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Louisa May Alcott y la curiosidad infinita

Un perfil de la autora de Mujercitas

Enterrada junto a Nathaniel Hawthorne, Thoreau y Emerson, sus mentores y amigos, "desde su nacimiento, Louisa May Alcott destacó por su viveza de espíritu; era como una extraña fuerza de la naturaleza". Así presentan a la autora de uno de los libros más influyentes de la historia en Fruitlands (Impedimenta), sobre la aventura utópica que vivió en su infancia.

Por Julia García Felipe.

 

Louisa May Alcott nació en Germantown, en Pensilvania, el 29 de noviembre de 1832, media hora pasada la medianoche, durante el trigésimo tercer cumpleaños de su padre, el educador y filósofo trascendentalista Amos Bronson Alcott. Tuvo tres hermanas: Anna, Lizzie y Abigail. En cuanto a su madre, Abba May, fue una de las primeras trabajadoras sociales remuneradas en Massachusetts.

Desde su nacimiento, Louisa May Alcott destacó por su viveza de espíritu; era como una extraña fuerza de la naturaleza. Apenas lloraba, nunca se ponía enferma y pasaba todo el día fuera de casa, corriendo y aprendiendo, tratando de saciar su infinita curiosidad.

Su padre fue quien la educó, junto con sus hermanas, a las que observaba y estudiaba desde niñas para probar sus teorías sobre la educación; antes de que cumpliera tres años, el cuaderno de observaciones sobre la pequeña Louisa tenía ya 300 páginas.

Debido a la incapacidad del padre de familia para mantener un trabajo fijo, los Alcott vivían en unas condiciones económicas inestables y las niñas pasaron su infancia mudándose continuamente. En 1834 se trasladaron por primera vez a Boston, Massachusetts, donde Bronson había conseguido financiación por parte de un benefactor para cumplir su sueño de montar una escuela con métodos alternativos de enseñanza: la llamó Temple School. Durante los años que permaneció activa, la escuela contó en su plantilla con profesoras como Elizabeth Peabody (escritora, educadora y la primera mujer en abrir una guardería en los Estados Unidos) o Margaret Fuller (periodista, profesora y activista por los derechos de las mujeres). Pero pronto las discrepancias en la organización interna de la escuela comenzaron a causar problemas, y los métodos poco ortodoxos de Alcott fueron motivo de cierta controversia, por lo que algunos miembros de la comunidad terminaron denunciándolos en la prensa por «blasfemos», provocando así que la Temple School fuese perdiendo alumnos hasta que cerró definitivamente en 1840.

La familia volvió a trasladarse, esta vez al campo, a una casa junto al río Sudbury en Concord, Massachusetts. Los casi tres años que pasaron en la propiedad supusieron un oasis de calma para la joven Alcott, quizá en comparación con las más de veinte mudanzas que iban a hacer en casi treinta años. Pero pocos americanos han intentado reconstruir un edén tardío tan apasionadamente como Amos Bronson Alcott, por lo que en 1843 arrastró a la familia a una nueva —y esta vez arriesgada— aventura y pasaron un breve periodo de menos de un año en la comunidad de Fruitlands, un refugio utópico y trascendentalista que fracasó estrepitosamente. Tras el colapso del experimento, los Alcott deambularon por habitaciones de alquiler hasta que, finalmente, con el dinero de una herencia y la ayuda financiera de un amigo compraron una propiedad en Concord, que poco después venderían al escritor Nathaniel Hawthorne, amigo de la familia. Tendrían que esperar hasta 1858 para instalarse definitivamente en Orchard House, la propiedad de ensueño que la escritora reproduciría como el hogar de las hermanas March en Mujercitas.

Alcott pasó sus años de formación bajo la tutela no solo de su padre, sino de algunos de sus amigos, figuras intelectuales y escritores importantes de la época, miembros del mismo grupo trascendentalista al que Amos Bronson pertenecía, como Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson o Nathaniel Hawthorne. La joven escuchaba atenta durante sus reuniones, formándose su propia opinión, pero incapaz de resistirse al espíritu de cambio y perfección que reivindicaban su padre y sus conocidos. Además, en el seno de su familia, Alcott se crio como una aguerrida abolicionista y feminista. Leyó la Declaración de sentimientos, publicada por la Convención de Seneca Falls sobre los derechos de las mujeres, abogando desde entonces por el sufragio femenino, hasta llegar a convertirse en la primera mujer en registrarse para votar en Massachusetts en unas elecciones.

Pero, pese a la gran riqueza intelectual que los rodeaba, la pobreza era una realidad constante en la vida de los Alcott. La década de los cincuenta fue dura para la familia y las hermanas y su madre tuvieron que contrarrestar el espíritu poco eficiente del padre trabajando desde muy jóvenes. Louisa tuvo toda clase de empleos, desde profesora a limpiadora, pasando por costurera o institutriz. Fue la necesidad lo que la llevó a la ocupación que se convertiría en la vocación de su vida: la escritura. A los veinte años, estaba decidida a dedicarse al oficio. En una carta a su padre, escribió: «Voy a convertir mi cerebro en dinero a través de las historias», y pronto sus cuentos empezaron a aparecer regularmente en publicaciones locales. Aprendió a adaptar su material a diferentes contextos y experimentó con varios estilos de ficción, adquiriendo cada vez más habilidades y confianza. Su primer libro, Flower Fables (1854), fue una recopilación de los relatos que había escrito años antes como un regalo para su amiga Ellen, hija de Emerson. La escritura se convirtió pronto en su vía de escape frente a las penurias de su vida, y en 1854 encontró el consuelo que necesitaba en el Teatro de Boston, para el que escribió The Rival Prima Donnas, su primera obra teatral.

Durante 1857, Louisa May Alcott leyó la biografía de algunas escritoras a las que admiraba (como Elizabeth Gaskell o Charlotte Brontë) y encontró muchos paralelismos con su propia vida, lo que le generó una poderosa conciencia de autora, el paso definitivo para abandonar la infancia y el nudo familiar, justo antes de la tragedia que rompería la Arcadia de los Alcott para siempre y la arrojaría directa a la vida adulta. En 1858, un año después de volver al hogar, su hermana menor Lizzie murió y su hermana mayor, Anna, se casó con un hombre llamado John Pratt. El matrimonio y la muerte, dos modos de separación, dos tragedias que para ella supusieron una ruptura feroz y terrible de su noción de la hermandad, y que reproduciría para siempre en sus obras.

En 1860, Alcott ya se dedicaba profesionalmente a escribir para la revista The Atlantic Monthly. Pero en 1861 estalló la guerra de Secesión y abandonó la escritura para ayudar como enfermera en el Hospital de Georgetown entre 1862 y 1863. Tenía la intención de trabajar durante tres meses, pero al mes y medio, por culpa de las condiciones insalubres, contrajo la fiebre tifoidea. A partir de esa experiencia, reflejada en las cartas que envió a su casa el tiempo que permaneció en el hospital, escribió Hospital Sketches (1863), la primera obra que le valió el reconocimiento de la crítica y que se convirtió en un auténtico best seller. A partir de ese éxito, Alcott se dedicó a escribir novelas para jóvenes bajo el seudónimo de A.M. Bernard, como Moods (1865), A Long Fatal Love Chase (1866) o Tras la máscara (1866). Y también cuentos infantiles y novelas para adultos. Todas sus historias, apasionadas y sensacionales, estaban protagonizadas por personajes femeninos fuertes e inteligentes.

Pero el verdadero punto álgido de su carrera no llegaría hasta 1868, cuando Thomas Niles, su editor, le recomendó que escribiera un libro «para chicas», el público lector con más demanda en la época. Al principio ella se resistió, inmersa en ese momento en el proyecto de publicación de sus cuentos, pero Niles y su padre la convencieron para que escribiera la novela primero. Se entregó afanosamente a su escritura durante dos meses y medio, basándose en su experiencia y en la de sus hermanas durante su infancia en Concord. La novela, titulada Mujercitas, fue publicada por primera vez el 30 de septiembre de ese mismo año, y su éxito fue tan arrollador que vendió miles de ejemplares y cientos de lectoras escribían diariamente a la autora para pedir que escribiera una segunda parte. Además, la crítica de su época supo apreciarla como una auténtica revolución de la literatura decimonónica, así como de la literatura norteamericana; una novela capaz de criticar y reinventar a la vez las «guías de conducta para señoritas», tan populares en la época. Mujercitas convirtió a Louisa May Alcott, de un día para otro, en una de las autoras más relevantes de su generación y le hizo tomar conciencia de lo real que era el sueño que ella y su padre compartían: la capacidad de la escritura para transformar el mundo.

En 1871, escribió Hombrecitos, la segunda novela de la saga en torno a las hermanas March, que había empezado con Mujercitas. A partir de entonces Alcott se dedicó por entero a la escritura. Trabajó redactando artículos para el periódico feminista Woman’s Journal, jamás se casó ni tuvo hijos, pero se consagró como autora con infinidad de novelas que fueron grandes éxitos de crítica y público, y formó parte activa, junto con autoras como Elizabeth Stoddard, Rebecca Harding Davis o Anne Moncure Crane, de un grupo de escritoras preocupadas por retratar la problemática femenina desde un nuevo punto de vista, moderno y alegre, pero aun así comprometido.

En 1873 escribió un cuento, «Fruitlands», con el que parodió las experiencias que compartió con su familia en el tiempo que pasaron en la comuna de ese mismo nombre. Además, mientras vivió siguió escribiendo con frecuencia en sus diarios, que continuaría hasta que murió, en los que instaba a sus lectoras a desafiar las normas sociales con respecto al género, como ella misma había hecho.

Después de la muerte de su madre en 1877, y de su hermana Abigail en 1879, Louisa se hizo cargo del cuidado de la niña de Anna, a quien estaba muy unida y que llevaba su mismo nombre; así como de su padre, cuya salud había empeorado enormemente después de la muerte de su mujer. Amos Bronson y su hija pasaban todo el tiempo del que disponían juntos. Pero ella también estaba enferma, y era muy consciente de la gravedad de sus problemas de salud crónicos, que siempre había achacado al hecho de haber ingerido mercurio en su época en el hospital durante la guerra.

Cuando su padre estaba ya postrado en cama al final de su vida, Alcott fue a visitarlo a Louisburg el 1 de marzo de 1888, a escasos tres días de que falleciera. Amos Bronson, tumbado de lado, le pidió que se acercara a él y le dijo: «Voy a subir, ven conmigo»; a lo que ella respondió: «Ojalá pudiera». Finalmente, Louisa May Alcott murió de un derrame cerebral a los 55 años en Boston, el 6 de marzo de 1888, dos días después de a muerte de su padre. Fue enterrada en el cementerio de Sleepy Hollow en Concord, cerca de sus mentores y amigos Emerson, Hawthorne y Thoreau, en una colina ahora conocida como Author’s Ridge.

 

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