Panda el cúnico
Jueves 01 de agosto de 2013
Sobre Pánico. Diez minutos con la muerte, de Ana Prieto (Marea Editorial).
Por PZ. Foto: Vivian Ribeiro.
Hay una palabra que se dice un par de veces en el libro: “empatía”. Lo más logrado de la crónica Pánico. Diez minutos con la muerte es la voz de Ana Prieto que provoca en el lector un sentimiento de empatía por quienes sufren ataques de pánico. Un logro muy destacable si se considera que uno de los principales problemas de esta enfermedad es el prejuicio que la rodea:
Alrededor del pánico los prejuicios crecen como hongos a la sombra. Basta preguntar al voleo para encontrarse con un montón de opiniones cuyos portadores aseguran, sin que les tiemble el labio, que “eso del pánico” es: a) una moda, b) un invento de la industria farmacéutica; c) una afección de la clase media alta neurótica; y d) algo nuevo.
El ataque de pánico comienza sin causas definidas: es un desorden de ansiedad que desata un miedo pavoroso, y quien lo sufre, al no encontrar una razón para ese miedo, cree comprender que el «cuerpo no se comportaría así si no estuviera al borde de una tragedia». Diez minutos de pánico, dice un entrevistado, son diez horas de mierda.
Al comienzo del libro, Ana Prieto registra la atención a una “panicosa” en un hospital público. La psiquiatra de guardia atiende a una chica que llega acompañada por la suegra. La acuestan en una camilla, tienen la vista fija en el cielorraso, no puede hablar. Tiembla, llora. La psiquiatra la trata con suavidad, la acompaña durante el ataque, le da una “dosis única” de clonazepam. Más tarde le dice que no es posible identificar la causa que puso en marcha el proceso, tal vez haya sido por haber perdido un trabajo o por estar en medio de una mudanza, pero entonces cambia el tono, se vuelve más cruda y le dice que lo más seguro es que vuelva a repetirse. Cuando la chica se haya ido, la médica explicará que es precisamente en los momentos inmediatamente posteriores a la crisis cuando el paciente está mejor predispuesto a tomar la responsabilidad de pedir ayuda.
Más adelante, Prieto le dedica un largo capítulo, con una narración tremendamente nítida, a un ataque de pánico que sufrió mientras cubría actividades en la Feria del Libro. Hay una canción de Los Cafres que se llama “La receta” y dice «no me equivoco / reconocerse es curarse un poco». Ahí hay una clave de lectura: la presencia de Ana Prieto en el libro se da a través de una primera persona testimonial. Y junto a esa primera persona, aparecen las voces de otros panicosos y de psiquiatras expertos en la materia.
La crónica que evita caer en didactismos impostados y wikipedistas al utilizar elementos muy claros y vinculantes —como una película de Jodie Foster, los boggarts de Harry Potter o la biografía de Paul Auster—. Un libro que no por ser “de divulgación” pierde rigor científico, muy completo para comenzar a entender un mal tan extendido.