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¿El fin de la lectura concentrada?

Por Francisco Albarello

Un extracto de Lectura transmedia. Leer, escribir, conversar en el ecosistema de pantallas, de Francisco Albarello (Ampersand), publicado en su colección "Comunicación & Lenguajes".

Por Francisco Albarello.

 

 

La evolución del cerebro lector, como sostiene Wolf, se dio en una dirección precisa: la automatización de los procesos que hicieron ahorrar tiempo y esfuerzo cognitivo para dedicarlo cada vez más al análisis profundo del pensamiento escrito. Esto, a su vez, se vio favorecido por la naturaleza del alfabeto, que con su reducida cantidad de símbolos hizo que el proceso de reconocimiento fuera más veloz y requiriera de menos recursos cognitivos. La economía de caracteres, sumada a la separación entre palabras, permitió concentrarse en el significado del texto y no distraerse en la manipulación de los signos. Tuvo lugar entonces la lectura profunda, que le permitió al hombre leer textos más largos, porque desarrolló las capacidades de la atención y la concentración. Sin embargo, Carr sostiene que la capacidad de la lectura concentrada no viene dada en nuestra naturaleza, sino que el estado natural del cerebro humano tiende a la distracción. Es más, el autor sostiene que la tecnología del libro produjo esta anomalía en el cerebro humano que lo llevó a desatender el flujo externo de estímulos para comprometerse en el flujo de palabras que implica la lectura profunda. Ahora estaríamos volviendo nuestro estado natural de distracción irreflexiva, y estaríamos desarrollando una mentalidad de malabarista, porque Internet exige una forma particularmente intensiva de multitarea mental.

Esta nueva capacidad no se limitaría solamente el modo de leer, sino que tendría implicancias profundas en el modo de pensar: apresurado, distraído y superficial. Carr reconoce, entonces, la naturaleza metamedium de la pantalla conectada a Internet, que requiere de nuevas estrategias de navegación para lidiar con un caudal ingente de información que dispersa y distrae al cerebro lector creado por el libro. Si bien encuentra algunos beneficios en este tipo de lectura que promueve la red, como la posibilidad de hallar patrones de datos en grandes volúmenes de información o incluso que se amplíe la capacidad de nuestra memoria de trabajo para lidiar con la mutiplicidad de estímulos que ofrece la pantalla, principalmente hace una evaluación negativa de este fenómeno ya que, sostiene, esta lectura superficial se está convirtiendo en nuestro modo dominante de lectura.

 

El problema de la desorientación

El argumento principal sobre el que se sostiene Carr para hablar de esta lectura superficial que promueve Internet, en detrimento de la lectura profunda a la que dan lugar los libros, es el efecto distractor de los enlaces, los cuales captan la atención del lector pero, a la vez, lo dispersan. A esto se suma la computadora metamedium que, al combinar distintos tipos de información en una misma pantalla, fragmenta aún más los contenidos e interrumpe la concentración del usuario. Como vemos, la característica no lineal o multilineal del texto electrónico es vista en clave negativa, como una distracción que interrumpe el flujo lineal del texto que tiene lugar en el dispositivo impreso. La computadora e Internet son entendidas como un ecosistema de tecnologías de la interrupción.

Sin embargo, esta supuesta oposición entre lectura superficial y lectura profunda no es nueva. Los planteos tempranos sobre la no linealidad del hipertexto ya daban cuenta de las tensiones que puso en juego el texto electrónico y sus antecedentes en la teoría literaria, tal como desarrollamos en el capítulo. Muchos autores han señalado en los años ochenta y noventa que el gran problema de la lectura o navegación hipertextual es la desorientación. Las preocupaciones principales de los tecnólogos, investigadores y teóricos de aquél entonces fueron cómo ofrecer herramientas al lector para que se sienta orientado durante la navegación, evitar que se perdiera en el hiperespacio y que tuviera claro todo el tiempo hacia dónde ir. El texto electrónico produce inevitablemente una pérdida de referencia de la realidad, frente a la cual el usuario muchas veces tiende a volver atrás y releer los enlaces para orientarse, de ahí que su lectura sea rápida y superficial. Comparado con el texto lineal, el hipertexto impone una carga cognitiva más alta sobre el lector, porque debe recordar su localización en la red, tomar decisiones sobre dónde ir a continuación y mantener el rastro de las páginas visitadas previamente.

Quince años después de esos planteos, Carr recurre a estos mismos argumentos para poner en cuestión la lectura en Internet. Y sobre el entusiasmo que impulsó a los académicos de los años ochenta acerca de las utilidades educativas del hipertexto, que permitió a los usuarios liberarse de la tiranía de la linealidad, afirma que la carga cognitiva extra que demanda el desciframiento de los hipertextos debilita la capacidad de comprender y retener lo que se está leyendo. Es más, el autor sostiene que la comprensión disminuye a medida que aumenta la cantidad de vínculos.

En conclusión, los enlaces –que conforman la estructura misma de Internet– son vistos como un elemento negativo que atenta contra la lectura concentrada del texto, cuyo único soporte deseable es el papel. Dicho en otros términos: según este planteo, el único modo de adquirir el conocimiento profundo es la lectura concentrada y prolongada que tiene lugar sobre las hojas del libro. Después de casi tres décadas en la evolución de la World Wide Web, se sigue mirando al nuevo medio desde el paradigma del anterior. El rasgo distintivo de Internet respecto de su antecesor, el libro, que es la no linealidad (o la multilinealidad) es rechazada en su esencia, sin comprender que estamos ante un nuevo modo de leer que –como también destacábamos en el capítulo dedicado a las interfaces de lectura– establece nuevos pactos de interacción y requiere de nuevos marcos conceptuales para ser entendido en toda su dimensión. Muchos de los estudios citados por Carr en su libro, y también los que resumimos aquí sobre el problema de la desorientación producidos en los años ochenta y noventa, se limitaron a comparar la lectura en el libro y en la pantalla desde el paradigma del primero con sus rasgos inherentes (linealidad, concentración, profundidad). Es decir, se le pedía al hipertexto que emulara la experiencia de lectura que desde hace 500 años tenemos con el papel, y en ese sentido se evaluaban sus resultados de acuerdo con el grado de comprensión que se tenía en cada soporte. En la comparación, naturalmente, la pantalla siempre sale perdiendo.

 

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