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Aldo Manuzio, el Miguel Ángel de los libros

Los primeros editores

"El genio de la pintura es Rafael; el de la escultura, Miguel Ángel; el de la arquitectura, Brunelleschi, y el de la imprenta, Aldo Manuzio. Aunque sea menos conocido que el autor del David, Manuzio es un genio absoluto, alguien rompedor, un revolucionario que marcó un antes y un después en la historia de la edición". Un extracto alucinante de Los primeros editores (Malpaso), de Alessandro Marzo Magno.

 Por Alessandro Marzo Magno. Traducción de Marilena de Chiara.

 

El genio de la pintura es Rafael; el de la escultura, Miguel Ángel; el de la arquitectura, Brunelleschi, y el de la imprenta, Aldo Manuzio. Aunque sea menos conocido que el autor del David, Manuzio es un genio absoluto, alguien rompedor, un revolucionario que marcó un antes y un después en la historia de la edición. Aún hoy convivimos con sus intuiciones. Quizás el libro electrónico las difumine en el futuro. Piensen ustedes en el libro de bolsillo. Lo inventó Manuzio. ¿Y la cursiva (que no por casualidad en inglés se llama italic)? Obra de Manuzio. ¿Los best sellers? Manuzio fue el primero en imprimirlos. Como ya se ha mencionado, logró que Petrarca (muerto un siglo y medio antes) vendiera la astronómica cantidad de 100.000 ejemplares (obviamente, no solo en su edición). Si 100.000 ejemplares representan un gran éxito hoy en día, imaginemos a principios del siglo XVI. Y además revoluciona el uso de la puntuación, convirtiéndose en el padre del punto y coma; es el primero en usarlo por sugerencia del humanista Pietro Bembo. Lo traslada del griego al latín y a la lengua vulgar, a la que añade apóstrofos y acentos.

Aldo Romano (así firmaba en honor a su origen) es el primero en concebir el libro como entretenimiento: inventa el placer de leer. Una verdadera revolución intelectual que transforma un instrumento usado para rezar o aprender en uno para disfrutar del tiempo libre. Aldo es también el primer editor en el sentido moderno de la palabra; en los años anteriores los impresores eran obreros de la plancha, a menudo ignorantes, interesados en el libro como objeto comercial, tal como demuestra la cantidad de errores en las ediciones precedentes a la era Manuzio. A veces incluso se trataba casi de delincuentes: por ejemplo, en 1493, Matteo de Pavía es procesado por haber asesinado a un sordomudo en el Fontego dei Tedeschi, y en 1499 un tal Morgante mata a una prostituta.

Aldo, en cambio, es un intelectual refinado, uno que elige los textos a imprimir por su contenido, no solo por la potencial capacidad de venta. Es el primero en unir el patrimonio de conocimientos culturales, las capacidades técnicas y las intuiciones al entender lo que el mercado necesita. También es muy bueno a la hora de elegir a sus colaboradores, los mejores en los diversos ámbitos que le interesan.

Parece que precisamente fue un factor cultural lo que impulsó su traslado a Venecia: imprimir y por tanto difundir entre los intelectuales como él los manuscritos clásicos griegos y latinos que el cardenal Giovanni Bessarione había donado a la República de Venecia en 1468 y que constituyen el primer núcleo de la Biblioteca Marciana (aunque estudios más recientes sostienen que el fondo de Bessarione era de muy difícil acceso y es probable que Aldo nunca llegara a consultarlo).

Hay más: de las prensas de Manuzio sale el que muchos consideran el libro impreso más hermoso, la Hypnerotomachia Poliphili, un texto aún hoy misterioso, lujurioso y pagano, a pesar de haber sido escrito por un fraile dominico, con representaciones eróticas, en ocasiones casi pornográficas (de hecho, la edición conservada en la Biblioteca Vaticana está cuidadosamente censurada). George Painter, responsable de los incunables en el British Museum (además de biógrafo de Marcel Proust), consideraba este libro una piedra angular en la historia de la edición. «La Biblia de las 42 líneas de Gutenberg de 1455 y la Hypnerotomachia Poliphili de 1499 rehúyen los dos extremos opuestos del periodo de los incunables con superioridad igual y contraria: la sobria y austera Biblia de Gutenberg, alemana, gótica, cristiana y medieval; la deslumbrante y lujosa Hypnerotomachia, italiana, clásica, pagana y renacentista. Las dos supremas obras maestras del arte de la impresión se sitúan en los polos opuestos del deseo humano de investigación.»

Entre los compradores de las ediciones aldinas se encuentran los nombres más célebres del Renacimiento italiano: Federigo Gonzaga, Isabella d’Este, Lucrecia Borgia y el papa León X, esto es, Juan de Médici. Entre los alumnos se encuentran Ercole Strozzi, futuro poeta, y el príncipe Alberto Pío, refinado diplomático; entre los amigos, Giovanni Pico della Mirandola, Erasmo de Rotterdam, los poetas humanistas Pietro Bembo (veneciano) y Angelo Poliziano (florentino), el bibliófilo Jean Grolier de Servières (tesorero general de Francia), el patricio y cronista veneciano Marin Sanudo, el humanista inglés William Latimer, profesor en Canterbury y en Oxford, el humanista y médico inglés Thomas Lynaker, de Canterbury, profesor de griego en Oxford.

Como ocurre a menudo con los personajes de aquella época, muy poco se sabe de Aldo Manuzio antes de que empezara a trabajar como editor. Nace en Bassiano, un pequeño burgo del ducado de Sermoneta, hoy en la provincia de Latina, a unos ochenta kilómetros de Roma en dirección sudeste, probablemente en 1450. Naturalmente, el polo de atracción para quien quiera emprender estudios humanistas es la ciudad papal, donde Manuzio frecuenta, entre 1467 y 1475, los círculos próximos al cardenal Bessarione, asiste a las clases del profesor de retórica Gaspare de Verona, y probablemente entra en contacto con los monjes benedictinos alemanes, que, como hemos visto, habían importado a Italia el arte de la imprenta. En 1475 se traslada a Ferrara, donde profundiza en sus conocimientos de griego. Entre sus alumnos se encuentra Giovanni Pico della Mirandola, tío de los infantes Alberto y Lionello Pío, que aconseja a su hermana, viuda del señor de Carpi, que contrate a Aldo como preceptor de sus hijos. En 1480 Manuzio se traslada a Carpi, donde reside durante nueve años. Una huella concreta de su presencia se encuentra en un fresco en el interior del castillo de la ciudad, donde aún hoy es visible el retrato de un ya maduro Manuzio al lado de su joven alumno Alberto Pío. La profunda influencia que esta estancia ejerce en el futuro príncipe de los editores se ve reflejada en el hecho de que su firma completa será Aldus Pius Manutius Romanus, donde Pius quiere ser precisamente un homenaje al príncipe Alberto. Parece que en aquel periodo Aldo esboza una gramática latina, cuyo manuscrito ha sido identificado en la Biblioteca Querini Stampalia de Venecia, y que hace imprimir al tipógrafo veneciano Battista Torti una colección de elegías latinas.

No se sabe bien por qué, entre 1489 y 1490 se traslada a Venecia. Allí vive otro célebre romano, Marcantonio Sabellico, historiador oficial de la república y, gracias a su cargo de bibliotecario, custodio del enorme tesoro de manuscritos griegos de la Biblioteca Marciana. Sin embargo, solo hay un único testimonio de contacto directo entre los dos, y en realidad Aldo se hace amigo del principal rival de Sabellico, Giambattista Egnazio. En una carta a Poliziano, podría haber escrito que Venecia es «un lugar más parecido al mundo entero que a una ciudad»; sin embargo, se trata de una fuente secundaria y no se puede garantizar su veracidad.

Tampoco se sabe por qué, pero tan solo tres años después decide imprimir su primera edición. «Estaba cerca de los cuarenta, una edad en la que a los hombres de aquel tiempo los huesos les empezaban a crujir y los ojos a velarse. Su carrera ha sido absolutamente respetable, aunque no resplandeciente. […] Había ganado protecciones, que constituían la mejor seguridad a la que pudiese aspirar un intelectual de segunda categoría.» Algunos suponen que toma la decisión de imprimir libros porque se había cansado de leer clásicos latinos y griegos llenos de erratas y quería disponer de obras de mayor calidad. Las ediciones «se preparaban rápidamente, generalmente a partir de una selección de manuscritos extremadamente limitada, a menudo a partir de una única copia o a partir de una edición impresa anteriormente». Además, los volúmenes estaban destinados a estudiantes que escribían los comentarios de los docentes en los márgenes, tal vez añadiendo reflexiones propias, y estaban encantados de pasarle el material, por unos pocos ducados, a un impresor que así podía sacar una nueva edición comentada. Angelo Poliziano, Marcantonio Sabellico y Giorgio Valla lamentan que muchas de sus ideas se plagian a través de este sistema.

Sin embargo, sabemos que en la biblioteca de Aldo (donada en 1597 por el sobrino a la Biblioteca Vaticana) no hay nada que pueda justificar un amplio programa editorial, ni en griego ni en latín. «La colección de manuscritos no era más que una banal recopilación de clásicos latinos, crónicas locales, obras de devoción, antologías y comentarios.» El primer libro que Aldo imprime es su gramática griega, y lo hace en la imprenta de Andrea Torresani, llamado Andrea d’Asola (Asola, cerca de Mantua, es una de las posesiones venecianas en Lombardía). Manuzio acabará casándose con la hija de Torresani y se mudará a su casa de San Paterniàn (hoy Campo Manin; la iglesia de San Paterniàn, con su campanario pentagonal único construido en el siglo X, fueron derribados en el siglo XIX para edificar en su lugar la sede de un banco). El primer libro que imprime en su imprenta de la calle del Pistor, en Sant’Agostin (la placa actual ha sido colocada en el único edificio del siglo XV de la zona, aunque no se sabe si aquella era la sede real de la imprenta), también es una gramática griega, Erotemata, de Constantino Lascaris, maestro de Pietro Bembo. Así, en febrero de 1495 da comienzo la actividad de la oficina de imprenta más importante del Renacimiento italiano, y probablemente de la historia de la edición. En ningún otro lugar se concentran tantas invenciones e innovaciones como entre aquellas cajas de tipos.

 

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