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Literatura bélica: de la Ilíada a la guerra en directo por Facebook

Un recorrido de lecturas

Desde la Ilíada hasta Yo, el más inteligente de Facebook, del escritor sirio contemporáneo Aboud Saeed, Gonzalo León traza un nutrido recorrido por las bibliotecas bélicas. Hemingway, Tolstoi, Stendhal, Vonnegut, Whitman, Céline, Johnson y más: ¿qué atrajo sus plumas hacia las matanzas, las bombas y los disparos?

Por Gonzalo León.

 

La guerra es un tema sobre el que se ha escrito bastante en la historia de la literatura, quizá porque remite a la muerte, y amor y muerte han sido los temas ineludibles para los poetas. Ya desde la Ilíada se observa esto, cuando Homero narraba en veinticuatro cantos el último año de la guerra de Troya. De eso han pasado más de dos mil quinientos años y el tema sigue vigente. Lo estuvo para los romanos, cuando los poemas de Catulo vincularon, en tono de chisme e ingeniosa habladuría, a altos oficiales con el propio Julio César. Catulo se burlaba de la seriedad de la guerra, o más bien de las conquistas y de las relaciones que se creaban durante ella, en este caso la de un general con él.

No sólo la Antigüedad conoció textos que hablaran de la guerra. Hacia finales del Renacimiento, William Shakespeare escribió obras de teatro que trataban sobre ella: en Ricardo III el protagonista, que es un jorobado y ambicioso asesino, se cae de su caballo en pleno combate y pronuncia aquella famosa frase (“mi reino por un caballo”), mientras que en Enrique V se pronuncia una frase similar aunque menos conocida, cuando los embajadores del delfín de Francia van a ver al rey con un regalo, que resultan ser pelotas de tenis. Ante eso la furia de Enrique V se manifiesta así: “Y decid también a ese príncipe placentero, que su burla ha cambiado sus pelotas en piedras de cañón, y que su alma quedará dolorosamente impresionada por la terrible venganza que volará con ellas”. Pero la progresión de páginas, casi siete, que terminan con esa frase entrega al lector o al espectador la sensación de un conflicto inminente.

A partir del siglo XX, con dos guerras mundiales y una guerra fría, se creó un escenario bastante prolífico para novelas y libros de cuentos. Aunque previamente, en el siglo XIX hubo algunas obras que ya daban cuenta de este tema, como las célebres La cartuja de Parma, de Stendhal, y Guerra y paz, de Tolstoi. La primera arranca describiendo la huida de un joven de familia ultracatólica para alistarse en las tropas de Napoleón, momentos antes de la batalla de Waterloo, de la que alcanza a observar el despliegue del ejército francés, y la segunda aborda la invasión napoleónica a Rusia a comienzos de ese siglo. Según se ha dicho, la obra de Stendhal influyó en la de Tolstoi.

En ese mismo siglo pero en Estados Unidos, también se dieron libros de este tema. Sin ir más lejos, el mayor poeta de esa nación, Walt Whitman, escribió en 1865 Redobles de tambor con versos como éstos: “Partiendo de Paumanok, vuelo como un pájaro, /por aquí y por allá, hasta remontar, cantar la idea de todo; /entregándome al norte, para cantar allí canciones árticas, /A Canadá, hasta que absorba Canadá en mí mismo…”. Estos versos que fueron elogiados después de un tiempo, en la época en que salió el libro fueron duramente criticados por Henry James, quien publicó un artículo en el que analizaba el propósito de él como la celebración de “la grandeza de nuestros ejércitos” y como propósito secundario la exaltación de “la grandeza de la ciudad de Nueva York”. Pero donde James resultó más duro fue cuando escribió que “para cantar correctamente nuestras batallas y nuestras glorias no es suficiente haber servido en un hospital (por encomiable que sea la tarea en sí), ser agresivamente descuidado, inelegante e ignorante, y estar constantemente preocupado por uno mismo”. James encontraba muy cruenta la Guerra Civil a la que aludía Whitman para encontrarle un valor literario o poético a ese libro.

Las tres obras anteriores de seguro influyeron en Ernest Hemingway, quien tiene toda una línea dedicada a la guerra a comienzos del siglo XX: los relatos de En nuestro tiempo y las novelas Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas y A través de los árboles y entre los árboles son una muestra de ello. Hemingway, quizá como ningún otro escritor contemporáneo, retrató lo que sucedía en los conflictos armados. Algunos explican su destreza porque participó como corresponsal en la Primera Guerra, donde fue herido cerca de la rodilla. Esa herida lo llevó al hospital de Milán donde conoció a una enfermera estadounidense, Agnes von Kurowsky, que dio pie al personaje Catherine Berkley en Adiós a las armas. Pero después de la guerra el joven Hemingway recién estaba reflexionando sobre el tema.

Esa reflexión daría sus frutos en los años 20, cuando con sólo veintiséis años publicó En nuestro tiempo. Precisamente el año pasado ese libro fue traducido íntegramente al castellano, con prólogo de Ricardo Piglia. Ahí se pueden observar las viñetas o pequeños relatos de la guerra seguidos de un relato más extenso que transcurre lejos de la guerra. Muchos de esos cuentos que transcurren lejos del conflicto parecen querernos decir que la guerra lo transforma todo, incluso o sobre todo la vida cotidiana alejada de la guerra, o que ahí también hay guerra, sólo que de otro tipo. En "El luchador", por ejemplo, un chico es lanzado de un tren y camina por las vías hasta que divisa una fogata, alrededor de ella encuentra a un personaje que lo invita a comer, pero lentamente descubre que el sujeto está loco, y quiere golpearlo. Todo culmina con una especie de “aquí no ha pasado nada”, porque la imagen de la fogata inicial se vuelve a reiterar cuando el protagonista mira hacia atrás, como si observara la historia o la nada. No sólo en estos cuentos, sino en la parte de su obra que aborda este tema, Hemingway parece interrogarse o interrogarnos: ¿es real la guerra o qué tan real es?

Otro autor que abordó espléndidamente la guerra fue Céline, en Viaje al fin de la noche, considerada por muchos como una de las mejores novelas del siglo XX. Al igual que Hemingway Céline participó de la Primera Guerra, pero a diferencia de él se alistó en el ejército y fue herido en un brazo. John Banville, en el prólogo a la edición de Edhasa de 2017, señaló: “Viaje... es una versión idealizada de su vida. ‘Las cosas como son /cambian en la guitarra azul’, escribió Wallace Stevens, y la guitarra de Céline estaba afinada en un tono que no se hacía escuchar desde los días de Rabelais, François Villon y Jonathan Swift”. Sin embargo, agrega Banville, si bien esta novela es considerada una novela sobre la Primera Guerra Mundial, “lo cierto es que la secuencia inicial ambientada en la guerra representa sólo una pequeña porción de la narración. Para Céline, la guerra es una suerte de número circense homicida”.

Otro escritor que también escribió sobre la guerra fue Kurt Vonnegut, quien en Matadero cinco relata la historia que le tocó vivir durante el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde. Él había sido hecho prisionero por los nazis y debió soportar aquel bombardeo como prisionero. El valor de esta novela es que no está narrada desde el realismo, sino desde la ciencia ficción y la sátira y, lo más interesante, desde una multiplicidad de tiempos narrativos. Es el mismo Vonnegut quien nos señala al comienzo las dificultades que tuvo para escribir esta novela: “Cuando volví́ a casa después de la Segunda Guerra Mundial, hace veintitrés años, pensé que me sería fácil escribir un libro sobre la destrucción de Dresde, ya que todo lo que debía hacer era contar lo que había visto. También estaba seguro de que sería una obra maestra o de que, por lo menos, me proporcionaría mucho dinero, por tratarse de un tema de tal envergadura. Pero cuando me puse a pensar en Dresde las palabras no acudían a mi mente, al menos no en número suficiente para escribir un libro”.

Un autor estadounidense que ha sabido contar muy bien un conflicto bélico fue Denis Johnson. En Árbol de humo narra la guerra de Vietnam, y con esta novela gana en 2007 el Book National Award. Tuve esta novela en mi biblioteca, pero en la mudanza tuve que desprenderme de ella, leí pocas páginas, así que por eso cito a Andrés Ibáñez, quien en una reseña en Revista de Libros escribió: “Lo más moderno y original de Denis Johnson es que escribe novelas con una historia que nunca llega a hacerse trama y que cuenta vidas que nunca llegan a hacerse fábulas. Porque intenta representar la vida como es: como una serie de acontecimientos inconexos que carecen de simetría, que carecen de carácter simbólico”. Una razón por la que los escritores americanos escriben tanto de guerras es bastante obvio: han pasado peleando más de un siglo, si se cuenta la guerra con España por Cuba y Filipinas a fines del siglo XIX, cuestión que remarca Gore Vidal en la novela histórica Imperio. Según este autor, Estados Unidos se piensa imperio cuando empieza a pelear.

Como desde Vietman los conflictos se han sucedido unos a otros, el tema vuelve a aparecer cada tanto. El autor bosnio Velibor Colic tiene dos libros publicados en la editorial española Periférica: Los bosnios (relatos) y Manual de exilio. Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones (novela). Colic participó de la guerra que desmembró a Yugoslavia en los años 90, y en esa época ya tenía inquietudes literarias, que esa guerra, como algunos imaginarán, postergó por un tiempo. Por suerte huyó y llegó a Francia, más precisamente a Rennes, que es donde arranca Manual de exilio, que literariamente tiene más vuelo, pese a ser una autoficción, que sus microrelatos, donde la solución más o menos es la misma. Sin embargo, en la novela parece encontrar la ecuación justa entre voz y personaje, y para ello sirve mucho que el protagonista sea una mezcla de galán, borracho y diletante, es decir se trata de un personaje que, pese a haber vivido el horror de la guerra, no se toma tan en serio lo que vivió ni lo que le toca vivir: la inmigración y el estatuto de refugiado en Francia. En una pensión donde van los soldados que han llegado de otros conflictos se hace amigo de dos rusos, que son como salidos de una picaresca. Con ellos charla y se emborracha. Uno dice: “Las alemanas no son todas putas, algunas aceptan hacerlo gratis”. Pero también con ellos sale a recorrer la ciudad: “Somos ruidosos y arrogantes. Alexandre está agitado, Volodia gordo y yo voy con ellos”.

Las guerras se han trasladado a lugares recónditos y han sido abordadas por autores sirios, como Aboud Saeed y su novela Yo, el más inteligente de Facebook, donde la guerra aparece como un susurro, como algo que lentamente uno se va dando cuenta de lo que está pasando. Y es que la guerra en un punto es un susurro, que para los que la padecen se convierte en un grito. Este texto también va por el lado de la autoficción, aunque en este caso toma el formato de Facebook, porque la cuenta de Facebook de este sirio existió de verdad y fue la plataforma donde fue registrando el conflicto; allí fue mezclando reflexiones sobre la vida cotidiana (delirantes conversaciones con su madre) con su trabajo en el taller mecánico, sus pretensiones artísticas (aquí no hay un escritor profesional hablando, sino alguien que susurra), su afán de tener novia o muchas novias, y desde luego la guerra.

Todos los posteos tienen fecha y hora, como cualquier cuenta de red social. En uno de ellos escribe: “A pesar de la guerra civil /Esta mañana intentaré convencer a mi madre de que ella es drusa /En la mañana subsiguiente intentaré convencerla de que es curda /Luego le haré creer que no somos sunitas. Que nuestros estúpidos antepasados nos engañaron porque en realidad somos alauitas /Y en una noche de tormenta le diré que en realidad somos judíos”. Y en otro: “Mi amiga dice: la revolución es algo fantástico; me pregunto por qué tiene que pasar aquí y no en la China o en la televisión”. Lo interesante de este libro es que la guerra no es vista como un drama humanitario, sino como parte de la industria del entretenimiento, porque Facebook es eso, y Saeed registra sus vivencias allí. Hay algo similar con el trabajo de Hemingway en el sentido de que uno se pregunta qué tan real es la experiencia de la guerra, puede transmitirse o sólo la padecen las personas que están involucradas o afectadas en ella.

Por último y como es algo ya habitual en estas fechas, podrían enumerarse todos los autores argentinos que han abordado Malvinas y también otros conflictos: Fogwill, Carlos Gamerro, Néstor Perlongher, entre otros. En todo caso, no porque los nombre al pasar son poco importantes, sino al revés, son un tema en sí mismo.

 

 

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