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"Escribir es como soñar a propósito"

Esther Cross

En Tres hermanos (Tusquets), Esther Cross regresa a su género favorito y construye un sistema de reenvíos en un verano rural. Un repaso por sus años de formación, que incluyeron a Borges y Bioy Casares en el taller de Grillo della Paolera. "Escribir es mi forma de pensar", dirá aquí.

Por Valeria Tentoni.

"La sangre se contagia como la risa y la bronca: está en el aire", le dice uno de los personajes a otro en el último libro de Esther Cross, Tres hermanos (Tusquets), repleto de imágenes cegadoras como el sol del mediodía cuando cae, perpendicular, sobre la cosecha. ¿Es una novela? ¿Es un libro de cuentos? En ningún lugar se consigna esa etiqueta editorial, y quien lea la serie de corrido podría bien cerrarlo y sentenciar: “novela”. Pero Cross sabe que es de cuentos ―y que el cuento, ese flechazo, es su género natural, como dirá en esta entrevista―, aunque concede que la estructura produce una unidad particular. Los personajes cruzan de un relato al otro como si circularan por un edificio vaporoso que se alza, cual oasis, en la llanura argentina. Podrían ser las escaleras del Kavanagh, pero se trata de una atmósfera diferente: el campo, el calor del campo, el silencio y la noche en el campo. Y el día. La mujer que escribió sobre la mujer que escribió Frankenstein hizo, también, trabajos de sutura ante esas vidas simples, salvajes por contagio con el paisaje. Uno que ya había visitado en La inundación, pero de modo distinto.

De Cross conocíamos, además, libros como El banquete de la araña y los tomos de entrevistas a Borges y Bioy Casares, en colaboración con Félix della Paolera. En breve, El 8vo. loco reeditará Radiana, novela en 2007 agotó Emecé no sin antes pasar por las mesas de saldos de Corrientes: "Para mí fue una buena noticia. Un libro pasa poco tiempo en librerías, la mesa de saldos es una segunda chance. Y, de hecho, eso hizo que entrara en otro circuito de lectores”, dice.


―En cuanto a la estructura, este libro recuerda un poco a uno tuyo anterior, Kavanagh.

―Puede ser, porque son cuentos que están relacionados. Quizás acá más entrelazados, pero sí, es una misma narradora y son cosas que pasan en un mismo lugar. En realidad, empezaron saliendo algunos cuentos y a mí me fue entusiasmando, a medida que escribía, esta intensificación de un mundo. Creo que alguna influencia de ver series tiene que haber. No las series que se proponen como novelas desarrolladas en episodios, que van cortando la historia con una especie de sabiduría en suspenso; ese no es el tipo de serie que a mí me atrapa. Pero hay series donde lo que a uno lo atrapa es el ambiente, el estar metido en un mundo. Y cada episodio a veces funciona como un relato. Eso me interesa mucho como forma de narrar. 

―¿Y qué series te gustaron?

―Ahora se me ocurre Mad Men, aunque en ese caso sí hay una historia que se prolonga en el tiempo. Black Mirror. Me gusta esa cosa de ciertas series, que podés entrar y salir y entender cada episodio, pero donde también podés encontrar una continuidad. Esto de encontrarte con un personaje que reaparece más o menos desdibujado, como en la vida.

―Como si quisieras ingresar a una serie de nudos dramáticos desde diferentes personajes, ¿cómo lo fuiste escribiendo?

―La verdad es que no hubo un plan anticipado. Cuando se iba armando la serie de cuentos me preguntaba ¿por qué no? ¿Qué pasa si a este personaje que aparece en un cuento yo lo sigo un poco más? Y también me hice preguntas por “el libro de cuentos”, porque uno también va incorporando, como lector, lugares comunes. Esta idea de que cuando se leen libros de cuentos hay que terminar uno y cerrar el libro, hacer una pausa y después volver. De que el cuento es autosuficiente. Bueno, ¿y si no? ¿Y si al mismo tiempo que el relato puede cerrarse en sí mismo dan ganas de ver qué viene después?

―¿De dónde salieron todos estos personajes, estos escenarios?

―Yo conocí de chica esta cosa del campo en el verano. Pasé algunos así, y me quedó grabado. Hay recuerdos fuertes que se amplifican después en la memoria, como si uno hubiera estado toda la vida ahí. Me impresionó mucho porque, en el campo, los chicos nos íbamos, los adultos nos dejaban solos. Chicos sueltos casi sin límites, explorando un mundo que, más aun cuando los chicos son de ciudad, tiene todo de novedoso. Es la aventura. Un poco ese ambiente, y esta cosa del aburrimiento, también, de lo que puede gestar el aburrimiento en los chicos: fantasía. Eso está ahí como una parte de escenario más bien autobiográfico. Y después no sé, escribir es como soñar a propósito me parece. Hay historias que escuché, por ejemplo. El cuento de los varios chicos que salen a andar a caballo y uno no vuelve, esa es una historia que escuché varias veces contada por distintas personas y siempre la quise escribir. Pero nunca supe por dónde entrarle.

―Cito: "Hay algo terrible en los errores de los animales, en sus ilusiones". ¿Cómo pensaste a los animales en este libro?

―Tengo una relación fuerte con los animales, siempre la tuve. De chica, al ver lo que pasaba con los animales, quedaba muy impactada, me aparecían grandes preguntas sobre si la vida tiene que ser necesariamente así. Flannery O'Connor decía que si pasaste la infancia tenés material para toda la vida, y es por su relación con los animales que los chicos por lo general tienen un primer contacto con la idea de muerte.

―Estudiaste psicología, ¿no?

―Sí, me gradué pero no ejercí nunca. Por suerte. Trabaje en una clínica en Belgrano un tiempo pero nunca tuve consultorio. Creo que hay que tener un talento especial, los psicoanalistas para mí son lectores de almas.

―¿Pero no creés que esté cerca esa tarea de la de escribir?

―De algún modo sí; hay una tensión flotante en ambos casos para escuchar, pero es distinto. Hay algo de la atención al otro, pero la diferencia está entre sentarte solo a laburar con tus fantasmas, y sentarte a laburar con los fantasmas del otro, con la delicadeza que requiere eso.

―Leí que disfrutaste mucho en la carrera las lecturas de Freud.

―Los casos clínicos, son maravillosos. Freud era un gran escritor. En la facultad, cuando llegamos a leer Freud para mí fue una revelación literaria, totalmente. Era además un súper lector; vos leés Freud y si vas tomando apuntes al costado te deriva a toda una biblioteca absolutamente maravillosa.

―¿Empezaste a escribir en esos años?

―En paralelo yo iba a un taller, al de Grillo [Félix] della Paolera, un taller buenísimo. Aunque parezca mentira, hubo una época en que había muy pocos talleres. Estaba el de Abelardo Castillo y este, un par más. Yo aparecí en ese porque me llevo una amiga mía, y fue entrar directo a escribir. Me gustó muchísimo estudiar la carrera, pero la verdad es que iba todas las semanas al taller. Después empecé a colaborar con Grillo: Borges se murió y él tenía todas las grabaciones de los encuentros que hacían en el taller, porque lo invitaba, también a Bioy Casares.

―Y cuando entraste al taller ¿qué escribías?

―Empecé con poesía y después con cuento. Te enseñaba a leer, a buscar tu camino, también nos hacía escuchar mucha música, por ejemplo. Yo me acuerdo que una vez Grillo me llamó y me preguntó si a mí me gustaba la música. Le dije que sí y me dijo que no se notaba, porque era muy desafinada en todo lo que escribía. Así que me iba del taller con libros y con casettes y discos, Grillo grababa casettes para todos. Invitaba músicos también, al taller. Fue una guía de lectura impresionante. Era un tipo que vivía en la escritura, aunque había dejado de escribir. Era amigo de Bioy, amigo de Borges. Cuando era joven no sé qué beca había ganado y había traducido a Dylan Thomas, entonces se había metido en su casa. Había entrevistado a Heidegger, lo había conocido a Bill Evans. Era muy estimulante.

―¿Y cómo fue el trabajo con esos audios?

―Grillo invitaba a Borges a dar charlas todos los años, y la gente le hacía preguntas. Eran charlas muy divertidas, todos le preguntaban cosas muy prácticas. A Bioy también. Cuando Borges se murió yo le propuse desgrabar todo eso y armar un libro. Y él era muy generoso y me dijo “bueno, desgrabá”. Así que hice eso. Grillo iba armando los capítulos. Lo mismo hicimos con Bioy, pero con la diferencia de que Bioy estaba vivo y quiso participar. Así que eso fue un doble taller. Bioy le decía "el librito", marcaba mucho la diferencia entre una desgrabación y un libro de entrevistas. Quería que sonara coloquial, que no fuera una desgrabación literal, y laburó muchísimo en eso. Yo iba y venía con las copias, estaba fascinada. Tenía 27 años.

Marcas de Bioy Casares sobre las desgrabaciones de Cross

 

―Entonces lo conociste a Borges.

―Sí, lo vi en una de esas charlas, y además una la hicimos en lo de mis viejos porque no había lugar. Pasaba esto: como Grillo era muy generoso, si iba a haber una charla con Borges se corría la bola y ya no era una charla de veinte personas. Entonces en una hubo que alquilar sillas, y la hicimos en casa. Hay fotos de Borges en el comedor de mi viejos, Borges sentado ahí, comiendo, con unos amigos con los que hicimos después una revista, revista Tramas.

―Antes de todo eso, ¿vos ya habías escrito de chica?

―Sí, pero eran cosas terribles. Venia siempre para ese lado, mi viejo era Profesor en Letras, así que tenía una biblioteca muy grande. Era una casa de lectores, y además me gustaba. Y tuve una profesora en el secundario que era buenísima, de Literatura Argentina. Leíamos a Denevi, a Borges... Y ella nos hacía hacer muchos ejercicios de escribir a la manera de. O, si leíamos un policial, nos hacía escribir policiales.

―¿Y cuándo decidiste dejar el título en un cajón?

―Empecé a mandar cuentos a concursos, quería escribir y tuve suerte. Me puse en programa. Quería publicar, y no estaba en ningún grupo de referencia, así que me parecía que la única forma era mandar, mandar y mandar a concursos, que también es una forma de que te lean jurados y de ver qué pasa. De salir del grupo de amigos del taller. Después tenía un libro de cuentos armado y lo lleve a una editorial. Me dijeron lo que te dicen siempre, que el libro de cuentos estaba muy bien pero que si no tenía una novela. Dije que sí y salí corriendo a terminar una que había empezado.

―¿Cómo fue ese momento?

―Yo tenía un primer borrador, no la novela lista. Así que me encerré. En ese momento tenía tiempo, no tenía nada más en la vida que eso. Daba clases de inglés, pero me acomodé todo como para hacerlo. Yo quería publicar. Terminé la novela y la llevé.

―¿Recordás la primera reacción alrededor de algo que hubieras escrito por fuera del cordón de tus vínculos?

―Sí, fue una carta. Una emoción totalmente diferente. Ahí es como que sentís que sí, sos un escritor. Se escribe muy en soledad, y de pronto viene alguien con una lectura y se armó un puente, pasó algo.

―¿Por qué creés que escribís?

―No tengo una respuesta. Yo soy un bicho de biblioteca, es la pecera en la que nadé siempre. No me imagino haciendo otra cosa. Escribir es mi forma de pensar y de entender las cosas. Cuando me encargan una nota sobre algo que no es ficción, me siento a pensar la nota escribiéndola. Hay escritores que piensan y después escriben, pero hasta físicamente para mí es sentarme a pensarlo, escribiéndolo.

―¿No sos de diagramar?

―No. Cuando hago eso me sale todo mal. Cuando tuve novelas muy pensadas, las tuve que dejar.

―¿Dejaste muchos libros en el camino?

―Sí.

―¿Por qué?

―Porque pedaleaba en falso. Porque sentía que me repetía. Porque me parecía que tenía solamente una historia, y a mí no me sirve eso, no quiero eso. Está todo lleno de historias, la calle, todo. Entrás a un bar y escuchás una historia en la señora que está gritando con el celular al lado. No es eso, me parece que es otra cosa lo que lo va llevando a uno. Creo que tiene que ver con la voz. Creo que tiene que ver más con eso que Virginia Woolf llamaba “momentos de vida”. Con acercarse a lo que se escapa. No con diseñar, con estar en control. Me interesa más esta cosa de perseguir lo que se va, de estar en contacto con el flash ―el flash no en el sentido de lo alucinante―. No con sentarse a diseñar la escritura como en un laboratorio.

―¿Solés terminar los cuentos en una sentada?

―El primer borrador, sí.  Las novelas no, me dan muchísimo trabajo. Tengo una relación mas suelta con el cuento. Me gusta más laburar cuento. Me siento muy cumplida cuando puedo escribir una novela, pero es una relación más con un ideal de escritura. El cuento es algo más natural, más como de flechazo.

 

 

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