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Dar un paso mas

Por Alain Badiou

"Yo planteo no solamente que la filosofía es hoy posible, sino que la forma de esta posibilidad no es la del atravesamiento de un final. Muy por el contrario, se trata de saber qué quieren decir estas palabras: dar un paso más. Un solo paso". Un extracto de Manifiesto por la filosofía (Eterna Cadencia Editora).

Por Alain Badiou. Tradución de Irene Agoff.

 

No hay muchos filósofos vivos en Francia hoy en día, aunque haya más que en otros países, por cierto. Digamos que alcanzan los dedos de ambas manos para contarlos. Tan solo una decena de filósofos, en efecto, si entendemos por tales a los que proponen para nuestra época enunciados singulares, identificables, y si, en consecuencia, ignoramos a los comentadores, a los indispensables eruditos y a los vanos ensayistas.

¿Diez filósofos? ¿O más bien “filósofos”? Pues lo extraño es que en su mayoría dicen que la filosofía es imposible, que está acabada, delegada a una cosa distinta de ella misma. Lacoue-Labarthe, por ejemplo: “No hay que tener más deseo de filosofía”. Y casi al mismo tiempo, Lyotard: “La filosofía como arquitectura está en ruinas”. Pero ¿se puede concebir una filosofía que no sea de algún modo arquitectónica? Una “escritura de ruinas”, una “micrología”, una paciencia del “grafiti” (metáforas para Lyotard del modo de pensar contemporáneo), ¿tiene aún con la “filosofía”, se la tome en el sentido que sea, una relación distinta de la simple homonimia? Además: Lacan, el más preclaro de nuestros muertos, ¿no era acaso “antifilósofo”? ¿Y cómo interpretar que Lyotard solo pueda evocar el destino de la Presencia comentando a los pintores, que el tema del último gran libro de Deleuze sea el cine, que Lacoue-Labarthe (o en Alemania Gadamer) se consagre a la anticipación poética de Celan, o que Derrida necesite de Genet? Casi todos nuestros “filósofos” están en busca de una escritura desviada, de soportes indirectos, de referentes oblicuos, para que en el lugar presuntamente inhabitable de la filosofía advenga la transición evasiva de una ocupación del sitio. Y en el centro de ese desvío –el sueño angustiado de quien no es poeta, ni creyente, ni “judío”…– encontramos algo que aviva la brutal conminación referida al compromiso nacionalsocialista de Heidegger: ante el juicio que la época intenta contra nosotros, al leer el expediente de este juicio cuyas piezas mayores son Kolyma y Auschwitz, nuestros filósofos, cargándose el siglo sobre los hombros, y finalmente todos los siglos que vendrán después de Platón, decidieron declararse culpables. Ni los científicos, llevados muchas veces al banquillo, ni los militares, ni siquiera los políticos consideraron que las masacres de esa época afectaran gravemente a sus corporaciones. Los sociólogos, los historiadores, los psicólogos prosperaron todos ellos en estado de inocencia. Solo los filósofos interiorizaron que el pensamiento, su pensamiento, tropezaba con los crímenes históricos y políticos del siglo, y de todos los siglos de los que este procede, a la vez como el obstáculo para la menor continuación y como el tribunal de una alevosía intelectual colectiva e histórica.

Podríamos pensar, desde luego, que esta singularización filosófica de la intelectualidad del crimen peca de jactanciosa. Cuando Lyotard acredita a Lacoue-Labarthe la “primera determinación filosófica del nazismo”, da por sentado que tal determinación puede concernir a la filosofía. Ahora bien, sabemos que la “determinación” de las leyes del movimiento no le compete en absoluto a la filosofía. Sostengo, por mi parte, que ni siquiera el antiguo problema del ser-en-tanto-ser le competa exclusivamente: es un problema del campo matemático. Así pues, es perfectamente imaginable que la determinación del nazismo, del nazismo como política, por ejemplo, esté sustraída, por principio, a la forma de pensamiento específico que después de Platón merece el nombre de filosofía. Nuestros modestos partidarios del impasse en filosofía podrían muy bien mantener, retener la prosecución de la idea de que “todo” le compete a la filosofía. Sin embargo, hay que reconocer que el compromiso nacionalsocialista de Heidegger fue un resultado más de ese totalitarismo especulativo. ¿Qué hizo efectivamente Heidegger sino presumir que la “decisión resuelta” del pueblo alemán encarnada por los nazis era transitiva a su pensamiento de profesor hermeneuta? Plantear que la filosofía –y solo ella– es responsable de los avatares, sublimes o repugnantes, de la política en este siglo se parece a la astucia de la razón hegeliana hasta lo más íntimo del dispositivo de nuestros antidialécticos. Es postular que existe un espíritu del tiempo, una determinación esencial de la que la filosofía es el principio de captura y concentración. Empecemos más bien por imaginar que, por ejemplo, el nazismo no es un objeto posible de la filosofía, que no cumple las condiciones que el pensamiento filosófico pueda configurar en su orden propio. Que para este pensamiento el nazismo no es un acontecimiento. Lo cual no significa en absoluto que sea impensable.

Porque allí donde el orgullo se convierte en peligrosa carencia es cuando, del axioma que hace cargar a la filosofía con los crímenes del siglo, nuestros filósofos sacan las conclusiones conjuntas del impasse de la filosofía y del carácter impensable del crimen. Para quien supone que es desde el pensamiento de Heidegger como se debe mensurar filosóficamente el exterminio de los judíos de Europa, el impasse es, en efecto, flagrante. Se saldrá del aprieto manifestando que hay en esto algo de impensable, de inexplicable, un escombro, en definitiva. Estaremos dispuestos a sacrificar la filosofía misma para salvar nuestro orgullo: dado que la filosofía debe pensar el nazismo y que no puede hacerlo por ser impensable lo que ella debe pensar, la filosofía se encuentra en el pase de un impasse. 1

Propongo sacrificar el imperativo y decir: si la filosofía es incapaz de pensar el exterminio de los judíos de Europa, es porque pensarlo no es su deber ni su poder. Le corresponde a otro orden del pensamiento hacer que ese pensamiento sea efectivo. Por ejemplo, al pensamiento de la historicidad, es decir, de la Historia examinada desde la política.

Nunca es realmente modesto enunciar un “fin”, un acabamiento, un impasse radical. El anuncio del “fin de los grandes relatos” es tan inmodesto como el gran relato mismo, la certeza del “fin de la metafísica” se mueve en el elemento metafísico de la certeza, la deconstrucción del concepto de sujeto exige una categoría central –el ser, por ejemplo– cuya prescripción historial es más determinante aún, etc. Transida por lo trágico de su objeto supuesto –el exterminio, los campos de concentración–, la filosofía transfigura su propia imposibilidad en postura profética. Se adorna con los sombríos colores del tiempo, sin percatarse de que esa estetización también es un daño hecho a las víctimas. La prosopopeya contrita de la abyección es tanto una postura, una impostura, como la resonante caballería de la parusía del Espíritu. El fin del Fin de la Historia está tallado en el mismo material que este Fin.

Una vez delimitada la apuesta de la filosofía, el pathos de su “fin” cede el sitio a una cuestión muy diferente, la de sus condiciones. No sostengo que la filosofía sea posible en todo momento. Propongo examinar en general bajo qué condiciones lo es, en conformidad con su destinación. No hay que admitir sin previo examen que las violencias de la historia puedan interrumpirla. Sería conceder una extraña victoria a Hitler, y a sus esbirros declararlos, sin más, capaces de haber introducido lo impensable en el pensamiento y de haber consumado de este modo la cesación de su ejercicio arquitecturado. ¿Hay que concederle al anti-intelectualismo fanático de los nazis, tras su aplastamiento militar, la revancha de que el pensamiento mismo, político o filosófico, es sea efectivamente incapaz de medir aquello que se proponía aniquilarlo? Lo digo como lo pienso: sería matar por segunda vez a los judíos el que su muerte fuera causa de que concluyese aquello a lo cual contribuyeron decisivamente, política revolucionaria de un lado, filosofía racional del otro. La piedad más esencial para con las víctimas no puede residir en el estupor del espíritu, en su vacilación autoacusatoria frente al crimen. Ella reside, siempre, en la continuación de lo que las señaló como representantes de la Humanidad a los ojos de los verdugos.

Yo planteo no solamente que la filosofía es hoy posible, sino que la forma de esta posibilidad no es la del atravesamiento de un final. Muy por el contrario, se trata de saber qué quieren decir estas palabras: dar un paso más. Un solo paso. Un paso en la configuración moderna, aquella que, desde Descartes, enlaza a las condiciones de la filosofía esos tres conceptos nodales que son el ser, la verdad y el sujeto.

 

1 En el original, dans la passe d’une impasse. [N. de la T.]

 

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