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Paco Urondo: biografía de un poeta armado

Por Pablo Montanaro

"A partir del golpe militar de 1976, y acaso antes también, el nombre de Urondo había sido condenado a la más cruel de las oscuridades: la del silencio. De esta manera su implacable, clara y vital obra literaria había sido enterrada en las fosas del olvido", escribe el autor de la biografía que publicó Editorial Bärenhaus, sobre uno de los más grandes poetas argentinos de la generación del 60.

Por Pablo Montanaro.

 

Me resulta difícil precisar cuándo nació mi interés por Francisco Urondo. Recorro las páginas de sus libros, me detengo en los subrayados que hice en algunos de sus versos. Esas marcas que resistieron el paso del tiempo demuestran el descubrimiento de una poesía vivencial, en estado de plenitud, despojada de toda retórica, que se nutre de palabras cotidianas para dar cuenta de lo que transcurre a su alrededor pero que también ofrece un lugar a las encrucijadas interiores: “puedo investigar o escribir luminosos párrafos/ que abrirían por sí el futuro/ puedo ser un intelectual responsable o desaprensivo/ firmar o no firmar/ traicionar o jugar a la lealtad/ (…) puedo elegir mi destino/ aunque no sepa darle forma adecuada/ ni por dónde empezar”.

Confirmé esa admiración por su poesía cuando pude obtener una antología que reunía su obra, publicada por Casa de las Américas en 1984, y una grabación leyendo algunos de sus textos. Por aquellos años, mediados de los ’80, eran escasas las notas periodísticas sobre él, un personaje sumamente atractivo pero al mismo tiempo desconocido, como si hubiera sido desterrado. Comencé a reunir lo mucho o poco que había escrito sobre Urondo, quien se convirtió en una obsesión. Me dije que algún día escribiría un libro sobre este poeta y periodista.

A partir del golpe militar de 1976, y acaso antes también, el nombre de Urondo había sido condenado a la más cruel de las oscuridades: la del silencio. De esta manera su implacable, clara y vital obra literaria había sido enterrada en las fosas del olvido. ¿Se lo condenaba al olvido porque el exquisito poeta se convirtió en un revolucionario romántico, soberbio e irresponsable? Se lo identificaba como el guerrillero montonero que había muerto enfrentando a las fuerzas militares. Precisamente ésa fue la última imagen de Urondo que quedó en aquella sociedad argentina, tan escasa de memoria. Muchos intelectuales y hombres de letras padecieron igual síntoma. Sus libros hacía tiempo habían desaparecido de las librerías y también de las bibliotecas personales.

La perduración en la memoria colectiva del fatídico final de Urondo, acorralada por la soledad y la muerte en una esquina de Mendoza, podría ser considerado un verdadero acto de injusticia para un hombre generoso y querible, delicado y tierno en el trato personal y poseedor de un caudal creativo que desplegó en diversos géneros.

Esa imagen final en una esquina de Mendoza, con el hombre/poeta de corta pero intensa vida que “sin jactancias” confesó que la vida era lo mejor que conocía, optaba por sacrificarse, por darse su propia muerte, por ejercer su última batalla, fue lo que motivó estas páginas.

Escribí este libro con la intención de recorrer su vida, sus pasiones, sus creaciones, sus sueños de un mundo mejor por el que dio la vida. Lejos estuvo en mí, analizar sus obras literarias y mucho menos sus decisiones y acciones, erróneas o acertadas. He intentado, en base al seguimiento de sus pasos y de la recopilación de numerosos testimonios, dar a conocer a un hombre que decidió transitar sus cuarenta y seis años de vida por dos caminos, asumiendo un compromiso pleno y sin contradicciones. Por un lado, las distintas formas de ejercer la escritura para dar cuenta de la realidad y, por otro, la militancia política que lo llevaría a entregar su propia vida “para que nada siga como está”. Estaba claro que sus objetivos eran llegar a vivir “en el corazón de una palabra”, y ser testigo de esa revolución, “salto temido y acariciado” que nunca “nos dejó tranquilos”.

Para Urondo no existió diferencia entre la poesía y la política porque ambas compartían el mismo terreno, porque “los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de la sinceridad con que se encaren tanto una actividad como la otra”. Pretendió ser un poeta y militante “digno de llevar esos nombres”. Por eso nunca se alejó de la poesía, inclusive entre las urgencias y los riesgos de la militancia y un tiempo de vida clandestina. Su labor poética nunca se subordinó a su militancia política, no abandonó la escritura para hacer uso de las armas.

La revolución, como la poesía, es ese universo de sueños propio de la condición humana. La poesía y la revolución, conjugación del decir y del hacer. Una morada sobre el destino que es la propia realidad.

Fue fiel a lo que le había escrito a su padre en una carta a los 20 años: “quiero vivir de acuerdo a mis ideas y a mis impulsos”. Así lo hizo. Entendió que el espacio de la cultura era donde se podían combatir los males que asedian a un país. Las teorías necesitan de prácticas para ser válida, reflexionó después de salir de la cárcel de Devoto en 1973.

La idea de transformar la realidad injusta de un país –por la que entregó su vida– tiene relación con los placeres y el amor a la vida, que es lo que también puede apreciarse en la poesía de Urondo. “Voy cansado, es cierto, harto como todo el mundo que se precie/ o con desaliento; pero nunca falta/ alguna cosa, un olor/ una risa que me devuelva,/ para valer la pena”, escribió. Cambiar la vida para que, verdaderamente, valga la pena.

En el prólogo a la “Obra Poética” de Urondo, publicada hace unos años, Susana Cella, responsable de su edición, señaló que este poeta “imprimió a toda su obra una elegancia y precisión sustanciales, que muestran acabadamente el logro de una voz poética inconfundible. El irrenunciable amor a la vida no cesa de reaparecer aun en los momentos más terribles, en los que no dejó de escribir con inmensa lucidez”.

Su caída final, como también la derrota de una generación que luchó por una patria libre, justa y soberana y al final de la partida se encontró con 30.000 desaparecidos, silenció durante dos décadas su obra. Este libro, acaso, sirva para rescatar a uno de los protagonistas de una época controvertida pero al mismo tiempo de utopías posibles.

“Sé que futuro y memoria se vengarán algún día”, dijo Urondo en los años ’70. La sentencia a prisión perpetua contra cuatro de los represores que participaron de su asesinato, dictada en octubre de 2011, contiene ese sentimiento y esa necesidad de venganza de la que hablaba este hombre que eligió “vivir en el corazón de una palabra”.

 

 

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