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Thoreau y el deseo de hacerse a sí mismo

Por Michel Onfray

"El niño suministra la trama del adulto: Thoreau pasa su vida intentando no romper relaciones con su infancia. La libertad del niño es su ideal", leemos en la novedad de Ediciones Godot, Thoreau, el salvaje, escrita por el filósofo francés alrededor de la vida del mítico escritor, poeta y filósofo estadounidense. 

 

Por Michel Onfray. Tradución de Edgardo Scott.

 

¿A quién se parecía el joven Henry David Thoreau, quien, por lo demás, no se llamaba así —ese era su seudónimo—, sino David Henry Thoreau (1817-1862)? En la inversión que hace del orden de sus nombres, un partidario de la magia freudiana vería una confesión apenas disimulada... Por mi parte, yo veo un deseo más prosaico de hacerse a sí mismo, en lugar de ser hecho por su familia: un signo de afirmación del poder de la voluntad sobre la construcción y la constitución de una identidad.

No es tampoco azaroso que este cambio de nombre coincida con la decisión de escribir un diario que incluirá catorce volúmenes al momento en que, veinte años más tarde, a la edad de 44 años, una tuberculosis lo envíe a reposar al pequeño cementerio de Concord, Nueva Inglaterra, el pueblito donde nació, vivió, escribió, meditó, sin irse jamás, con algunas notables excepciones: la mudanza de sus padres en su tierna infancia, después el retorno al terruño, cuatro años de estudios en Harvard y una estadía de ocho meses en Nueva York.

Thoreau proviene de una familia anglonormanda. Su familia paterna vivía, en efecto, en Saint-Hélier, Jersey. Venían de Francia, del Poitou más exactamente; llegaron en 1685, tras la revocación del edicto de Nantes. Dejaron la isla en 1773 para embarcarse en un galeón corsario en dirección a los Estados Unidos. Su abuelo era marinero en el castillo de proa y esperaba la ocasión para participar en la revolución cuando llegara el momento.

Sus padres militan por la abolición de la esclavitud. A pesar de los riesgos que ello implica, reciben en su casa a esclavos fugitivos, a militantes de la causa abolicionista, a diversos actores de este combate. Practican la filantropía, de modo que nos saca una sonrisa constatar cuánta energía emplea Thoreau en fustigar la filantropía y mostrarse misántropo, para terminar, a fin de cuentas, él también como un feroz abolicionista. El hombre que se niega a pagar sus impuestos para financiar la guerra contra México y que, en el proceso, escribe Desobediencia civil, se volverá un defensor de la violencia política, incluso del asesinato político, en su Apología del capitán John Brown. El camino está lejos de ser evidente cuando se tiene que tratar con la familia... Identidad difícil, una vez más.

Su padre era comerciante. Llegará a ser fabricante de lápices. Su hijo se ocupará de transformar la pequeña fábrica en un taller, en el que los lápices tendrán una excelente calidad, antes de consagrarse a otras actividades; se convertirá en maestro, después renunciará y se convertirá en agrimensor. Haz tanto, incluso más que tu padre, antes de volverte diferente de tu padre...

Los orígenes normandos, el cruce del océano desde Europa hacia el oeste del Nuevo Mundo, el padre como figura inolvidable... Thoreau se aprecia mejor cuando conocemos Concord, en el estado de Massachusetts, la pequeña ciudad de dos mil almas en la cual nació, el 12 de julio de 1817. En su autobiografía (escrita cuando era joven), Thoreau afirma: “Siempre estaré orgulloso de la ciudad donde nací; que ella jamás tenga razón para avergonzarse de sus hijos. Si te olvido, ay Concord, deja que mi mano derecha olvide su habilidad. Tu nombre será mi pasaporte en países extranjeros”. Sus padres se mudan mucho. Un día llegan a Concord desde Boston. Para hacerlo, atraviesan los paisajes de bosques y praderas que conducen a Walden. Thoreau hablará del “paisaje fabuloso de (sus) sueños de infancia”. Tiene entonces cuatro años y medio.

El lugar es en efecto idílico para impregnar el alma de un niño. Bosques, colinas, selvas, lagos, estanques, las corrientes del río Merrimack donde Thoreau rema con su hermano en una balsa construida por él mismo; contará esta experiencia en Una semana en los ríos Concord y Merrimack,así como hablará de sus caminatas por el bosque en Los bosques de Maine. Al fondo del jardín de su abuela hay un curso que desemboca en el arroyo de Luminarck, que alimenta los lagos de los alrededores.

El niño suministra la trama del adulto: Thoreau pasa su vida intentando no romper relaciones con su infancia. La libertad del niño es su ideal. Construir cabañas, pescar en el estanque, remontar los ríos en balsas, caminar en el bosque, mirar el mundo entre sus piernas, trepar a los árboles, bañarse en las aguas de Walden en cualquier estación: nada puede ser más dichoso para el adulto en que se ha convertido...

El elemento de Thoreau es sin dudas el agua. Cuando define al hombre, habla de una “masa de arcilla que se deshace”. Tiene diversas variaciones sobre este tema: los dedos son gotas solidificadas, las orejas, los labios y la nariz, estalactitas congeladas, el mentón, una gota gruesa hacia la cual converge todo lo que fluye de la cara, las mejillas muestran que la frente fluye, los pómulos separan esas líneas...

En su funeral, Emerson leerá un texto inédito de Thoreau donde este afirmaba: “Pido que me fundan. Todo lo que ustedes hacen con los metales es ser suave para el fuego que los funde”. Fluir y fundirse para derramarse y fundirse en la naturaleza, finalmente, verdaderamente, completamente. Thoreau fue un filósofo heraclíteo: el pensador del río que fluye y para el que la única permanencia es la impermanencia. Él habría vivido inmóvil en el río.

 

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