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El tiempo en la literatura

Por John Zerzan

"El advenimiento de la escritura facilitó la fijación del comienzo de la historia y de los conceptos del tiempo", escribe el filósofo estadounidense John Zerzan en la novedad de Walden Editora: Correr sobre el vacío. La patología de la civilización.

 


Por John Zerzan. Traducción de Laura García.



Está claro que el advenimiento de la escritura facilitó la fijación del comienzo de la historia y de los conceptos del tiempo. Pero tal como señaló el antropólogo Goody (1986), “las culturas orales a menudo están más que preparadas para aceptar estas innovaciones”. Después de todo, las preparó el lenguaje mismo. McLuhan (1962) sostuvo que la llegada del libro impreso y la alfabetización masiva reforzaron la lógica del tiempo lineal.

La vida tuvo que adaptarse forzosamente. “Y ahora soy del tiempo su reloj”, escribió Shakespeare en Ricardo II. “Tiempo” y “riqueza” eran dos de las palabras predilectas del bardo, a quien obsesionaba el tiempo. Cien años más tarde, en Robinson Crusoe, Defoe reflexionó acerca de la imposibilidad de escapar del tiempo. Varado en una isla desierta, Crusoe está profundamente preocupado por el paso del tiempo. Llevar un registro minucioso de cada una de sus actividades en semejante contexto era sobre todo llevar registro del tiempo, por lo menos mientras le funcionara la pluma y le alcanzara la tinta.

Northrop Frye (1950) consideró la “alianza entre el tiempo y el hombre occidental” como el rasgo distintivo de la novela. Del mismo modo, en The Rise of the Novel [El advenimiento de la novela] (1957), Ian Watt analizó la novedosa inquietud ante el tiempo que estimuló la emergencia de la novela en el siglo xviii. En Los viajes de Gulliver, el protagonista de Jonathan Swift no hacía más que mirar su reloj: “Decía que era su oráculo y que marcaba la hora de cada acto de su vida”. Los liliputienses concluyeron que el reloj era el dios de Gulliver. En las vísperas de la Revolución Industrial, el Tristram Shandy (1759) de Sterne comienza con la madre de Tristram interrumpiendo a su marido en el momento de su coito mensual: “Decime, querido —dijo mi madre—, ¿te acordaste de darle cuerda al reloj?”.

En el siglo xix, Poe satirizó sobre la autoridad de los relojes al vincularlos a la superficialidad burguesa y la obsesión con el orden. El tiempo es el verdadero protagonista de las novelas de Flaubert, según Hauser (1956), mientras que Walter Pater (1889) buscaba en la literatura ese “momento absolutamente concreto” que absorbiera “el pasado y el futuro en una conciencia aguda del presente”, de un modo similar a las “epifanías” de Joyce. En Mario el epicúreo (1885), Pater describe el momento en el que Mario advierte “la posibilidad de un mundo real más allá del tiempo”. Por su parte, Swinburne buscó alivio lejos de las “tierras azotadas por el tiempo”, y Baudelaire declaró su temor y horror ante el tiempo cronológico, el enemigo voraz.

La desorientación de una era azotada por el tiempo y sometida a la aceleración de la historia llevó a los escritores modernos a ocuparse del tiempo desde perspectivas nuevas y extremas. Proust estableció relaciones entre acontecimientos de un modo que trasgredía el orden temporal convencional y violaba las concepciones newtonianas de causalidad. À la recherche du temps perdu (1913–1927), su novela en siete volúmenes, suele traducirse al inglés como Remembrance of Things Past [Recuerdos de cosas pasadas], pero sería más apropiado traducirla como Searching for Lost Time.[1] Allí, Proust sostiene que “un minuto libre del orden del tiempo ha recreado en nosotros […] al hombre liberado del orden del tiempo” y reconoce que “el único medio en el que podía vivir, gozar de la esencia de las cosas” era “fuera del tiempo”.


 


En el siglo xx, uno de los objetos más importantes para la filosofía fue el tiempo, tal como lo ejemplifican los intentos errados de hallar el tiempo auténtico por parte de pensadores tan diversos como Bergson o Heidegger, por no hablar de la cuasi deificación del tiempo en que incurrió este último. En Time and the Novel [El tiempo y la novela] (1952), A. A. Mendilow revela en qué medida este mismo interés predomina en las novelas del siglo, en particular las de Joyce, Woolf, Conrad, James, Gide, Mann y, desde luego, Proust. Otros estudios, como Time and Reality [Tiempo y realidad] (1962), de Church, han ampliado la lista de novelistas e incluyen, entre otros, a Kafka, Sartre, Faulkner y Vonnegut.

Desde luego, la literatura del tiempo no queda confinada únicamente en la novela. La poesía de T. S. Eliot muchas veces expresa el anhelo de huir de la convencionalidad sometida por el tiempo. “Burnt Norton” (1941) es un buen ejemplo:

 

El tiempo pasado y el tiempo futuro

apenas permiten algo de conciencia.

Ser consciente es no estar dentro del tiempo.

 

En sus inicios, Samuel Beckett escribió con agudeza sobre “la astucia maligna del Tiempo en la ciencia de la aflicción” (1931). La obra Esperando a Godot (1952) es una candidata obvia para este tema, al igual que Murphy (1938), donde el tiempo es reversible en la mente del protagonista. Si el reloj puede ir en cualquier dirección, nuestro sentido del tiempo, y el tiempo mismo, se desvanecen.

    

[1] Literalmente, Buscando el tiempo perdido. En busca del tiempo perdido es la traducción castellana clásica, que siguieron la mayoría de los traductores, desde Pedro Salinas, pasando por Estela Canto hasta Carlos Manzano (a excepción de Mauro Armiño, que tradujo A la busca del tiempo perdido). (N. de la T.)

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