signos que buscan, inciertos, su perduración”.

Una quisiera sublevarse violentamente contra una oración como esta. Algo entre el presentimiento horrible de que siempre asomará una coma más, el cansancio retórico, los asuntos teóricos (el signo), en este caso, encima, personificado (¡el signo busca!), el adjetivo entre comas, que aviva el regusto solemne y de pronto: el concepto ¡su perduración!

Dios mío, creo que leí pocas cosas hasta tal punto insoportables. Como si se hubiese sentado a escribir pensando:

—Quiero ser el próximo centro del canon.

Y encima lo hubiese logrado. El cansancio, dios mío, el cansancio. Y eso que recién comienzo.

 

 

Artículos relacionados

Miércoles 24 de julio de 2019
La sabiduría del gato

El texto de apertura de El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo): "La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir".

Por Marc Augé

Lunes 23 de agosto de 2021
La situación de la novela en la Argentina

“El problema de discutir las tradiciones de la narración en la Argentina plantea, al mismo tiempo, la discusión acerca de cómo la literatura nacional incorpora tradiciones extralocales”. Un fragmento de la primera clase de Las tres vanguardias (Eterna Cadencia Editora).

Por Ricardo Piglia

Martes 16 de febrero de 2016
Morir en el agua

La sumersión final: algunas ideas en maelstrom alrededor de Jeff Buckley, Flannery O'Connor, John Everett Millais, Edvard Munch, Héctor Viel Temperley, Alfonsina Storni y Virginia Woolf.

Martes 31 de mayo de 2016
De la fauna libresca

Uno de los ensayos de La liberación de la mosca (Excursiones) un libro escrito "al borde del mundo" por el mexicano Luigi Amara, también autor de libros como Sombras sueltas y La escuela del aburrimiento.

Luigi Amara
Lunes 06 de junio de 2016
Borges lector

"Un gran lector es quien logra transformar nuestra experiencia de los libros que ha leído y que nosotros leemos después de él. (...) Reorganiza y reestructura el canon literario", dice el ensayista y docente en Borges y los clásicos.

Carlos Gamerro
Martes 07 de junio de 2016
La ciudad vampira

La autora de La noche tiene mil ojos, quien acaba de publicar El arte del error, señala "un pequeño tesoro escondido en los suburbios de la literatura": Paul Féval y Ann Radcliffe, en las "fronteras de la falsa noche".

María Negroni
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar