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"Las novelas pornográficas de Sade nos ofrecen un panorama distinto"

Por Natalia Zorrilla

"El marqués construye un universo literario en el que el vicio es recompensado (por cierta Fortuna misteriosa) y la virtud es castigada": leemos del libro Sade, último volúmen con el que termina la colección La revuelta filosófica de Galerna.

Por Natalia Zorrilla.

 

 

 

No es común observar que a Sade se lo describa como un filósofo. No obstante, el hecho de que sus publicaciones funcionaron a fines del siglo XVIII como un dispositivo de difusión y de representación crítica del materialismo ateo ilustrado difícilmente podría ser discutido. Pero, ¿qué imagen produce este pensador de la matriz teórica del materialismo ateo ilustrado? ¿Cómo impacta el amoralismo drástico que recrean sus personajes libertinos en el proyecto ilustrado?

 

Las fuentes clandestinas que el marqués retoma en sus novelas obscenas y que le sirven de inspiración para sus notas y ensayos filosóficos no son absolutamente homogéneas ni coinciden en todas sus proclamas. Sin embargo, todas ellas suscriben en líneas generales una concepción inmanentista del universo. Según esta concepción, todo lo que existe forma parte de la Naturaleza –no hay un “afuera” de ella–. Todo lo que es integra esa única totalidad inmanente. De aquí se deduce la imposibilidad de lo sobrenatural, es decir, de un ámbito separado o trascendente a ella, y por ende también la imposibilidad de un dios creador, que intervenga en ella o que dispute de alguna forma su autosuficiencia metafísica. Desde este punto de vista, la Naturaleza no está sometida a ninguna otra entidad: es eterna e increada. Este inmanentismo suele adoptar en la textualidad sadeana un cariz materialista: esa única totalidad inmanente se compone (solamente) de materia en movimiento.

 

Más allá de sus posibles ambigüedades, los textos fuente o hipotextos evocados en la obra esotérica sadeana justifican y promueven una moralidad secular de la virtud, exaltando valores como la reciprocidad y la convivencia pacífica en la sociedad civil. La reescritura subversiva que Sade realiza de estos textos tiende a modificarlos y a deformarlos de manera tal que sirvan para demostrar que vicio y virtud son axiológicamente indiferentes. Más aun, el marqués construye un universo literario en el que el vicio es recompensado (por cierta Fortuna misteriosa) y la virtud es castigada. De aquí la dupla protagonista de Justine y Juliette, dos hermanas que quedan huérfanas al fallecer sus padres. La primera resulta ser la eterna víctima virtuosa, inquebrantable en su pureza y compasión, pero sumisa y fácilmente engañable; la segunda, por el contrario, se convierte en una amante cruel que disfruta libremente de explorar su sexualidad criminal.

 

La representación que el marqués ofrece del materialismo ateo como una filosofía de la crueldad, es decir, como punto de partida teórico para la justificación del crimen, desestima todos los esfuerzos de sus predecesores ilustrados radicales, ya que, inspirándose en sus ideas, construye una filosofía amoralista. Él exhibe de esta manera los posibles desprendimientos ético-políticos de tal cosmovisión atea y materialista que define al ala más revolucionaria de la Ilustración. Estos desprendimientos socavan la apuesta de este movimiento por fundamentar una moral universal laica. 

 

La propuesta filosófico-ideológica sadeana admite así al menos tres interpretaciones. En primer lugar, puede argumentarse que Sade, en tanto philosophe, se esforzó por ridiculizar a las filosofías inmaterialistas y por publicar y difundir las tesis materialistas ateas ilustradas. Pero también se habría abocado a mostrar críticamente los “puntos ciegos” de estas últimas en el ámbito práctico. Desde esta perspectiva, podríamos describir al marqués como un instrumento crítico de radicalización pero a la vez de clausura del ateísmo materialista ilustrado. A diferencia de lo que sucede con las posiciones ateas y materialistas anteriores, la matriz filosófica sadeana no admite sentimiento o uso de la razón alguno que decante en el reconocimiento del otro u otra como un/a igual. La virtud no es ya preferible en sí misma al vicio (ni viceversa), pues no hay un fundamento o principio universal que establezca la superioridad de uno de estos polos morales por sobre el otro. De esta forma, Sade no promovería entonces ni la virtud ni el vicio, sino que se limitaría a poner en evidencia su indiferencia y su equipolencia, relativizando y neutralizando el sentido moral de las acciones humanas. Este amoralismo sadeano constituiría el ocaso nihilista de los ideales ilustrados.

 

En segundo lugar, el marqués puede ser identificado como un autor que promueve la inmoralidad. Esta acusación se funda en la idea de que sus novelas pornográficas funcionarían como dispositivos que instigan a hacer el mal y corrompen a quienes las consumen. Posiciones exegéticas de este tipo avalan que se lo utilice aún hoy como “mala publicidad” para sus antecesores ilustrados, confirmando aquel prejuicio de los censores y las personalidades contrailustradas de aquel entonces, que sostenían que una filosofía materialista atea se volverá necesariamente una defensa del libertinaje entendido como desenfreno sexual que pervierte las costumbres. 

 

En tercer lugar, podría identificarse al mismo Sade como un contrailustrado. Desde esta perspectiva, él actuaría como un moralista que busca denunciar en sus escritos la corrupción y los abusos del sistema político y judicial de su época. Se trata de una visión de la obra del marqués que parecería seguir al pie de la letra (acríticamente) sus descargos. En ellos, este se defiende de las acusaciones de inmoralidad que le propinan sus enemigos, quienes lo identificaban como el autor de Justine. Él negaba públicamente ser el autor de tal novela (aunque lo confiesa en su correspondencia). Solo admitía haber escrito ciertas obras “exotéricas”, como Aline y Valcour o la novela filosófica, diseñadas para el gran público y ciertamente más decorosas que sus escritos esotéricos libertinos. Sostenía que si incurría en crueldades en sus textos (exotéricos) era justamente para exaltar en mayor grado la virtud y ofrecer, en el contraste, un retrato más fidedigno de la naturaleza humana.

 

 

La obra de Sade permite así tal pluralidad de interpretaciones que resulta un arma de doble filo para la difusión y el debate de las ideas ilustradas. Particularmente las discrepancias entre las dos primeras lecturas (Sade amoralista vs. Sade inmoralista) se deben, en buena medida, a la tensión que generan dos grandes procedimientos que el marqués despliega a lo largo de toda su prosa obscena, a primera vista contrapuestos. Por un lado, la neutralización teórica de las diferencias entre el vicio y la virtud. Por otro, la exaltación narrativa de todo aquello que es inmoral, monstruoso, criminal y aberrante. Este último procedimiento no suele desarrollarse en sus textos exotéricos, los cuales representan cómica o trágicamente las consecuencias de actuar inmoralmente. En ellos, los personajes “malvados” no suelen ser caracterizados como figuras victoriosas sino que suelen ser ridiculizados o descriptos como caídos en desgracia.

Las novelas pornográficas de Sade nos ofrecen un panorama distinto. Los discursos filosóficos de los despiadados personajes libertinos despliegan una visión amoral del universo en la que virtud y vicio son igualmente variables (relativos al espacio y al tiempo en los que se los define); por ende, ninguno es universalmente preferible al otro o más valioso que su opuesto. Sin embargo, en el relato ficcional, estas figuras sanguinarias se inclinan claramente a favor del vicio, desarrollando un estilo de vida criminal. Las tutoras y los tutores de las novelas libertinas del marqués recomiendan a sus discípulas “revolcarse en la porquería” de la corrupción y la inmoralidad, e incluso ofrecen recetas prácticas para lograr realizar estos actos de manera impune, esquivando la condena social y judicial. Algunos de estos individuos libertinos dan razones acerca de por qué, dada su particular constitución fisiológica y su inclinación hacia placeres extremos, se realizan a sí mismos mediante el ejercicio de estas transgresiones. De todas maneras, asumen que no se trata de un estilo de vida adecuado para todo tipo de personas, es decir, que no es universalizable. Pero al ser tan impactante la representación de escenas orgiásticas brutalmente violentas no sería inesperado que se perdiese de vista el núcleo teórico amoral que intentamos reconstruir aquí. Es tal núcleo teórico, no obstante, el que da sentido a la propuesta filosófica integral de Sade.

 

Por último, existen otras maniobras interpretativas que culminan en el menoscabo del pensamiento filosófico del marqués. Algunos comentadores sugieren que, en realidad, las disertaciones teóricas sadeanas no son sino meramente paródicas. Ellas se agotarían en este gesto burlesco y se limitarían a parasitar otros discursos. Si bien es cierto que Sade es un pensador sumamente revulsivo que intenta subvertir el espíritu optimista de la Ilustración, su amoralismo constituye, sin embargo, un cuerpo de ideas original en sí mismo, el cual nos proponemos examinar aquí. Sea como fuere, la apelación a que se trata simplemente de “novelas pornográficas escandalosas” o bien de “meras parodias” no es suficiente para explicar la especificidad del despliegue filosófico que este autor incisivo realiza en su obra.

 

 

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