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"Escribo para sacarme ideas de encima"

Una lectura de Susan Sontag. La entrevista completa de Rolling Stone (Ediciones Universidad Diego Portales), de Jonathan Cott.

Por Valeria Tentoni.

Para Susan Sontag la voluntad no era otra cosa que “una actitud ante el mundo”. Jonathan Cott dirá que “fue un testigo ejemplar del hecho de que vivir una vida pensante y pensar sobre la vida que se vive pueden ser actividades complementarias que mejoran la existencia”. Para ella, “amar, desear y pensar eran de manera radical actividades esencialmente contiguas”, dice. A esas tareas Sontag hizo frente con una poderosa resolución y enorme vitalidad, que rastreamos bullendo ya en sus diarios de juventud, donde escribe líneas como: “Quiero vivir y aborrezco la muerte” o “¡Dios, vivir es enorme!”, y también en sus ensayos, por caso: “Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más”.

 

La autora de Contra la interpretación pone en sistema, en esta conversación traducida por Alan Pauls, sus trabajos en ese género pero también sus novelas, cuentos, su labor dramatúrgica. Cott la entrevistó largamente y en dos encuentros (uno en París, en su departamento del barrio XVI, y otro en Nueva York) para la revista Rolling Stone; pero el cálculo de caracteres pudo alojar tan solo un tercio de ese material, que se publicó en 1979. Se habían conocido en la Universidad de Columbia a principios de los sesenta, se reencontraron años después, en Berkeley, y compartieron círculo de amistades y actividades luego. “Siempre había querido entrevistar a Susan, pero no me había atrevido a plantear el tema con ella”, cuenta. Fue en 1978 que se decidió, tras la salida de Sobre la fotografía, y ante la aparición inminente de La enfermedad y sus metáforas y Yo, etcétera. Y, si bien apunta que a Sontag la entrevista como género le resultaba atractiva y fructífera — “Me gusta el diálogo, y sé que mucho de lo que pienso es producto de conversaciones. Conversar me da la posibilidad de saber qué pienso”— y que aceptó sin dudar, sabemos porque conocemos otras entrevistas suyas en las que no se permitió ni por un segundo suplir la inconsistencia del periodista con amabilidad, que no debe haber sido fácil.

Sontag era conciente de que “el público moderno exige la desnudez del autor, así como las épocas de fe religiosa exigían el sacrificio humano”, según se lee en El artista como sufridor ejemplar. Al leer esta entrevista, sin embargo, nos quedamos con la sensación de que sí fue fácil, porque avanza y se ensancha y su caudal es límpido y da la impresión de que podrían haber estado hablando para siempre. Quizás no haya mayor índice de efectividad periodística que ese: la magistral ocultación del esfuerzo que supone hacer avanzar una conversación de modo informado, completo y, sobre todo, generoso. No hay mejor estado para una pregunta, en un contexto así, que su invisibilidad: del otro lado, no hay nada más miserable que un periodista que pretende protagonismo allí donde solo logra interrupción y soberbia. Esto no debe conducirnos a pensar, automáticamente, en la producción de preguntas breves: en esta entrevista, Cott se despacha más de una vez con armados suculentos. Incorpora citas –y no solo de libros de Sontag, cuya obra, es evidente, ha disfrutado como lector–, y referencias riquísimas que habilitan nuevos zigzagueos, tensiona las sentencias de su interlocutora y habita con ella durante párrafos enteros (que en esos encuentros y después en su grabador, como un tesoro de bolsillo, fueron largos minutos humeantes) la contradicción y el vértigo del “pero”. El punto es que lo hace de modo orgánico y servicial (no en el sentido vacuno del término, sino en tanto vehiculiza, posibilita efectivamente la aparición y el esplendor de la respuesta), con la elegancia de lo imperceptible. Efectivamente, se trató de un “diálogo creativo”, y uno en el que pudo expresarse en concordancia a su anhelo de “libertad de ser fiel a uno mismo”.

Cott consigue de esa “borrachera del habla” de Sontag que se refiera a prácticamente todas las precupaciones centrales de su obra. Si bien a ese momento había sido parcialmente producida, la parte existente ya comenzaba a urdir sus conexiones, inclusive entre sus ensayos y su ficción, y contenía el germen de los textos futuros. En esa vista panorámica a la que nos vemos invitados, además, hay líneas como: “Escribir no suele ser algo que yo disfrute”, “No me gusta echarles la culpa a los otros porque es mucho más fácil cambiarse a sí mismo que cambiar a los demás”, o “Estoy muy alerta y me fascina todo aquello que no soy yo, y me interesa y me atrae la idea de comprenderlo”. Ningún sentido tiene transcribir los subrayados; cualquiera que tenga la costumbre de hacerlos encontrará en este varias oportunidades de afilar el lápiz. Un último extracto, que por su contextura será seguro más capaz que esta lectura de revelar la consistencia del libro:

“Leer es mi entretenimiento, mi distracción, mi consolación, mi pequeño suicidio. Cuando no puedo soportar el mundo, me acurruco con un libro y es como si una pequeña nave espacial me llevara lejos de todo. Pero no soy para nada una lectora sistemática. Tengo la suerte de leer rápido, comparado con la mayoría de la gente. Soy una lectora veloz, lo que me da la ventaja de poder leer mucho, pero también tiene sus desventajas, porque nunca me detengo en nada. Lo tomo todo y dejo que se cocine en alguna parte. Soy mucho más ignorante de lo que la gente cree.”

“¿Por qué leemos un diario de escritor? ¿Porque ilumina sus libros? Con frecuencia, no. Más probablemente porque el diario es material bruto, aun cuando haya sido escrito con miras a una futura publicación. En él, leemos al escritor en primera persona; nos encontramos con un ego desprovisto de las máscaras del ego de las obras del autor”, escribió Sontag. ¿Por qué leemos entrevistas a escritores? Quizás también por la seducción (en algún punto morbosa) que nos produce el desgobierno de sus dichos: una respuesta modulada ante una pregunta, con segundos de distancia entre una y otra voz, también es "material bruto". La máscara del ego de la obra seguramente caerá, por lo menos en algún momento. Y ¿qué encontramos? "No bajes tu máscara hasta que tengas otra máscara preparada debajo", escribió Katherine Mansfield. "La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única", completa, desde "El amenazado", Borges.

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