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Nuevos ensayistas: el género que se reinventa

Por Gonzalo Leon

"El ensayo es un mundo penetrable y solitario como un espejo. Universo deshabitado. Tal vez ésta sea la principal dificultad y la principal virtud", escribía José Edmundo Clemente el siglo pasado. En este informe, algunos de los nuevos ensayistas que aterrizaron en librerías.

Por Gonzalo León.

 

“Mientras más aprende el hombre de una cosa, menos la sabe”, escribió José Edmundo Clemente (1918-2013) citando a Chesterton en su libro titulado simplemente El ensayo. Clemente, subdirector de la Biblioteca Nacional, intentaba definir el género, pero luego se arrepentía y advertía que “en estas páginas no encontrará una confiada y escolar definición de ensayo, empresa mejor realizada por los tratadistas profesionales de enciclopedias. Aquí únicamente hallará un ensayo sobre el ensayo”. Sin embargo a muy poco andar agregaba que “el ensayo es un mundo penetrable y solitario como un espejo. Universo deshabitado. Tal vez ésta sea la principal dificultad y la principal virtud”.

En Evasión y otros ensayos, César Aira sí se animó a definir el ensayo, señalando que aquí el tema, a diferencia de la novela, estaba antes, y precisamente esto era el lugar “que asegura lo literario del resultado”. Aira agrega que si se acierta en la elección del tema, “el ensayo ya está escrito, antes de escribirse; es esto lo que lo objetiviza respecto de los mecanismos psicológicos de su autor y hace del ensayo algo más que una exposición de opiniones”.

El género que inventó Montaigne en el siglo SXVI es, desde luego, anterior a la novela, pero desde hace un tiempo a la fecha no son muchos los ensayos no-académicos de escritores los que se publican, ni tampoco de la generación de autores del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay) nacidos a partir de los 70, es decir, de la generación que tiene una obra más o menos encaminada, y que tiene como máximo cincuenta años. Al contrario, resulta extraño que un novelista, en vez de escribir una novela o varios cuentos, desperdicie su tiempo en un ensayo. Así y todo hay excepciones, que no son tan pocas.

Sin mucho investigar, los autores argentinos que han incursionado en este género son Damián Tabarovsky (Fantasma de la vanguardia, que bien podría ser la continuación de su Literatura de izquierda, aparecido en 2004), Esther Cross (La mujer que escribió Frankestein, dedicado a las condiciones de producción en las que se gestó Frankestein, la célebre novela de Mary Shelley), Silvio Mattoni (Música rota), Esteban Prado (Libertella, un maestro de la lecto-escritura, dedicado obviamente a Héctor Libertella), Mercedes Halfon (El trabajo de los ojos), Laura Ramos (Infernales, sobre las fantásticas hermanas Brontë), Claudio Iglesias (Falsa conciencia, que son ensayos sobre la industria del arte), Nicolás Mavrakis (Houellebecq: una experiencia sensible, sobre el escritor francés), Ana Porrúa (Caligrafía tonal: ensayos sobre poesía) y Damián Selci (Teoría de la militancia, un libro que dialoga con Ernesto Laclau, uno de los ideólogos del kirchnerismo). De ellos Prado, Halfon, Mavkrakis, Iglesias y Selci cumplen, en estricto rigor, con los requisitos de la generación, aunque Mattoni y Tabarovsky podrían añadirse porque nacieron muy cerca de los 70. Y a su vez sólo dos o tres escriben ensayos con cierta periodicidad.

Por otro lado, es cierto que existen ensayistas de cepa como Maximiliano Crespi (Pasiones terrenas, sobre el amor y la literatura en tiempos de la lucha revolucionaria) y Pablo Maurette (La carne viva), pero son, por ahora, ensayistas puros. Ahora, si ampliamos el criterio a libros que reúnan textos ensayísticos, anteriormente publicados en prensa, encontraremos algo más: Luciana Peker (Putita golosa: por un feminismo del goce, uno de los bestsellers del año pasado), Hernán Ronsino (Notas de campo), Matías Moscardi (La rosca profunda, ensayos sobre literatura) y Luciano Lamberti (Para una invasión zombie). Algunas editoriales jóvenes, además, comienzan a apostar en este género, como Monte Hermoso Ediciones, Rara Avis, la cordobesa Prebanda o Ripio (con primera salida a cargo de Eduardo Stupía).

Puede decirse que los que siguen escribiendo y publicando ensayos son aquellos nacidos antes de los 70, o incluso antes. Alan Pauls (Trance), Sergio Chejfec (Teoría del ascensor), Carlos Gamerro (Borges y los clásicos), Elsa Drucaroff (Los prisioneros de la torre), además de las mencionadas Esther Cross, Ana Porrúa y Laura Ramos. Lo mismo para la generación anterior a ellos, donde el ejercicio era todavía más frecuente: Arturo Carrera, Héctor Libertella, Tamara Kamenszain, César Aira, Ricardo Piglia fue una generación de autores, nacidos en los 40. Que cambió un poco el modo que se tenía de leer gracias a esos ensayos. Nueva escritura en Latinoamérica, del primero de Libertella, es un ejemplo de ello.

Sin embargo, esto que puede verse como un fenómeno argentino, no lo es, porque en la generación de autores chilenos nacidos a partir de los 70 también es difícil encontrar autores que hayan incursionado en el género. En los últimos años se pueden mencionar a Lina Meruane (y su diatriba Contra los hijos), Natalia Figueroa (Ideologías excluyentes en la literatura chilena), Leonardo Sanhueza (La partida fantasma) y Rafael Gumucio (Nicanor Parra, de rey a mendigo). Si bien Chile, a diferencia de Argentina, nunca ha tenido una fuerte tradición ensayística (uno de los más renombrados quizá sea Martín Cerda y ahora destaca Marcela Labraña con sus Ensayos sobre el silencio publicado en España), esta camada ha escrito textos tan potentes como los de cualquier escritor argentino actual. De ellos quizá el que habría que excluir sería el libro de Gumucio, ya que sería, por lo que señaló Olivier Guez de paso por Argentina, una “novela de investigación”, esto es, un texto que elige un hecho histórico o una figura real, para de ahí ir estableciendo un diálogo con la propia biografía del escritor. Esto es más o menos el tono de Nicanor Parra, de rey a mendigo.

Del resto todo es muy interesante, ya que Meruane aborda el tema de tener hijos desde el feminismo y desde cómo el hecho de ser madres ha estado reñido, en el caso de las mujeres, con la escritura; Sanhueza, en contrapartida, habla de la influencia de las madres en ciertos escritores (Rimbaud, Darío, Gary, Huidobro), y Figueroa se refiere a una generación maldita, la del 38, que estuvo muy cruzada por la militancia política, aunque se centra en Eduardo Anguita, Braulio Arenas y Miguel Serrano, los dos primeros apoyaron la dictadura de Pinochet y el otro el nazismo de Hitler. Son ensayos no exentos de provocación, ingrediente muy propicio o ideal para el género. Pese a ello, no es común que los autores chilenos escriban ensayos, más bien esperan alguna recopilación de textos de prensa o académicos, aparecidos con anterioridad, para publicar un libro. Es el caso de Alejandro Zambra, Andrea Jeftanovic y Alejandra Costamagna. Marcela Labraña, en tanto, aborda en su libro la representación del silencio en el arte y la literatura, estableciendo un punto de contacto con El sentido olvidado, de Pablo Maurette

Al igual que con la literatura argentina hay que remontarse más atrás en el tiempo para observar mejor el despliegue de los autores trasandinos en el género. En la llamada generación del 50, que son los escritores nacidos en los 20, fueron un poco más visibles los textos de este tipo: Claudio Giaconi publicó Un hombre en la trampa, sobre el escritor ruso Nikolai Gogol, y cuando su generación rompió con el criollismo, fue él quien escribió el manifiesto; Enrique Lihn, el poeta mayor de esta camada, publicó varios ensayos, entre ellos el más conocido es la compilación de textos críticos de El circo en llamas, donde se ve que tal vez fue uno de los primeros en leer y escribir de Lacan; José Donoso y su Historia personal del Boom, calificada también como biografía del Boom de escritores latinoamericanos (Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes) y autobiografía del autor trasandino, logró trazar un camino más personal y menos reflexivo, y Martín Cerda que, si bien fue un ensayista de pura cepa, resulta inevitable mencionarlo por su producción: La palabras quebrada y Escritorio.

Precisamente en Precisiones: escritos inéditos Cerda pone énfasis en el momento en que la literatura pasó a tener ese nombre y dejó de ser Bellas Letras. Pero también se remonta un poco más atrás: “Hasta fines del siglo XVII, escribir parecía ser un acto espontáneo, natural, casi ‘fisiológico’, como hablar, mirar u oír. Esa pretendida ‘naturalidad’ –o si se quiere, la transparencia– de las Bellas Letras no era, sin embargo, sino una ilusión”. Cerda dialoga con Blanchot, Barthes y otros ensayistas e intelectuales franceses, lo que indica una carencia de la tradición ensayística trasandina.

Que se escriban y publiquen ensayos no es una exigencia ni del mercado ni de la academia, pero sin duda es mejor que se escriba y publique a que (no) se escriba y no publique, porque el registro de la reflexión, de la elección del tema, de las lecturas con las que se dialogan, queda para las futuras generaciones, que podrán leer qué se leía y, lo más importante, de qué forma ideas estaban en juego en determinada época. Aunque uno sabe más o menos qué ideas predominan en la sociedad y las artes, no es lo mismo leer qué piensa un autor con respecto a eso. Tampoco es lo mismo una charla informal que un libro. Porque precisamente esa es la gracia del género: la capacidad de ir improvisando y asociando lecturas e ideas.

Por último, para complementar la idea de José Edmundo Clemente entregada al inicio, cuando señala que el ensayo es un mundo penetrable o habitable, establece una distinción con la novela, ya que ésta trata más bien de un mundo inventado, donde lo que importa es el relato, “nunca el tema, nunca la tesis”. Y señala de modo concluyente que el ensayo “se ocupa únicamente del desarrollo de temas y de tesis”. Lo que parece sencillo no lo es, porque implica mucho trabajo y concentración. Una idea mal explicada o una lectura mal asociada puede ser el fracaso del ensayo.

 

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