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No Ficción

Aldous Huxley, Miller y Anaïs Nin: a cien años de su nacimiento, tres encuentros de Jonas Mekas

Biografía del cineasta y poeta lituano, en su aniversario

Destellos de belleza es la novedad de Caja Negra donde "el afán archivístico desbordante que caracteriza la poética de Mekas, ese impulso por capturar momentos de su vida sobre la marcha (...)  atraviesa este volumen de múltiples formas". 

Por Jonas Mekas.

 

 

 

 

UN ENCUENTRO CON ALDOUS HUXLEY 

Los Ángeles – Verano del año 1958 

Me encontraba de visita en lo de un amigo. Una noche cenamos con el cineasta Richard Fleischer, quien por entonces estaba perdidamente obsesionado con Freud. No pasó demasiado tiempo y la conversación derivó hacia la psicodelia y la percepción inducida químicamente. Fleischer nos habló de un libro de Huxley que yo desconocía, titulado Las puertas de la percepción. Al día siguiente decidí ir a la librería Edmunds Bookshop para conseguir una copia.

Allí estaba, en el estante frente a mí: Las puertas de la percepción. Comencé a leer algunas páginas, distraído por la presencia de un hombre alto del otro lado del estante. Estaba parado, era un hombre muy imponente de pelo gris con un libro en la mano. Mi amigo me dio un codazo y susurró: “Ese es Aldous Huxley”.

Asombrado por la coincidencia, lo observé incrédulo. De más está decir que no me devolvió la mirada; jamás apartó la vista del libro en sus manos. Y eso fue todo. Me quedé pensando cuáles eran las probabilidades de semejante encuentro. Una en un billón, tal vez. 

 

   

 

 

 

UNA VISITA A ARTHUR MILLER

4 de diciembre de 1954

Visité a Arthur Miller en Brooklyn Heights. El propósito: recaudar dinero para costear el nuevo número de la revista Film Culture. Aún precisamos otros 500 dólares antes del martes próximo. Me dijo que le gustaba la revista y que trataría de conseguir dinero mediante unas personas conocidas.

Conversamos toda la tarde. Se quejó de que ya nadie tenía interés en representar sus obras. “Mis obras son tabú en la actualidad –dijo–. Todavía consideran que son obras de tesis. Creía que ese argumento había sido clausurado luego de su discusión a comienzos de los años treinta. Claramente, estaba equivocado. ¿Qué se puede hacer con gente así?”

Estaba deprimido y enojado. “No pueden comprender que un artista esté involucrado en los problemas de su tiempo. El ideal del escritor de la actualidad es aquel que está desconectado por completo de las cuestiones sociales. Completamente no involucrado. Es posible ver reproducciones laboriosas de los detalles de la vida cotidiana en las novelas y obras de teatro actuales. Detalles y solo eso. No hay nada más que frivolidad en las obras de Broadway y el resto de los sitios.”

Dijo que considera que los verdaderos intelectuales no se hallan entre los supuestos hombres de intelecto o artistas, sino entre los industriales; los constructores que saben que la cultura y el arte deben ir de la mano con la producción. Dijo que en los Estados Unidos la cultura está desconectada de la política. Que esta última implica hacer campaña y tener elecciones pero ningún tipo de integración cultural o ética. Estados Unidos se encuentra donde Europa estaba hace setenta y cinco años. Recién acaba de pasar la época victoriana y luego de una confusión total en todos los sectores hay un gran deseo de volver al punto de partida: a Lincoln, Franklin, la Constitución. Les es imposible comprender la relatividad de la historia. La asimilan sin adaptarla a los tiempos cambiantes.

Habló de su gran interés en el existencialismo, sobre todo el de las obras teatrales de Sartre, como El diablo y Dios, preguntándose por qué nadie las ha representado aún en este país. 

 

   

 

LAS GALLETAS DE ANAÏS NIN

Corría el año 1960. Ian Hugo acababa de terminar su película sobre Venecia. Anaïs Nin, su mujer, la protagonizaba. Pocas personas conocían a Ian Hugo, pero en cambio la reputación de Anaïs ya había llegado a Nueva York. Aún no se habían publicado sus voluminosos Diarios; faltaban años para eso.

Con el propósito de una proyección privada del film, Anaïs invitó a una decena de personas cercanas al arte de vanguardia a su casa en Washington Square 3.

Por ese entonces, mi hermano Adolfas y yo atravesábamos un período de gran hambruna. No teníamos trabajo ni dinero ni comida. Mientras se proyectaba la película y todos la observaban en silencio, con Adolfas nos dimos cuenta de inmediato de que en la parte de atrás del salón había una pequeña mesa con galletas preparadas para los invitados. No habíamos comido nada ese día, por lo que tres o cuatro minutos antes de que acabara la película nos acercamos sin hacer ruido a la mesa y empezamos a devorar las galletas.

Lo que les contaré a continuación es el recuerdo de Pola Chapelle, actualmente la mujer de Adolfas, que también estuvo presente en esa proyección. Anaïs había escrito una frase muy auspiciosa para la portada de su primer álbum. Pola no nos conocía a ninguno de los dos por ese entonces (eso sucedió unos años más tarde). Esta es su crónica del evento:

La película terminó. Anaïs invitó a las personas presentes a tomar vino y comer galletas. Pola miró hacia la mesa y vio a dos sujetos hambrientos devorando galletas. Prácticamente ya no quedaba ninguna en el plato…

Pola nos vio acabando las galletas y escabulléndonos. Estaba sorprendida por la velocidad en la que las habíamos terminado... Sí, quedaban algunas en el plato, a modo de gesto simbólico…

Recién mucho tiempo más tarde nos contó esa historia. Durante años se preguntó quiénes eran esos tipos. Todavía siento culpa por comerme casi todas las galletas de Anaïs. 

 

 

 

 

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