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Ficción argentina

Las antologías literarias: un universo con larga tradición argentina

Por Gonzalo León

¿Se puede hacer una antología perfectamente justa? ¿Con qué criterio? ¿Las guía otra cosa que el gusto de quien antologa? ¿Para qué sirven? Temáticos, etáreos, geográficos: los vectores que se han utilizado a lo largo de la tradición literaria argentina para reunir distintas plumas en un mismo libro, desde Borges y Bioy hasta nuestros días.  

Por Gonzalo León.

 

 

Hay varios modos de mirar cualquier literatura, y en el caso de la argentina hay dos, por lo menos, que a lo largo de los años se han venido reproduciendo: los prólogos y las antologías. De hecho, un prólogo dentro de la literatura argentina no significa lo mismo que en otra literatura: desde el que escribiera Sarmiento en el Facundo —aquella carta dirigida a Valentín Alsina y que establece el modo en que habría que leer ese libro—, hasta el Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández, incluyendo obviamente todos los de Borges. Algo similar ocurre con las antologías. Borges, en la Declaración de Evaristo Carriego que sigue al prólogo donde habla de la biblioteca de su casa, de su barrio y de la biblioteca de su padre, donde señala que “el nombre de Evaristo Carriego pertenecerá a la ecclesia visibilis de nuestras letras, cuyas instituciones piadosas –cursos de declamación, antologías, historias de literatura nacional– contarán definitivamente con él”.

Es justamente en el Borges de Bioy donde se consignan varias charlas entre ambos amigos sobre las antologías. En una, refiriéndose a la Antología de poesía española e hispanoamericana, de Onís, y en otra a la Antología de la poesía argentina moderna, de Noé; de ambas afirma que son pésimas y que hay que hacer selecciones “hospitalarias”. Más adelante planean hacer antologías de las obras de Kipling, Henry James y Stevenson. Al comienzo del libro, Bioy en específico recuerda las que sí hicieron: la de literatura fantástica (con Silvina Ocampo) y la de poética argentina. Borges, por su lado, recuerda la Antología de la poesía femenina, publicada en los años 30; supuestamente era parte de un concurso y las ganadoras serían parte de la compilación, pero al final “resultaron premiados todos los poemas presentados. Las autoras tenían desilusión de verse entre muchas, pero también el consuelo de figurar en una obra importante… Parecía una guía de teléfono, un anuario, un diccionario”.

También estas selecciones han dado lugar a potentes debuts, como fue el caso de Héctor Libertella, con tan sólo diecinueve años, en Nueve cuentos laureados (1964), junto a otros escritores, como Ricardo Piglia, Abelardo Castillo y Jorge Di Paola. El jurado estuvo compuesto por Martha Lynch, José Barcia, Germán Berdiales, Marco Denevi y Aristóbulo Echegaray. El texto con el que participó Libertella fue "Argumento capital" y por separado fue reeditado hace unos años en forma de plaquet. 

Quizá este debut movilizó a Libertella para que hiciera en 1997 una antología del cuento argentino en dos tomos. En el primer tomo están Borges, Lugones, Saer, Fogwill, Bianco, Arlt, Cortázar, Di Benedetto, Lynch y Gorodischer, y llevó como título 25 cuentos argentinos del siglo XX (una antología definitiva), mientras que en el segundo tomo, con menos páginas, estaban Copi, Lamborghini, Wilcock, Aira, Moreno, y se tituló 11 relatos argentinos del siglo XX (una antología alternativa). Lo interesante de estos dos tomos fue que en ambos había un prólogo crítico, que los sostenía por separado. En el primero Libertella sostenía que si algo tenían en común esos cuentos es que “ninguno podría decir: ‘He fracasado’”. Agregaba que resistieron a “la inclemencia de los tiempos y vientos narrativos” y que en estos cuentos que abarcaban casi cien años estaba el “arco completo de un ciclo biológico”, desde los grandes destellos (Hudson, Payró), la consolidación de un Sistema (Cortázar, Bioy) y la crisis que detectaba en aquella época.

En el segundo tomo retomaba la figura de Borges, un poco desplazada en el primero, para señalar que por haber nacido marginal y descentrada “terminó haciéndose centralmente argentina”. Los dos tomos funcionan como aviso de que lo alternativo (periférico) podía volverse definitivo (central), como el caso de Borges, aunque en rigor dicho planteamiento sirve para cualquier otro autor que quisiera ocupar la centralidad en la literatura argentina. De ahí que tras los once nombres del tomo más pequeño, entre los cuales se cuenta el suyo, hubiera una fuerte apuesta.

Las antologías pueden contar con un aparato crítico o simplemente ser un rejunte de autores y/o textos. El poeta y ensayista Arturo Carrera también ha hecho selecciones: la suya se llamó Monstruos, se publicó en pleno 2001 y entre los convocados estaban Martín Gambarotta, Verónica Viola Fisher, Marina Mariasch, Alejandro Rubio y Guillermo Piro. En el prólogo de este libro Carrera se refería a las antologías, estableciendo que éstas deben ser objetivas, completas y justas. Algo muy difícil de conseguir porque precisamente toda compilación tiene un componente de arbitrariedad. Por eso cita el prólogo de Borges a Antología poética argentina, que hizo junto a Bioy y Silvina Ocampo, donde “entrevé la vulnerabilidad enorme de toda antología de piezas contemporáneas y locales”. Para Borges, habría dos modelos antológicos: el rigurosamente científico y objetivo, “que abarcaría todas las obras de todos los autores” y uno más hedónico y subjetivo, en el que habría “resúmenes, excertas, fragmentos”. Sin embargo “toda antología, concluye Borges, es la fusión de esos dos arquetipos y en algunas prima el criterio hedónico y en otras, el histórico”.

Problematizar la antología en un prólogo es la demostración palpable de la fuerte tradición que tiene este “género” en la literatura argentina. Sin embargo este espíritu crítico podría no estar. Tal como consigna Juan Terranova en Los gauchos irónicos, en 1998 Editorial Colihue publicó Nuestros cuentos, una antología de narrativa argentina, donde en ninguna parte aparecía el nombre de los antologadores. Más raro aún era leer en el prólogo firmado por los editores lo siguiente: “Esto no es un regalo, es una invitación a la fiesta de la narrativa argentina. Porque una fiesta privada siempre es una mezquindad”. La idea era proponer algunas lecturas. Pero de Colihue podría decirse –y aquí es donde se equivoca Terranova– que ha incursionado con frecuencia en el género: Cuentos del interior (de provincia), Cuentos de aquí nomás (infantil), Cuentos para el primer nivel (escolar), Veinte jóvenes cuentistas del Cono Sur (fruto de un concurso organizado por la editorial) y un sinfín de etcéteras. O sea este descuido no era propio de una antología en particular, sino que era parte de un modo de producción editorial.

En los 2000 hay dos compilaciones que aparecieron y que tienen de algún modo un mismo espíritu. Se trata de La selección argentina (2000), de Sergio Olguín, y La joven guardia (2005), de Maximiliano Tomas. La primera era un recorte de autores entre treinta y cuarenta años, como Rodrigo Fresán, Carlos Gamerro, Esther Cross, José María Brindisi, Eduardo Muslip y Eduardo Berti. En el prólogo, entre otras cosas, Olguín no eludió la metáfora futbolera: “La carrera de un escritor tiene algunas ventajas sobre la del futbolista. A la edad en que la mayoría de los deportistas tiene que ir pensando en su retiro, los escritores recién comienzan su etapa madura”. La joven guardia, en cambio, parece más jugada porque hay escritores menores de cuarenta años, nacidos poco antes del Golpe y con al menos un libro publicado, es decir hay criterios más allá del rejunte. Por eso Tomas escribió en el prólogo de la edición española que era “la primera antología que reúne a esta generación de nuevos escritores argentinos y constituye un  acontecimiento literario”. Sin embargo admitió que cuando se publicó en Argentina no la pensó como el establecimiento de un nuevo canon, advirtiendo que los movimientos y generaciones literarias surgen al margen de cualquier operación de mercado. Entre los autores incluidos aquí se encontraban Florencia Abbate, Gabriela Bejerman, Félix Bruzzone, Oliverio Coelho, Mariana Enriquez, Federico Falco, Patricio Pron y Samanta Schweblin.

Los 2000 sin duda fueron prolíficos en antologías. Florencia Abbate, incluida en La joven guardia, hizo una que tituló Una terraza propia, en la que incluyó a las nuevas narradoras, entre las que figuraron Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Andi Nachón, Samanta Schweblin, Alejandra Laurencich y Fernanda García Curten. Volveré y seré la misma tuvo un espíritu similar, aunque con un recorte más específico. Compilada por Francisco Garamona para un sello chileno, reunió a voces y textos que antes habían aparecido en la editorial Belleza y Felicidad: Inés Acevedo, Susana Pampín, Gabriela Bejerman, Fernanda Laguna y Cecilia Pavón. Garamona, en el prólogo, señaló que estas escritoras “no quieren servir a la literatura, sino más bien servirse de ella como un instrumento más. Quiero decir que escriben por el puro placer del devenir de la aventura y sin la ingenua idea de la salvación por el arte”.

No deja de sorprender que no sean pocas las antologías de literatura argentina publicadas en Chile, a Volveré y seré la misma se unen El tiempo fue hecho para ser desperdiciado, de Santiago Llach, y La última gauchada y Degenerados, que yo mismo he emprendido. En el prólogo de la primera, constituida, entre otros autores, por Cecilia Fanti, Martín Zícari, Majo Moirón, Violeta Gorodischer y Magalí Etchebarne, Llach señalaba que trató de que “no fuera un muestrario de mis gustos arbitrarios”. Para ello les pidió a “algunos amigos que editan y tallerean nombres de chicos y muchachas que ellos consideran pulenta y que no hayan circulado muchos por esta nuestra patria”. Damián Ríos, Marina Mariasch, Pedro Mairal, Juan Diego Incardona y Esteban Schmidt fueron estos amigos, que dotaron a esta selección de un carácter doblemente colectivo.

Después vinieron todas esas antologías más específicas, dedicadas a temas particulares, como el erotismo o el tabaco. En este sentido Damián Ríos y Mariano Blatt han incursionado en varias de éstas: El amor y otros cuentos, dedicada al amor, y Vagón fumador, que si bien no es sólo de autores argentinos, sirve para constatar el trabajo que han hecho estos dos editores-escritores.

Más allá de los tipos o de la cantidad de antologías, resulta interesante observar que se podría trazar una historia de la literatura argentina, de los autores, las estéticas y los temas que se abordaron en cada momento, a través de éstas. Desconozco si eso podría ocurrir con la literatura chilena, que ha sido más proclive a las compilaciones temáticas o generacionales. La mirada de Borges o Libertella a la hora de hacer una selección es muy argentina, porque remite a la tradición, a un concepto de literatura. De hecho da la idea de que esta historia de la literatura a través de las antologías ya está en marcha desde hace algún tiempo, y por eso seguirán apareciendo.

 

 

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