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"Ama todo lo que es misterioso": Borges según su mamá

Memorias de Leonor Acevedo de Borges

"No era desobediente; era ordenado, pero cuando se le metía una cosa en la cabeza no se la sacabas con nada". De Martín Hadis, un libro que recopila los recuerdos de la madre del más grande escritor argentino por Editorial Claridad. Su miedo a los espejos, su pasión por los animales y la lectura de Las mil y una noches.  

Foto: Jorge Luis y Norah Borges en 1909. 

 

 

 

Norah era muy inquieta y lo inducía a Georgie en todas las travesuras; él la seguía porque tenía vergüenza de decir que tenía miedo, un día treparon al molino de agua de nuestro jardín. 

Crearon dos personajes que jugaban con ellos, Kilos y El Molino, a quienes se dirigían como si fuesen personas. Otra cosa que hacían era llevar frascos vacíos y llenarlos con brebajes hechos de hojas. Tenían un muñeco y lo paseaban en el jardín; se llamaba “el Príncipe Idiota” y le hacían decir estupideces.

 

En Palermo hacíamos una vida muy de hogar, íbamos poco al teatro. A la noche leíamos junto al fuego.

Los chicos comían a las ocho; mi marido y yo a las nueve. Georgie tenía miedo de estar solo, cada uno en su cuarto, en el piso alto; había en el cuarto de Georgie un armario de tres cuerpos con grandes espejos y él los tapaba con una manta, hasta su altura, para no verse reflejado cuando se iba a dormir (tendría siete u ocho años). Norah no compartía este temor.

Las travesuras, como subir al molino hasta arriba, eran invento de Norah; Georgie la seguía, muerto de miedo. 

El afán de Georgie era el zoológico, le gustaban las fieras, “the ferocious tiger”. No era desobediente; era ordenado, pero cuando se le metía una cosa en la cabeza no se la sacabas con nada. 

 


Pocos años después del nacimiento de Georgie nos fuimos a vivir al barrio de Palermo, a la casa de la calle Serrano. El jardín de esa casa fue para mí una especie de Paraíso, he pasado años muy felices allí, y es el que Georgie recuerda cuando dice que pasó su infancia en un jardín y en una biblioteca. Esa biblioteca era de mi marido y es en la que Georgie formó su espíritu. 

Georgie tiene la misma inteligencia que su padre, el mismo tipo de sensibilidad, el amor por la filosofía, el mismo deseo de saber el origen de las palabras. Los dos Estaban todo el día con un diccionario en la mano, padre e hijo, buscando siempre de donde venía alguna palabra, conversando sobre etimología. Al igual que su padre, cada vez que una palabra o cualquier cosa desconocida le llamaba la atención, buscaba un diccionario o algún libro para aprender. 


En Ginebra, donde cursó el bachillerato en francés, vivió seis años y aprendió mucho sobre literatura francesa y literatura alemana. Por otra parte, estudió el alemán por su propia cuenta; compraba muchos libros alemanes que se conseguían fácilmente (esto era durante la guerra.) Así es como descubrió la literatura china, en versión alemana. Después viajamos a España. Allí, Georgie se vinculó con los jóvenes poetas del movimiento ultraísta. Se encontró entonces con Cansinos-Assens, a quien él siempre consideró su maestro. También trabó relación con Gómez de la Serna.

A nuestro regreso en 1921, escribió Fervor de Buenos Aires. Pero volvimos a Europa y dejó acá los ejemplares de su libro. Muchos de ellos habían llegado ya a España sin que él lo supiera. Y cuando pasamos por Madrid, encontró a Ramón Gómez de la Serna, Enrique Díaz Canedo y Alfonso Reyes entusiasmados con su libro. Gómez de la Serna le había consagrado un artículo en la Revista de Occidente. Esta nota trascendió a la Argentina y cuando Georgie regresó, su libro ya era un éxito. Continuó escribiendo, impulsado por su padre que lo apartaba de toda preocupación material.

 

Yo estaba muy segura de que él sería escritor. A los seis años, había escrito un pequeño cuento, en español antiguo, titulado “La orilla fatal”. Era de cuatro o cinco páginas. Cuando era muy pequeño, usaba un lenguaje absolutamente fuera de lo común ¿Quizá oía mal? Desfiguraba por completo las palabras.

La lectura fue siempre su gran pasión. Pero también le gustaba mucho salir, a la calle o al jardín. En éste había una gran palmera, de la que Georgie se acordó en su versos, llamándola “conventillo de pájaros”. Bajo esta palmera inventaba junto con su hermana los juegos, los sueños, los proyectos. Inventaban personajes que luego representaban: era su isla.

 


Jorge era muy aprensivo y no quiso que los chicos fueran al colegio. Georgie y Norah recibían lecciones de Miss Tink, la institutriz inglesa que iba a la tarde; Georgie aprendió a leer en inglés; la adoraba, daba sus lecciones con el brazo en el cuello de ella. Ambos estudiaron con ella hasta los nueve años. A Georgie había que quitarle los libros, porque sólo le gustaba eso y jugar con la hermana, que era una especie de caudillo. Luego, Georgie fue al colegio del estado. Era en una escuela primaria en Palermo, en la calle Thames, y el maestro se llamaba Agüero. Georgie dio examen y lo pusieron en cuarto grado. El maestro me dijo: “Este niño tiene un gran talento literario; la mejor, composición es siempre suya” 

El dominio del español lo adquirió en ese colegio, antes leía sólo en inglés. Allí hizo amistad con dos o tres chicos. Le hizo bien la escuela y tener amigos varones, entre ellos Roberto Godel, que fue su primer amigo. Para la fiesta patria, el maestro quiso que Georgie leyera su composición, pero se enfermó de paperas y fue Godel quien leyó sus palabras. Georgie nunca dejó los libros: ese mismo año, tradujo a Oscar Wilde. En el colegio iba bien; pero no se afligía por los cursos; lo que lo atraía eran los libros de imaginación. El padre le dejaba la biblioteca. Le gustaba leer las Mil y Una Noches.

En el colegio, Georgie estudiaba muy bien, dedicado a sus deberes y sus lecciones. Pero las matemáticas le costaban. Por el contrario, amaba la historia y, por supuesto, la literatura, así como también la gramática y la filosofía. Para esta última disciplina, leía muchísimo y hablaba con su padre; los dos comenzaron a hablar de filosofía cuando Georgie cumplió los diez años. Mi marido estaba muy orgulloso de su hijo. Él también había escrito poemas, además de la primera versión en español, en verso, de los Rubaiyats de Omar Khayyam. Pero todo su interés en este terreno lo trasladó a su hijo. 

 

La casa de la calle Serrano. Fuente: De Torre Borges, Miguel. Borges. Fotografías y manuscritos.

 

Las vacaciones en Uruguay les gustaban enormemente; íbamos un mes a la quinta de Francisco Haedo (mi primo hermano, pero para mí un hermano, casado con una prima nuestra, Clara Young, nieta de ingleses), con quien yo solía pasear a caballo. Los chicos tenían una prima, Esther, de la edad de Georgie. Los tres jugaban en la inmensa quinta, también con personajes imaginarios, con persecuciones y diferentes aventuras. También se ponían máscaras. El límite de la quinta era un arroyito llamado el Quitacalzones. Era cerca de Montevideo, en el barrio donde está el Prado, de quintas grandísimas. Esther loteó la quinta y la casa grande se vendió; ya no existe.

 

Tenía pasión por los animales, sobre todo por las bestias feroces. Cuando íbamos al jardín zoológico, era difícil sacarlo de ahí.  En casa dibujaba animales, acostados sobre la tierra, y siempre comenzaba al revés, por las patas. Sobre todo dibujaba tigres, que eran sus animales favoritos. Después de los tigres, y otras fieras salvajes, pasó a los animales prehistóricos sobre los cuales, durante dos años, leyó todo lo que pudo encontrar. Luego, se apasionó por las cosas egipcias y leía, leía a más no poder, hasta que desembocó en la literatura china. Tiene una gran cantidad de libros sobre esta materia. En resumidas cuentas, ama todo lo que es misterioso. 

 

 

 

 

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