El producto fue agregado correctamente
Blog > No Ficción > Crónica de un viaje de seis semanas
No Ficción

Crónica de un viaje de seis semanas

Una crónica de Mary Shelley

A los 16 años, Mary Shelley se fugó con su amante, el poeta Percy Shelley, en un viaje por Europa. A través de Francia, Suiza, Alemania y Holanda, la autora de Frankenstein nos regala sus impresiones en este libro editado por JUS. Aquí, una de sus entradas.

Por Mary Shelley. Traducción de Susana Inés Pérez.

 

 

 

Han pasado casi tres años desde que este Viaje tuvo lugar, y el diario que entonces conservaba no era demasiado largo; pero he hablado tan a menudo sobre los incidentes que sufrimos e intentado describir los paisajes por los que pasamos, que creo que no he omitido ningún detalle de ningún tipo.

 

Salimos de Londres el 28 de julio de 1814, uno de los días más calurosos que se hayan registrado en muchos años. No soy una buena viajera, y este calor me sentó muy mal, hasta que, al llegar a Dover, pude refrescarme con un baño en el mar. Deseábamos cruzar el canal lo más rápido posible, y no esperamos al servicio del día siguiente (que saldría sobre las cuatro de tarde), sino que alquilamos un pequeño barco, decididos a realizar la travesía esa misma tarde, ya que los marineros nos habían prometido que el recorrido duraría unas dos horas.

 

Era una tarde preciosa; hacía un poco de viento, y las velas ondeaban en la leve brisa: salió la luna, y llegó la noche, y con la noche vino un suave, intenso oleaje y una brisa fresca, que pronto se tornó en un mar tan bravo que sacudía el barco con fiereza. Yo me sentía terriblemente mareada, y como era costumbre cuando esto me sucedía, dormí gran parte de la noche, despertando en contadas ocasiones para preguntar dónde estábamos, y escuchar la misma lamentable respuesta: «Ni siquiera a mitad de camino».

 

El viento era violento y poco favorable; en caso de no poder llegar a Calais, los marineros propusieron poner rumbo a Boulogne. Aseguraron que solo quedaban dos horas hasta la orilla, pero pasaban las horas y seguíamos lejos, hasta que la luna se ocultó en el rojizo y borrascoso horizonte, y los relámpagos intermitentes se tornaron pálidos al amanecer.

 

Íbamos en dirección contraria al viento, cuando de repente un trueno impactó contra la vela, y las olas invadieron el barco: incluso los mismos marineros reconocían que nos encontrábamos en una situación peligrosa; pero lograron arrizar la vela; el viento había cambiado, y atravesamos la tormenta hasta Calais. Cuando entramos en el puerto, me desperté de un mal sueño, y contemplé un amplio, rojo y despejado amanecer sobre el muelle.

 

ALEMANIA

Antes de dormirnos, S*** había cerrado un trato con un barco para que nos llevara a Maguncia, y, a la mañana siguiente, nos despedimos de Suiza, y subimos a un barco lleno de mercancías, donde no había pasajeros que nos molestaran con su vulgaridad y sus groserías. El viento nos encaraba con violencia, pero la corriente, estimulada por los remeros, nos empujaba adelante; el sol brillaba, S*** nos leía en alto las cartas desde Noruega de Mary Wollstonecraft, y así transcurrió nuestro tiempo agradablemente.

 

La tarde también nos proporcionó varias instancias de belleza inigualables; a medida que se acercaban, las orillas, que hasta entonces habían sido insulsas y poco interesantes, se volvieron tremendamente bellas. De repente el río se estrechó, y el barco avanzaba con una rapidez inusitada alrededor de la base de una colina rocosa cubierta de pinos; una torre en ruinas, con sus ventanas abandonadas, se alzaba en la cima de otra colina que se introducía en el río; más allá, el atardecer iluminaba las montañas y las nubes en la lejanía, y reflejaba sus ricos tonos violetas sobre el agitado río. El brillo y los contrastes de los colores sobre los círculos de los remolinos de la corriente creaban una imagen totalmente nueva y aún más hermosa; las sombras se volvían cada vez más oscuras a medida que el sol descendía sobre el horizonte, y tras llegar a tierra, de camino a la posada por una preciosa bahía, la luna llena ascendía con divino esplendor, posando su luz de plata sobre las olas que antes habían sido violetas.

 

A la mañana siguiente continuamos nuestro viaje en una pequeña canoa, en la que cada movimiento suponía un peligro; pero la corriente ya no era tan veloz, y no había rocas en el camino, las orillas eran bajas, y estaban cubiertas por sauces. Pasamos Estrasburgo, y a la mañana siguiente nos recomendaron continuar en barco, ya que la navegación se tornaría peligrosa en una embarcación tan pequeña.

 

Había solo cuatro pasajeros aparte de nosotros, tres de estos eran estudiantes en la Universidad de Estrasburgo; Schwitz, un joven atractivo y agradable; Hoff, una especie de animal amorfo, de cara alemana, fea y contundente, y Schneider, que era casi un idiota, al que sus compañeros siempre andaban gastando bromas; los otros pasajeros eran una mujer y un niño.

 

El paisaje era aburrido, pero disfrutamos del buen tiempo, y dormimos en el barco al aire libre sin problemas. Vimos en las orillas un par de cosas que llamaron nuestra atención, a excepción de la localidad de Mannheim, que lucía perfectamente limpia y pulcra. Se encontraba a una milla del río, y en ambos lados de su carretera habían plantado preciosas acacias. La última parte de este viaje se llevó a cabo sobre tierra, ya que el viento soplaba con violencia en dirección contraria, y a pesar de que la corriente nos impulsaba, apenas podíamos continuar. Nos dijeron (con razón) que debíamos sentirnos aliviados por haber cambiado la canoa por el barco, ya que el río había alcanzado una anchura considerable, y el viento provocaba grandes olas. Esa misma mañana, otro barco, que llevaba quince personas, había intentado cruzar las aguas, y se había estancado a medio camino en el río, y todos los pasajeros habían fallecido. Vimos al barco volcar, y flotar corriente abajo. Fue una imagen triste, y aun así el barquero lo contaba de manera ridícula; todo su vocabulario en francés se reducía a la palabra seulement (solamente). Cuando le preguntamos qué había sucedido, contestó, haciendo énfasis en su palabra favorita de dos sílabas: «Solamente era un barco, que solamente se ha volcado, y todos se han ahogado solamente».

 

Maguncia es una de las mejores fortificaciones en Alemania. El río, ancho y veloz, la protege al este, y las colinas de tres leguas a su alrededor conservan señales de las fortificaciones. La localidad es antigua, las calles estrechas, y las casas altas: la catedral y las torres aún preservan marcas de los bombardeos que tuvieron lugar durante la guerra revolucionaria.

 

Nos montamos en el barco hacia Colonia, y partimos a la mañana siguiente (el 4 de septiembre). Esta embarcación sí se parecía a un navío de mercancías inglés, mucho más que las anteriores; tenía forma de barco de vapor, con un camarote y una cubierta elevada. La mayoría de los pasajeros se quedaron en el camarote; esto nos alegró, ya que no tendríamos que soportar a los alemanes borrachos y fumadores de clase baja que viajaban con nosotros; se pavoneaban y hablaban y, algo insólito para los ingleses, se besaban: había, no obstante, dos o tres comerciantes que pertenecían a una clase superior, y que parecían inteligentes y educados.

 

La parte baja del Rin en la que nos aventurábamos ya ha sido descrita a la perfección por Lord Byron en su tercer canto de Childe Harold. Leímos estos versos con alegría, y convocaron ante nosotros estos bellos paisajes con la verdad y vivacidad de un cuadro, y con la añadidura perfecta de un uso del lenguaje vibrante y una imaginación sobrecogedora. Nos llevaba una corriente peligrosamente veloz, y vimos ambos lados de las colinas cubiertos con viñas y árboles, acantilados escarpados coronados por torres en ruinas, e islotes con bosques, donde las pintorescas ruinas asomaban detrás del follaje, y mostraban las sombras de sus contornos sobre las agitadas aguas, que los distorsionaban sin llegar a deformarlos del todo. Escuchamos las canciones de los vendimiadores, y si nos rodeaban alemanes desagradables, no disfrutábamos tanto de las vistas como supongo podríamos haberlo hecho; aun así, a pesar de los aspectos negativos, recuerdo esta parte del Rin como uno de los más bellos paraísos en la Tierra.

 

Mientras disfrutábamos de estos paisajes, los barqueros, que no remaban ni conducían, no pudieron evitar que el barco se dirigiera corriente abajo, y diera vueltas mientras se producía el descenso.

 

Aunque hablo con repulsión de los alemanes que viajaban con nosotros, debo admitir que en una de las posadas vimos a la única mujer guapa en el transcurso de nuestro viaje. Era lo que podríamos llamar una verdadera belleza alemana; ojos grises, con ligeros toques de color marrón, que expresaban una inusual dulzura y franqueza. Acababa de recuperarse de unas fiebres, lo que embellecía su rostro con una expresión de extrema delicadeza.

 

Al día siguiente dejamos atrás las colinas del Rin, y supimos que, el resto de nuestro viaje, debíamos tomarnos nuestro tiempo para atravesar las llanuras de Holanda: el río serpenteaba en demasía, así que, tras comprobar nuestros recursos, decidimos terminar nuestro viaje por tierra. Nuestro transporte acuático permaneció esa noche en Bonn, y como no podíamos perder tiempo, continuamos esa misma noche hacia Colonia, adonde llegamos más tarde; el promedio de un viaje por tierras alemanas raramente sobrepasa una milla y una media hora.

Artículos relacionados

Martes 29 de marzo de 2016
La partícula de dios
La principal fortaleza de Siete breves lecciones de física, de Carlo Rovelli (Anagrama) es la simpleza con la que explica las teorías científicas más fundamentales del siglo XX.
Divulgación científica
Viernes 01 de abril de 2016
La maldita casa
Conmemorando un nuevo aniversario de la guerra de Malvinas, publicamos un capítulo de Fantasmas de Malvinas, de Federico Lorenz (Eterna Cadencia Editora, 2007), en el que, a partir del recuerdo de una casa abandonada durante el conflicto, se muestra las dificultades y penurias que los soldados argentinos debieron soportar.
A 34 años de la guerra
Martes 12 de abril de 2016
Elvis vive en Buenos Aires

En Paul está muerto y otras leyendas urbanas (Errata Naturae), los hermanos Héctor y David Sánchez se proponen desarmar 33 mitos del rock, pero ¿es necesario?

Mythbusters del rock
Miércoles 20 de abril de 2016
Las manos en el barro

Las manos de los maestros (El hilo de Ariadna) reúne 13 ensayos literarios del sudafricano John M. Coetzee: Eliot, Faulkner, Philip Roth, Doris Lessing y más. El escritor, que ganó el premio Nobel de Literatura en 2003, presenta el libro hoy en Malba.

Los ensayos literarios de J.M. Coetzee

Martes 26 de abril de 2016
Correspondencia en llamas

"Nora querida, deseo leerte una y otra vez lo que he escrito para ti. Parte de ello es feo, obsceno y bestial; parte es puro, sagrado, y espiritual: todo eso soy yo mismo".

Las cartas de Joyce a Nora Barnacle

Martes 10 de mayo de 2016
No hay tiempo sin espacio

¿Cómo hacen juego las maneras en que los escritores se acercan a decir lo que quieren decir, y la cantidad de páginas que tardan en hacerlo? "La pregunta por el estilo es también, en cierto modo, una pregunta por la extensión de una escritura", advierte el autor de El modelo aéreo.

Estilo y extensión
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar