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¿Hay un Dios? Stephen Hawking responde

Ciencia y misterio

"Opino que creer en otra vida es tan solo una ilusión. No hay evidencia fiable de ella y va en contra de todo lo que sabemos en ciencia. Creo que cuando morimos volvemos a ser polvo", escribió el físico, astrofísico y cosmólogo británico. Aquí, un ensayo tomado de Breves preguntas a las grandes respuestas (Crítica).

Por Stephen Hawking.

 

La ciencia responde cada vez más a preguntas que solían formar parte de la religión. La religión fue un intento temprano de responder las preguntas que todos nos hacemos: ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? Hace mucho tiempo, la respuesta casi siempre era la misma: todo lo habían hecho los dioses. El mundo era un lugar aterrador, por lo que incluso personas tan curtidas como los vikingos creían en seres sobrenaturales para dar sentido a fenómenos naturales como rayos, tormentas o eclipses. Hoy en día, la ciencia proporciona respuestas mejores y más consistentes, pero las personas siempre se aferrarán a la religión, porque proporciona consuelo, y porque no confían ni entienden la ciencia.

Hace unos pocos años, el periódico The Times publicó un titular en primera página que decía «“No hay Dios”, dice Hawking». El artículo iba ilustrado. Dios era mostrado en un dibujo de Leonardo da Vinci con un aspecto atronador. Publicaron una foto mía, en que parecía un petulante. Hicieron que aquello pareciera un duelo entre nosotros dos. Sin embargo, no tengo ningún resentimiento hacia Dios. No quiero dar la impresión de que mi trabajo trata de demostrar o refutar su existencia. Mi trabajo consiste en intentar hallar un marco racional para comprender el universo que nos rodea.

Durante siglos, se creyó que las personas discapacitadas como yo vivían bajo una maldición divina. Bueno, supongo que tal vez haya molestado a alguien de un más allá, pero prefiero pensar que todo se puede explicar de otra manera, mediante las leyes de la naturaleza. Si creemos en la ciencia, como yo creo, creemos que hay ciertas leyes que siempre se obedecen. Si lo deseamos, podemos decir que dichas leyes son obra de Dios, pero eso es más bien una definición de Dios que una demostración de su existencia. Alrededor del 300 a. C., un filósofo llamado Aristarco se sentía fascinado por los eclipses, especialmente los eclipses de Luna. Fue lo suficientemente valiente como para cuestionar si realmente eran causados por dioses. Aristarco fue un verdadero pionero científico, que estudió cuidadosamente los cielos y llegó a una conclusión audaz: se dio cuenta de que el eclipse era en realidad la sombra de la Tierra que pasa sobre la Luna, y no un evento divino. Liberado por este descubrimiento, consiguió resolver lo que realmente estaba pasando por encima de su cabeza, y trazó diagramas que mostraban la relación del Sol, la Tierra y la Luna. Desde ahí llegó a conclusiones aún más notables: dedujo que la Tierra no era el centro del universo, como todos habían pensado hasta entonces, sino que gira alrededor del Sol. De hecho, entender esa disposición explica todos los eclipses. Cuando la Luna proyecta su sombra sobre la Tierra, se produce un eclipse solar, y cuando la Tierra hace sombra a la Luna, se da un eclipse lunar. Pero Aristarco fue aún más lejos. Sugirió que las estrellas no eran orificios en el piso de cielo, como sus contemporáneos creían, sino que eran otros soles, como el nuestro, solo que muy lejanos. ¡Qué sorprendente debe haber resultado esa idea! El universo es una máquina gobernada por principios o leyes, unas leyes que pueden ser entendidas por la mente humana.

Creo que el descubrimiento de esas leyes ha sido el mayor logro de la humanidad, porque son esas leyes de la naturaleza, como ahora las llamamos, las que nos dirán si hace falta realmente un dios para explicar el universo. Las leyes de la naturaleza son una descripción de cómo las cosas funcionan realmente en el pasado, el presente y el futuro. En el tenis, la pelota siempre va exactamente donde las leyes dicen que irá. Y hay muchas otras leyes en juego, que gobiernan todo lo que pasa, desde cómo se produce la energía del lanzamiento en los músculos de los jugadores hasta la velocidad con que la hierba crece bajo sus pies. Pero lo que realmente importa es que esas leyes físicas, además de ser inmutables, son universales. Se aplican no solo al vuelo de una pelota, sino al movimiento de un planeta y de todo lo demás en el universo. A diferencia de las leyes promulgadas por los humanos, las leyes de la naturaleza no se pueden transgredir, por eso son tan poderosas, y también tan controvertidas cuando se consideran desde una perspectiva religiosa.

Si se acepta, como yo lo hago, que las leyes de la naturaleza son fijas, no tardamos en preguntarnos: qué papel queda para Dios. En eso estriba una gran parte de la contradicción entre la ciencia y la religión, y aunque mis puntos de vista han sido noticia, en realidad es un conflicto antiguo. Podríamos definir a Dios como la encarnación de las leyes de la naturaleza. Sin embargo, esto no es lo que la mayoría de las personas piensan de Dios. Dios significa para ellas un ser parecido a los humanos, con quien podemos relacionarnos personalmente. Cuando miramos la inmensidad del universo, y consideramos cuán insignificante y accidental es en ella la vida humana, eso parece muy inverosímil.

Utilizo la palabra Dios en un sentido impersonal, como lo hacía Einstein, para designar las leyes de la naturaleza, por lo cual conocer la mente de Dios es conocer las leyes de la naturaleza. Mi predicción es que conoceremos la mente de Dios para el final de este siglo.

Un campo restante que la religión puede reclamar todavía para sí es el origen del universo; pero incluso aquí la ciencia está progresando, y pronto debería proporcionar una respuesta definitiva a cómo comenzó el universo. Publiqué un libro en que me preguntaba si Dios creó el universo y que causó cierto revuelo. La gente se enojó de que un científico tuviera algo que decir sobre asuntos de la religión. No deseo decir a nadie lo que debe creer, sino que me pregunto si la existencia de Dios es una pregunta válida para la ciencia. Al fin y al cabo, es difícil pensar un misterio más importante o fundamental que qué, o quién, creó y controla el universo.

Creo que el universo fue creado espontáneamente de la nada, según las leyes de la ciencia. La suposición básica de la ciencia es el determinismo científico. Las leyes de la ciencia determinan la evolución del universo, dado su estado en un momento concreto. Esas leyes pueden, o no, haber sido decretadas por Dios, pero este no puede intervenir para transgredirlas, o no serían leyes. Eso deja a Dios la libertad de elegir el estado inicial del universo, pero incluso aquí, parece que pueda haber leyes. Si fuera así, Dios no tendría ninguna libertad.

A pesar de la complejidad y variedad del universo, resulta que para construirlo se necesita tan solo tres ingredientes. Imaginemos que pudiéramos enumerarlos en algún tipo de libro de cocina cósmico. Entonces, ¿cuáles son los tres ingredientes necesarios para cocinar un universo? El primero es materia —cosas que tienen masa—. La materia está a nuestro alrededor, en el suelo debajo de nuestros pies y alrededor nuestro en el espacio. Polvo, roca, hielo, líquidos. Grandes nubes de gas, enormes galaxias espirales, cada una conteniendo miles de millones de soles, extendiéndose a distancias increíbles.

Lo segundo que se necesita es energía. Incluso si nunca lo hemos pensado, todos sabemos qué es la energía. Es algo que encontramos todos los días. Miramos al sol y podemos sentirla en nuestra cara: energía producida por una estrella a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia. La energía impregna el universo e impulsa los procesos que hacen de él un lugar dinámico e incesantemente cambiante.

Tenemos pues materia y energía. La tercera cosa necesaria para construir un universo es espacio, mucho espacio. Podemos calificar el universo de muchas maneras: impresionante, hermoso, violento, pero algo que no le podemos llamar es estrecho. Donde quiera que miremos vemos espacio, más espacio y aún más espacio, estirándose en todas las direcciones. Es literalmente mareador. Entonces, ¿de dónde podría venir toda esa materia, energía y espacio? No teníamos ni idea hasta el siglo xx.

La respuesta vino de la perspicacia de un hombre, probablemente el científico más notable que haya vivido jamás. Su nombre era Albert Einstein. Lamentablemente, no llegué a conocerlo, ya que murió cuando yo tenía tan solo trece años. Einstein se dio cuenta de algo bastante notable: que dos de los principales ingredientes necesarios para hacer un universo, masa y energía, son básicamente lo mismo, dos lados de la misma moneda. Su famosa ecuación E = mc2 simplemente significa que la masa puede ser considerada como un tipo de energía, y viceversa. Entonces, en lugar de tres ingredientes, podemos decir ahora que el universo tiene solo dos: energía y espacio. Entonces, ¿de dónde vienen toda esa energía y todo ese espacio? La respuesta se encontró después de décadas de investigación científica: espacio y energía se inventaron espontáneamente en un acontecimiento que ahora llamamos el Big Bang.

En el momento del Big Bang, comenzó a existir el universo entero, y con él el espacio. Todo se expandió, como un globo que estuviera siendo hinchado. Pero ¿de dónde vinieron toda esa energía y todo ese espacio? ¿Cómo puede simplemente aparecer de la nada todo un universo lleno de energía, la increíble inmensidad del espacio, y todo lo que hay en él?

Para algunos, es aquí donde Dios vuelve a escena. Fue Dios quien creó la energía y el espacio. El Big Bang fue el momento de la creación. Pero la ciencia cuenta una historia diferente. A riesgo de buscarme problemas, creo que podemos entender mucho mejor la naturaleza de los fenómenos que aterrorizaron a los vikingos. Incluso podemos ir más allá de la hermosa simetría de energía y materia descubierta por Einstein. Podemos usar las leyes de la naturaleza para abordar el origen del universo y descubrir si la existencia de Dios es la única manera de explicarlo.

Después de la segunda guerra mundial, en Inglaterra, mientras yo crecía, hubo una época de austeridad. Se nos dijo que nunca se obtiene algo a cambio de nada. Pero ahora, después de toda una vida de trabajo, creo que en realidad podemos obtener gratuitamente todo un universo.

El gran misterio central del Big Bang es explicar cómo todo un universo increíblemente enorme en espacio y en energía puede materializarse de la nada. El secreto está en uno de los hechos más extraños de nuestro cosmos. Las leyes de la física exigen la existencia de algo llamado «energía negativa».

Para avanzar en este concepto extraño pero crucial, permítanme recurrir a una analogía sencilla. Imaginemos que alguien quiere construir una colina en un terreno plano. La colina representará el universo. Para hacer esa colina, cava un hoyo en el suelo y usa su tierra para hacer la colina. Pero, por supuesto, no solo está haciendo una colina, también está haciendo un agujero, una versión negativa de la colina. Lo que había antes en el agujero ahora se ha convertido en la colina, por lo que en conjunto todo se equilibra perfectamente. Este es el principio subyacente a lo que sucedió al comienzo del universo.

Cuando el Big Bang produjo una gran cantidad de energía positiva, simultáneamente produjo la misma cantidad de energía negativa. De esa manera, la energía positiva y la negativa suman siempre cero. Es otra ley de la naturaleza.

Pero ¿dónde está hoy toda esa energía negativa? Está en el tercer ingrediente de nuestro libro de cocina cósmico: en el espacio. Eso puede sonar extraño, pero según las leyes de la naturaleza de la gravedad y del movimiento —leyes que se hallan entre las más antiguas de la ciencia— el espacio mismo es un gran almacén de energía negativa, suficiente para asegurar que el conjunto sume cero.

Debo admitir que, a menos que las matemáticas sean lo suyo, esto es difícil de entender, pero es verdad. La interminable red de miles de millones de galaxias atrayéndose las unas a las otras mediante la fuerza de la gravedad actúa como un dispositivo gigante de almacenamiento. El universo es como una enorme batería que almacena energía negativa. El lado positivo de las cosas, la masa y la energía que vemos hoy, es como la colina. El hoyo correspondiente, o el lado negativo de las cosas, se extiende por el conjunto del espacio.

Pero ¿qué significa esto en nuestra búsqueda para descubrir si hay un Dios? Significa que si el universo no agrega nada, entonces no necesitamos un Dios para crearlo. El universo es el almuerzo gratuito definitivo.

Como sabemos que la energía positiva y la negativa suman cero, todo lo que tenemos que hacer ahora es averiguar qué —o me atrevo a decir quién— desencadenó todo el proceso. ¿Qué podría causar la aparición espontánea de un universo? A primera vista, parece un problema desconcertante —después de todo, en la vida cotidiana las cosas no se materializan de la nada—. No podemos tomar una taza de café cuando nos apetece simplemente haciendo chasquear los dedos. Tenemos que servirnos de otras cosas como granos de café, agua y tal vez un poco de leche y azúcar. Pero si nos adentramos en esa taza de café, a través de las partículas de leche, hasta los niveles atómico y subatómico, entramos en un mundo donde conjurar algo de la nada es posible. Al menos, por un tiempo corto. Eso es porque, a esa escala, partículas como los protones se comportan de acuerdo con las leyes de la naturaleza que llamamos mecánica cuántica. Y realmente pueden aparecer al azar, durar un tiempo, desaparecer de nuevo, y reaparecer en algún otro lugar.

Como sabemos que el universo fue una vez muy pequeño —más pequeño que un protón—, eso significa algo bastante notable. Significa que el universo mismo, en toda su inmensidad y complejidad alucinantes, podría simplemente haber aparecido sin violar las leyes conocidas de la naturaleza. A partir de ese momento, se liberaron grandes cantidades de energía a medida que el espacio se expandía. Un lugar, pues, para almacenar toda la energía negativa necesaria para equilibrar las cuentas, pero, por supuesto, la pregunta crítica sigue siendo: ¿creó Dios las leyes cuánticas que permitieron que ocurriera el Big Bang? En pocas palabras, ¿hace falta un Dios para poder hacer que el Big Bang hubiera estallado? No deseo ofender a ninguna persona de fe, pero creo que la ciencia tiene una explicación más convincente que un creador divino.

La experiencia cotidiana nos hace pensar que todo lo que sucede debe ser causado por algo que ocurrió antes, de manera que nos resulta natural pensar que algo —tal vez Dios— debe haber causado que el universo llegue a existir. Pero cuando hablamos del universo como un todo, eso no es necesariamente así. Déjenme explicar. Imaginemos un río que fluye por la ladera de una montaña. ¿Qué causó el río? Bueno, tal vez la lluvia que cayó antes en las montañas. Pero ¿qué causó la lluvia? Una buena respuesta sería el sol, que brilló sobre el océano, elevó el vapor de agua hacia el cielo y formó nubes. Pero ¿qué hace que el sol brille? Bueno, si nos asomamos a su interior hallamos el proceso conocido como fusión, en la que núcleos de hidrógeno se unen para formar núcleos de helio, liberando grandes cantidades de energía en el proceso. Hasta aquí todo bien. Pero ¿de dónde viene el hidrógeno? Respuesta: del Big Bang. Sin embargo, aquí reside el aspecto crucial. Las leyes de la naturaleza nos dicen que el universo no solo podría haber aparecido sin ayuda, tal como un protón, sin haber requerido nada en términos de energía, sino que también es posible que nada haya causado el Big Bang. Nada.

La explicación se basa en las teorías de Einstein y sus ideas sobre cómo el espacio y el tiempo están fundamentalmente entrelazados en el universo. En el instante del Big Bang, algo maravilloso sucedió con el tiempo. El tiempo mismo comenzó.

Para entender esa idea alucinante, consideremos un agujero negro flotando en el espacio. Un agujero negro típico es una estrella tan masiva que se ha colapsado sobre sí misma. Es tan masiva, que ni siquiera la luz puede escapar de su gravedad, por lo cual es casi perfectamente negra. Su atracción gravitatoria es tan poderosa que no solo deforma y distorsiona la luz, sino también el tiempo. Para ver cómo, imaginemos que un reloj está siendo absorbido por el agujero negro. A medida que el reloj se va acercando al agujero negro, comienza a ir cada vez más despacio. El tiempo mismo comienza a ralentizarse. Ahora imaginemos que cuando el reloj entra en el agujero negro —suponiendo, desde luego, que pudiera resistir las fuerzas extremas de la gravitación— el tiempo en realidad se detendría, no porque el reloj se haya averiado, sino porque dentro del agujero negro el tiempo no existe. Y eso es exactamente lo que sucedió al comienzo del universo.

En los últimos cien años, hemos hecho progresos espectaculares en nuestra comprensión del universo. Ahora conocemos las leyes que rigen lo que ocurre en todas las condiciones, salvo las más extremas, como el origen del universo o los agujeros negros. Creo que el papel desempeñado por el tiempo en el principio del universo es la clave definitiva para eliminar la necesidad de un gran diseñador y para revelar cómo el universo se creó a sí mismo.

A medida que retrocedemos en el tiempo hacia el momento del Big Bang, el universo se va haciendo más y más y más pequeño, hasta que finalmente llega a un punto donde todo el universo es tan diminuto que en realidad es un agujero negro infinitesimalmente pequeño e infinitamente denso. Y al igual que ocurre con los agujeros negros que hoy flotan en el espacio, las

• ¿Cómo encaja la existencia de Dios en su comprensión del inicio y del final del universo? Y si Dios existiera y usted tuviera la oportunidad de encontrarse con él, ¿qué le preguntaría? La pregunta es: la manera como empezó el universo, ¿fue escogida por Dios por razones que no podemos comprender, o fue determinada por una ley de la ciencia? Creo lo segundo. Si quiere, puede llamar «Dios» a las leyes de la ciencia, pero no sería un Dios personal al que pudiera encontrar y preguntarle. Aunque si hubiera un Dios de ese tipo, me gustaría plantearle cómo se le ocurrió una cosa tan complicada como la teoría M en once dimensiones. •

leyes de la naturaleza dictan algo bastante extraordinario. Nos dicen que también aquí, el tiempo debe detenerse. No se puede llegar a un tiempo anterior al Big Bang porque antes del Big Bang el tiempo no existía. Finalmente hemos encontrado algo que no tiene una causa, porque no existía tiempo alguno en que pudiera haber una causa. Para mí eso significa que no hay posibilidad de un creador, porque no existía tiempo en el que pudiera existir un creador.

La gente quiere respuestas a las grandes preguntas, como por qué estamos aquí. No esperan que las respuestas sean fáciles y por lo tanto están preparadas para luchar un poco por ellas. Cuando la gente me pregunta si un Dios ha creado el universo, les digo que la pregunta no tiene sentido. Antes del Big Bang el tiempo no existía, y por lo tanto no había un tiempo en que Dios pudiera hacer el universo. Es como buscar cómo se va a los bordes de la Tierra: la Tierra es una esfera sin bordes, por lo cual buscarlos es un ejercicio inútil.

¿Tengo fe? Todos somos libres de creer lo que queramos, y mi opinión es que la explicación más simple es que no hay Dios. Nadie creó el universo y nadie dirige nuestro destino. Eso me lleva a una profunda comprensión: probablemente no haya cielo ni vida futura. Opino que creer en otra vida es tan solo una ilusión. No hay evidencia fiable de ella y va en contra de todo lo que sabemos en ciencia. Creo que cuando morimos volvemos a ser polvo. Pero hay un sentido en aquello que vivimos, en nuestra influencia y en los genes que transmitimos a nuestros hijos. Tenemos esta única vida para apreciar el gran diseño del universo, y me siento extremadamente agradecido por ello.

 

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