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El realismo y la fisura

Por Maximiliano Barrientos

"Desconfío cuando escucho a un autor decir que su novela es una reflexión sobre ciertos procesos sociales y culturales. ¿Cómo se puede pensar la literatura desde la idea?", escribe en este ensayo el autor de Una casa en llamas.

Por Maximiliano Barrientos.

En Los mecanismos de la ficción, James Wood afirma que parte de la confusión en torno al realismo se debe a que resulta difícil ser consciente de sus procedimientos, y suelta una línea inquietante: “no se refiere a la realidad, el realismo no es realista”.

Sospecho que la raíz del problema está en confundirlo con un género, no considerarlo una convención, es decir una gramática. Convendría pensarlo como un procedimiento, tiene que ver con la forma, con el prejuicio de que dicha forma —dicho modelo narrativo— captura la realidad.

En Latinoamérica se lo suele pensar como lo opuesto al fantástico. Mucha de la narrativa aparecida en los últimos años que da cabida a ovnis y fantasmas y apariciones y eventos sobrenaturales, incurre en los mismos dispositivos que empleaba Osvaldo Soriano: el ritmo, la sintaxis, la construcción de la escena, etc. Mientras agonizo o El sonido y la furia tienen que ver menos con el realismo que buena parte de la ciencia ficción mainstream de la época de William Faulkner.

El realismo se relaciona con la percepción y con cómo esta trabaja narrativamente la construcción del mundo. Ciertas prosas consiguen por momento romper la fórmula: ahí la fisura. Tom McCarthy, en un agudo ensayo titulado Get real, or what jellyfish have to tell us about literature, anota: “aquel lugar que erróneamente pensamos que era sólido en verdad resultó ser un abismo, una serie regresiva de códigos sobre códigos, convenciones edificadas a partir de otras convenciones, lecturas hechas a partir de otras lecturas. (Es interesante que el último libro de Flaubert, el punto cumbre al que lo llevó su trayectoria, el modelo final para su literatura y su vida, no haya sido otra cosa que un diccionario)”.

La vanguardia proporcionó aire fresco, pero la narrativa que se armó en base a sus sobras recurrió a otro molde, y la consecuencia fue la domesticación de la mirada. Buena parte de lo que ahora se presenta como narrativa experimental también responde a una convención, tiene que ver más con un juego intelectual, con cierta exhibición de la ironía y del ingenio, y no con el shock. Los epígonos de Julio Cortázar, en Latinoamérica, o de Donald Barthelme, en Estados Unidos, escriben desde una fórmula.

¿Se precisa mantener la convención para que la ruptura de esta adquiera el rango de acontecimiento? Esta pregunta me parece relevante y atañe al procedimiento que acompaña la obra de todo cuentista o novelista, sugiere una estrategia. Sospecho que el realismo como modelo está en la base de todos los géneros, ya sean fantásticos o no, ya sea que aborden la decadencia de un matrimonio o las manifestaciones del diablo en el cuerpo de una niña, y que algunas veces —por el talento, por la ‘gracia’ si seguimos a Flannery O´Connor— esta pared, este velo del lenguaje, se resquebraja y accedemos a lo otro. Miramos, experimentamos.

McCarthy, en el ensayo ya mencionado, anota: “una visión de lo real no es un hecho o un secreto, no es una correspondencia entre la obra del escritor y el mundo empírico que todos asumimos, es más bien un evento que involucraría la ruptura violenta de la mismísima forma y procedimiento del texto. Esta ruptura —nota bene— enfáticamente no es lo mismo que la autenticidad”.

En vez de construir un sentido, la literatura que logra escapar del realismo tiende a destituirlo, y ahí es cuando sucede la revelación.

***

Me siento incómodo cuando escucho a escritores decir que sus novelas explican un país. Una novela es un aparato formado por situaciones que llevan a ciertos límites a los personajes, límites en los que se producen revelaciones que son captadas por el lenguaje. Es la historia de un cuerpo y de una mente y de circunstancias que provocan variaciones en la intensidad: lo que no termina de estar contenido en la representación es lo que les confiere singularidad.

Desconfío cuando escucho a un autor decir que su novela es una reflexión sobre ciertos procesos sociales y culturales. ¿Cómo se puede pensar la literatura desde la idea? No digo que aquello no consiga filtrarse, lo que digo es que esa presencia nunca es intencional y nunca es el origen de la narración: no es su pulsión. Si está en el origen, entonces la novela se cubre de un aura de artificialidad, se vuelve la plataforma de teorías sobre la Historia, se vuelve sociología. No literatura, comentario. Estoy en contra de las novelas-comentario en las que resulta más interesante las entrevistas que dan los escritores que el propio texto.

Si algo tiene de desestabilizante la literatura es aquello que precede a la misma idea que se tiene respecto al mundo, al ser humano, al país, al género. Tiene que ver con el goce puro o la abyección, no así con la interpretación. Un hallazgo que siempre está más allá de lo que el narrador controla, por eso la fidelidad con la intención primaria, obsesionarse con lo que se planificó, oxida la historia. Las mejores novelas son las que imponen su propia dirección, las caprichosas, las que se ríen de los planes del escritor.

Todo el andamiaje de la acción dramática tiene como fin captar reflejos de ese nivel pre-lingüístico. La reflexión sobre la forma —que se puede sintetizar en el debate entre realismo y experimentación—es un debate sobre qué mecanismo es propicio para captar ese estado, que es la esencia de lo literario, y cuya aprensión nunca es un continuo, es más bien un evento, como apunta McCarthy.

Cuando el mecanismo se domestica caemos en la convención, en la fórmula, y muchas veces esta está bien armada, sorprende, pero no produce esa explosión que corta el sentido, que lo pone en suspenso: este declive ocurre en un policial, en una novela de fantasmas y en una que cuenta las peripecias de un hombre que pierde todo su dinero y que tiene que vivir en la calle como mendigo. Sólo trabajamos con lenguaje, pero la verdadera experiencia literaria está en aquello que no es lenguaje y que paradójicamente se vislumbra desde la sintaxis, desde el ritmo, desde ciertas imágenes, como si estuviéramos de pie frente a una ventana y atisbáramos un sueño.

Roland Barthes en S/Z: “la función de la narrativa no es representar, es construir un espectáculo todavía muy enigmático para nosotros, pero en cualquier caso, no de orden mimético”. Si coincidimos en que la prosa literaria tiene que provocar la materialización del lenguaje, pues esta se da a través de las grietas de la convención.

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